Asiento con la cabeza.
—El príncipe está preguntando por ti abajo.
¿Yoon Oh, aquí? Mi ritmo cardíaco acelera. No puedo pensar.
—¿Dónde?
Gnarbone parece sorprendido por mi reacción.
—En el estudio de Madok. Solo le iba a llevar esto...
Le quito la bandeja de las manos y me dirijo hacia la escalera, con la intención de deshacerme de Yoon Oh lo más rápido que pueda, de cualquier forma que pueda. Lo último que necesito es que Madok escuche mi falta de respeto y decida que nunca perteneceré a la Corte. Es un servidor de la línea Zarza Verde, declarado tan seguro como cualquiera. No le gustaría que yo esté en desacuerdo ni siquiera con el último de los príncipes.
Vuelo por las escaleras y pateo la puerta del estudio de Madok. El pomo se estrella contra una estantería mientras camino hacia la habitación, lanzando la bandeja con la fuerza suficiente para hacer bailar las copas.
El príncipe SiCheng tiene varios libros abiertos sobre la mesa de la biblioteca frente a él. Rizos dorados caen sobre sus ojos, y el cuello de su jubón azul claro está abierto, mostrando un fuerte torque plateado en su garganta. Me detengo, consciente del error colosal que he cometido.
Él levanta ambas cejas.
—Taeyong. No esperaba que tengas tanta prisa.
Me hundo en una reverencia y espero que él me considere torpe. El miedo me carcome, agudo y repentino. ¿Podría Yoon Oh haberlo enviado?
¿Está aquí para castigarme por mi insolencia? No puedo pensar en ninguna otra razón por la que el honorable y honrado Príncipe SiCheng, que pronto será el gobernante de la Tierra de las Hadas, pregunte por mí.
—Eh —digo, el pánico haciendo tropezar mi lengua. Con alivio, recuerdo la bandeja e indico la jarra— Tome. Esto es para usted, mi señor.
Levanta una bellota y vierte un poco del espeso líquido negro en la copa.
—¿Vas a beber conmigo?
Niego con la cabeza, sintiéndome completamente inútil.
—Va a ir directamente a mi cabeza.
Eso lo hace reír.
—Bien, hazme compañía una vez.
—Por supuesto—Eso, no puedo negarme. Sentándome en un brazo de una de las sillas de cuero verde, siento que mi corazón suena sordamente— ¿Puedo traerle algo más? —pregunto, no estoy seguro de cómo proceder.
Levanta su taza de bellota, como saludando.
—Tengo suficiente refresco. Lo que requiero es conversación. Quizás puedas decirme qué te hizo irrumpir aquí. ¿Quién creíste que era?
—Nadie —digo rápidamente. Mi pulgar frota sobre mi dedo anular, sobre la suave piel de la punta que falta.
Se sienta derecho, como si de pronto fuera mucho más interesante.
—Pensé que tal vez uno de mis hermanos te estaba molestando.
Niego con la cabeza.
—Nada de eso.
—Es sorprendente —dice, como si me estuviera haciendo un gran cumplido— Sé que los humanos pueden mentir, pero ver que lo haces es increíble. Hazlo otra vez.
Siento mi cara caliente.
—Yo no estaba... yo...
—Hazlo de nuevo —repite suavemente— No tengas miedo.
