La furia de Ares

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«Mi Deméter... seis años sin verte...».

Las lágrimas amenazaron con inundar sus ojos, así que sacudió la cabeza mientras seguía conduciendo. Podría haber conducido sin ningún cuidado hasta estamparse contra alguien, pero su idea no era llevarse a nadie más por delante.

Estaba atravesando un puente subterráneo que servía de atajo hacia el modesto apartamento en el que vivía cuando una mujer comenzó a acercársele por el lado contrario. Al principio ni le prestó atención, pero luego se dio cuenta de que la conocía.

Era la reina Daria.

—Everett Calhoun.

El hombre la miró con los ojos entrecerrados mientras la rabia le subía por el estómago hasta la garganta como si fuera bilis.

—Tú... —masculló antes de echarse a correr hacia ella, dispuesto a meterse en una pelea, algo que nunca antes había hecho.

La pelea, en efecto, se inició, pero Daria la terminó rápido, sujetándole el brazo tras la espalda con fuerza y manteniéndolo a él contra la pared.

—Vengo a ofrecerte algo que te puede interesar, así que ponlo más fácil.

—¡¿Más fácil?! ¡Me destrozaron la vida!

—No seas dramático. Faina está aquí.

—¿Qué?

—Tengo una historia muy interesante que contarte, tú decides si quieres escucharla o vas a seguir resistiéndote.

Everett apretó los labios, con rabia, y dejó de intentar soltarse. Daria lo soltó y se separó de él, y el hombre se giró hacia ella y también se alejó.

—¿Qué quieres decirme?

—Faina ha tenido otra hija. De Apolo.

La noticia le cayó encima como un objeto muy pesado, ¿otra hija? ¿De... Apolo?

—¿Cómo que de Apolo?

—El dios se le presentó en la isla y Faina se enamoró perdidamente de él, así que cuando dio a luz a su segunda hija tuve que expulsarla.

—Faina... ¿se enamoró de un dios?

«De un dios sí... pero de mí, no».

—¿Y por qué me cuentas esto?

—Pensé que te interesaría, ya que te engañó y te quitó a tu hija. Incluso te he traído una cosa.

La rabia ciega estaba haciendo efecto en él.

—¿De qué mierdas estás hablando?

—De un veneno capaz de matar a los dioses. Si alguien me hubiese roto el corazón y luego se hubiese enamorado de otra persona querría vengarme de ambos. De hecho, me sucedió una vez —dijo y arrugó la nariz—. Por eso odio a los hombres. En fin. ¿Lo quieres o no?

—¿Para qué? ¿Pretendes que vaya al Olimpo a matar a Apolo?

—Bueno, te puedo decir dónde está Faina. Apolo la ama, a lo mejor podrías traerlo hasta ti e inyectarle el veneno. Lo que te dé la gana. Aunque se conoce que hay mortales que han subido allá arriba... pero no sé cómo. Investiga.

Everett la miró con odio, sin saber qué decir, y ella abrió un saco que tenía colgado de la cintura y extrajo de él un frasco lleno de un líquido dorado y un pequeño trozo de pergamino.

—Yo te lo dejo aquí, el veneno y la dirección de Faina, y tú haz lo que quieras. Por cierto, a los dioses los mata, pero a los mortales no, por mucho que les inyectes... aunque sí les hace mucho daño. Adiós, Everett Calhoun, espero que no volvamos a vernos.

Crónicas: Cómo crear un monstruoKde žijí příběhy. Začni objevovat