Despertarse por la mañana, tomar una taza de café. Tener mil recuerdos y una pluma con papel. Este libro contiene escritos variados , con intenciones tan distintas como cada rayo de sol en el amanecer.
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Un manto de luz atraviesa la ventana. Lo hace como ola de mar, calma y directa. Una risa casi coqueta. La paz de ese día inunda los asientos. Ceños sueltos y suéteres perfectos.
Es una divina estrella que va balanceándose entre las calles de la ciudad. Tan pulcra y perfecta como en los sueños se presenta. Corona una ilusión intacta en ese roto sillón negro.
Mañanas de martes no pesan así. Una melodía por los audífonos canturreando hasta escurrirse por la mente. Sinfonías directas, nada de palabrería. Desde ese camión soy invencible, un monstruo de metal tan apacible.
Me sumerjo dentro, entre las tareas y lo incierto, llego a ese castillo abierto. Balanceo lo que pienso, aunque siempre cedo a lo bello. Quizá un mar tan desierto o un feliz bosque abierto.
Tomo la espada, peleo mis batallas. A veces pienso en bobadas. Tomo un café en Francia y finalmente respondo a esa conversación rancia. En mi mente soy yo quien resuena fuerte. Con las palabras no me tropiezo, la verdad jamás me miente.
Regreso a veces, cuando el dragón cae en un bache. Mi alma también pinta azabache, una lágrima resbala una vez cada que la ilusión es interrumpida. Da vuelta en la avenida, ya vengo de regreso.
Viajo gratis a donde quiero, en ese autobús de cinco pesos.
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