23. No te emociones Tanto

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Los planes fueron surgiendo de forma más espontánea de lo que ella imaginaba, pero ya estaban en la cola esperando para entrar y, efectivamente, bebían de un vaso de litro de sangría cada una. No habían parado de gritarse emocionadas durante todo el día y parte de la tarde. Estar en la cola donde todo el mundo estaba igual de nervioso era, en parte, tranquilizador. Cuando veían a alguien demasiado emocionado se daban cuenta de lo ridículo que podía llegar a ser, por eso se cortaban un poco de chillar otra vez. Lo malo de la sangría, y si has dormido poco más, es que sube una alegría al cuerpo de manera muy rápida. Las chicas ya no paraban de tontear y bromear, de vacilar a los que estaban a su lado y esas cosas. Incluso animaron y corearon a una chica que rogaba a un portero que la dejara entrar sin entrada. Ella que le haría lo que le pidiese, como si tenía que enseñarle «las peras», literalmente; él que no, que no podía; a ellas les faltaban los pompones, porque el cántico de «¡Dé-ja-la-pa-sar!» lo tenían ya muy ensayado. Aquella noche todo estaba permitido. Decidieron no ponerse ningún límite, ¿quién sabía qué podría pasar?

Cuando le daba sus entradas al hombre que se las pedía en la puerta no podía creerse que ya hubiera llegado el momento de verles de verdad. Inspiró aire y lo soltó de forma entrecortada mirando a Vio que tenía una enorme sonrisa en la cara. Se agarraron de la mano y pasaron a la sala. Eran como si fueran amias desde la infancia. Así se sentía Vega, como una niñita de diez años que no sabía lo que le esperaba. Estaba emocionadísima. Tanto que no se enteró de lo que le decía un tipo con cara de pocos amigos hasta que la paró en seco tirando de su brazo. La chica lo observó con el ceño fruncido.

-¡El bolso! -le dijo el tío. Vega arqueó una ceja con reprobación-. Que me enseñes el puto bolso.

¡Joder! Vaya humitos que se gastaba el colega. ¡Qué impaciencia y qué descarado! Se lo abrió para que lo mirara, preguntándose si eso sería legal. Porque... ¿quién ha dicho que un desconocido te pueda mirar el bolso sólo porque él lo dice? Vega rodó los ojos y se acercó a ella Vio, sonriéndole al gorila y haciéndole un chistecito que casi, casi, hizo que el tipo sonriera levemente. Vega miró a su amiga y se alegró de que tuviera ese efecto en los hombres. Y también la envidió. Las dos cosas. Se sonrieron y entraron cogidas de la mano.

Había mucha gente y estaba oscuro. Pero consiguieron ir haciéndose hueco hasta la cuarta fila. Más cerca era imposible, pero Vega estaba totalmente fuera de sí porque era capaz de leer el YAMAHA del teclado. Eso quería decir que vería a Den muy, muy cerca. Bueno, eso si el chaval de delante bajaba los brazos, que aún no había salido la banda a escena y él estaba ahí dándolo todo. ¡Bah!

-¡Tíaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

-¡Ya, tía, ya tía! -le contestó Vio.

No había nada más que decir. Bueno, no tenían nada más que añadir. Estaban nerviosas. Aún quedaban unos treinta y cinco minutos. Vega, en ese instante, miró a su alrededor y se quedó un poco paralizada. En silencio pleno. No escuchaba nada a su alrededor. Era increíble que, desde hacía semanas, todo era Deneb Murphy y ahora ya por fin lo iba a ver. Ni si quiera era consciente de que habían estado más cerca de lo que podía imaginarse. Pero de lo que estaba segura, y ese pensamiento le llegaba en ese instante de golpe, es que estaba a minutos de ver a la persona que más brillaba en su vida. Porque, si hablaba de admirar, quizá su madre ocupara ese puesto; si hablaba de querer, a lo mejor era Vio; si hablaba de gustar... igual era un chico de cejas enormes y sonrisa perfecta. A saber, Deneb la deslumbraba demasiado en ese instante. La música volvió a sonar, al tiempo en que se daba cuenta de que su fisiología trabajaba con normalidad. Miró a su amiga y se mordió el labio con preocupación.

-¿Qué pasa?

-¡Necesito ir al baño! -respondió apurada-. La sangría tía, que está pidiéndome a gritos que vacíe mi vejiga.

No te emociones tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora