— Un gusto. — Dijo la joven dándole la mano — ¡Estás casado! Mis amigas se morirán de la decepción.

Cuando entraron la mirada de Edmund brilló cuando vio a la doncella llevarse las tartas.

— Espero que eso sea lo que creo que es.
Christopher vio como su padre tomaba las manos de Raven y depositaba un suave beso en su mejilla, como solía hacer con su hermana, recordó. Al parecer su padre tenían debilidad por el sexo femenino, pensó perplejo.

— No sé vaya a emocionar mucho. — advirtió ella con una sonrisa. — No vaya a ser que le dé un telele y me culpen a mí.

Las caras perplejas de sus hermanos lo hicieron reír. Cuando Samuel se acercó Raven se alejó de su padre para saludarlo.

— Ansío probar una de tus creaciones, me llegó el rumor de que tu tarta de ruibarbo ganó el primer premio.

— No sabía que estaba en una competencia. — Ella lo miro y levanto el brazo triunfante. — ¡Soy una ganadora Chris!

Él sonrió y la tomó de la mano para saludar a su madre.

— Señora Theodore, está espléndida.

— Tu también, Raven. — Murmuró su madre mirando su collar.

Fueron conducidos a la sala y cuando estuvieron sentados, Esme atacó.

— Dinos Chris ¿Dónde estuviste todos estos años?

— Estuve aquí y allá, en ningún lado en particular.

— Te busqué durante dos años. — Dijo Daniel. — Fue como si la tierra te hubiera tragado.

— Quizá perdiste tus dotes.

Christopher hizo caso omiso de la mirada de su padre.

— Llegué a pensar que te habías cambiado el nombre.

— Cuando alguien no quiere ser encontrado suele tener éxito. — Dijo suavemente.

Raven se desentendió de ellos y se levantó, se acercó despacio al enorme árbol de navidad y lo observó absorta durante varios minutos.

— ¿Nunca has tenido un árbol de navidad? — La suave pregunta la sacó de sus pensamientos. Miro los perspicaces ojos de Edmund.

— Siempre quisimos tener uno con mí padre, pero no teníamos dinero para comprarlo. — Ella sonrió melancólica al recordar. — Christopher trajo uno en nuestra primera Navidad y era tan horrible y pelado que no pudimos dejar de reírnos durante horas. Intentamos decorarlo con galletas y otras cosas pero no hubo caso. Al final papá dijo que dejáramos de ponerle galletas, ni siquiera con las galletitas de una semana entera quedaría lleno.

— Lo llenaste demasiado de un lado. — Dijo
Christopher dándole un suave abrazo y ella se apoyó en él.

— Y se terminó cayendo. — Terminó con una risa ahogada. El acompaño sus risas.

— David nos obligó a comernos las galletitas que habías horneado para decorarlo.

— Recuerdo que yo si me las comí.

— No mientas. — Él le dio un ligero empujón. — Tuviste una idea perversa.

Ella miró a su padre y confesó.

— Las tiramos en mitad de la noche. Caminamos hasta la casa de Rachel, nuestra vecina y se las arrojamos a su ventana.

Ambos se miraron y rieron recordando. Edmond observó a su hijo reír libremente, mirándola como si ella fuera lo único en el mundo. Podía entender esa emoción que veía en su rostro, ella brillaba y prodigaba su encanto tan generosamente que incluso él disfrutaba de sus risas. Era su faro, su incorregible hijo había logrado encontrar ternura y un ancla en esa inocente mujer, aunque él dudaba que sea tan inocente como aparentaba. Su atención se desvió a sus otros hijos, Daniel estaba enfrascado en una tensa conversación con su madre, Samuel y Esme los miraban con ambos semblantes aburridos.

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