Christopher optó por la comodidad, usando una camiseta de manga corta de color negro y unos vaqueros del mismo color.

Guardan solo lo necesario en sus bolsillos: teléfono, llaves y dinero.

—Hay un restaurante que te va a encantar —le hizo saber mientras tomaba su mano, la rubia lo regresó a mirar con ambas cejas alzadas.

—¿Por qué tanta seguridad, eh?

—Porque conozco tus gustos, ángel —le guiñó un ojo con diversión—. Así que confía en mi palabra, aprecio tu boquita, no dejaría que algo que no te gustase entrase en ella.

—No me digas... —se mordió el labio inferior mientras meneaba la cabeza, ahorrándose los comentarios que tenía ganas de soltar con solo oírlo decir eso. No era momento de ponerse a recordar la de cosas que entraron en su boca gracias a él.

El restaurante era pequeño y acogedor, tenía unas increíbles vistas a una de las tantas playas de la isla, Cyara se sintió fascinada desde el primer momento.

—Uno de los manjares de la isla son las lambretas, pequeños mejillones que son cocinados de diversas formas y que son muy sabrosos —le recomendó él una vez que les dejaron los menús sobre la mesa.

—Suena delicioso —admitió, relamiéndose los labios—. Eso junto a una copa de vino sería una fantasía.

Su marido sonrió con los labios pegados y miró a la camarera para asentir con la cabeza, esta le devolvió la sonrisa mientras tomaba los menús y los llevaba de vuelta. Al parecer habían sido rápidos, la gente que iba allí por primera vez solía tardarse largos minutos escogiendo un simple plato. Por suerte no fue su caso. Los cocineros del local eran buenos en su trabajo y no tardaron demasiado en preparar su pedido.

—Me encantaría ir a la playa —susurró Cyara, mirando la hipnotizante agua cristalina—. ¿Podemos ir después de comer?

—Por supuesto que podemos —asintió y señaló con la mirada la cabaña que estaba en la playa, que llamaba la atención por su estilo hippie—. Es una tienda, podremos comprar allí el traje de baño, entre otras cosas que necesitaremos.

—Lo tienes todo súper controlado, ¿eh?

—No iba a darme el lujo de perdernos algo por aquí, señorita.

—¿No es aburrido querer tenerlo todo bajo control siempre?

—¿Aburrido? Aburrido sería traerte aquí sin saber qué hacer para llenar los días —chasqueó su lengua contra su paladar—. Aburrido sería llevarte a un lugar donde no se pudiese hacer absolutamente nada.

—Admítelo, no querías ser el típico marido europeo y ya —se burló.

—París está pasado de moda, Cyara.

—Tú si que estás pasado de moda, Christopher.

El recién nombrado dejó escapar una risa mientras negaba con la cabeza, la camarera pidió disculpas por interrumpir cuando les llevó los platos a la mesa, a su lado vino un joven que portaba una botella de vino y dos finas copas.

—Yo me ocupo —aseguró Christopher tomando él mismo la botella—, gracias.

—A usted, señor —respondió antes de volver a retirarse para dejarlos solos.

Vertió el vino en sus respectivas copas y dejó la botella en la mesa.

—Por nosotros, ángel —propuso el brindis, levantando su copa.

—Por nosotros —repitió, imitando su acción con una sonrisa, chocaron estas, haciendo que el cristal sonase al tocarse una con otra—. Salud.

Los bebieron a un mismo tiempo sin quitarse la mirada de encima, analizando el sabor de este mediante la expresión del contrario. Ambos dijeron que estaba exquisito, al igual que la comida, que nada más probarla se les hizo la boca agua.

Clara realidad Where stories live. Discover now