18. No me esperaba tanto

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  —Así que Jill va a llevarte de cerca el papeleo de tu garito.

  —Sí, tío —contestó el de la tele—. También es muy persuasiva, ¿sabes? —agregó con una sonrisita.

  —La conozco —terció Deneb sacudiendo la ceniza del cigarro en un cenicero sobre la mesa. Puso cara de escéptico ante aquella sonrisita de su amigo—. Te la has tirado.

Cob abrió los ojos de más y miró a su amigo con un gesto traicionero de culpabilidad. Den alzó una ceja y dio una calada al cigarro por no sonreír. Hacía muchos años de lo suyo con Jill y era consciente de que su abogada había cambiado muchísimo desde entonces, pero no le sorprendía que se sintiese atraída por Cob. Llevaban siendo amigos desde que él los presentó hacía años, lo curioso es que se gustasen justo ahora. Den no se sintió traicionado ni nada por el estilo, quería a ambos, a su manera. Se quitó las gafas de sol y las dejó sobre la mesa, mirando a su amigo con gesto examinador. Cob se puso a la defensiva, agitándose sobre su silla y mirando a una mesa donde había un viejo canoso con una chavalita de veinte. Su nieta, esperaba.

  —¿Cuándo, este fin de semana?

 —Sí —contestó Cob volviendo la vista hacia su amigo. Sabía que no iba a poder rehuirlo ni nada por el estilo, así que le contestó con resignación.

  —¡Qué cabrón! —le dijo Den, ahora sí, con una gran sonrisa—. Está buenísima, creo que con los años mejora.

  —Y es muy buena en la cama, tío. Bueno, ¿qué te voy a contar a ti?

Deneb soltó una risita y volvió a fumar de su cigarro. ¡Vaya, vaya, vaya! Sus amigos, de aventurilla, qué fuerte.

  —Nos vimos el sábado por la mañana porque la llamé para esto y, al final, pasamos el día juntos.

 —Y la noche... —le picó Deneb—. Y el domingo cada uno para su casa. Si te conozco bien, mamón.

  —Bueno... —La sonrisa que tenía Cob en la cara era bastante tonta hasta para él. Den se lo quedó mirando con algo de incertidumbre—. Y el domingo también lo pasamos juntos. Y, de hecho, estamos a lunes y también lo estamos pasando juntos.

Den le leyó en la mirada a su amigo que Jill parecía gustarle de verdad. Abrió los ojos de más por la sorpresa y se le fue el humo por otro lado. Se atragantó y se puso a toser. Cob se preocupó y le levantó la jarra de cerveza para que bebiera un poco. Den la agarró y le dio un trago a duras penas. ¡Joder, qué espectáculo por una tontería!

  —¡Joder, no te mueras, Den! —le soltó el de la tele.

—Joder... —dijo el otro recuperando la voz. Carraspeó, sintiendo que tenía los ojos húmedos y limpiándoselos con la palma de la mano—. No me esperaba tanto.

—¿Tanto qué?

—Tanto amor.

—No exageres —se excusó Cob rodando los ojos.

Ya. Claro. El gesto de Deneb era totalmente escéptico. Su amigo se había pillado por Jill y estaba haciéndose el desinteresado. Cob lo miró como si pudiera leerle la mente y, aunque le hubiese gustado tener el porte para negarlo, al final se le escapó una risa. Den dio la última calada al cigarro y lo apagó en el cenicero. Sus ojos azules, con un brillo casi malévolo, estaban clavados en su mejor amigo.

—Entonces la pelirroja esa, ya nada.

—La pelirroja... —comenzó Cob diciendo con una gran sonrisa—. Tú viste, como yo, que tenía novio o algo -agregó poniendo cara de resignado-. La verdad, Den, una cosa es estar cansado de salir con modelos histéricas de las dietas o con actrices histéricas de su vida profesional y otra creer que puedes confiar en una chica normal y corriente. Quiero decir, una chica de la calle. Al final nos separa una gran avenida entre nuestro mundo frívolo y el suyo. ¿Cuántos famosos conoces que conocieran a su pareja en el supermercado?

—No conozco lo que es un supermercado.

Cob se rio ante la idiotez de su colega. Él hablaba en serio. Miró a Den pidiéndole un poquito de sensatez y el rockero alzó las manos en una vaga disculpa.

—Ya sabes lo que te quiero decir. No es que seamos especiales, pero no es casualidad que las chicas que parecen entendernos mejor tienen un pie metido en este mundo. Meg trabajaba en la industria musical y... —se cortó un poco y se ruborizó. Deneb sonrió al verlo—, Jill es abogada de un montón de cabrones como tú. Sabe de qué va la movida.

—Te entiendo perfectamente, Cobe —respondió Deneb ante tanta franqueza—. Te lo traté de explicar el otro día en ese baño pero tú ibas demasiado mamado como para hacerme caso —le dijo pasándose de listo-. Pero si un día te follas a la pelirroja esa, cuéntamelo.

Cob negó con la cabeza con una sonrisa. Den era único, desde luego. El de la tele acaba de empezar a ilusionarse con Jill, ¿quién sabía? Igual era otro desastre más, o igual no. Igual le gustaba desde hacía tiempo y nunca había querido terminar de creérselo. Ella tenía más o menos su edad y, probablemente, las mismas pretensiones. ¿Por qué no iba a funcionar?

—Hablando de ella —comenzó de nuevo diciendo—. Tienes que venirte un día conmigo al estudio. Su compañera, la morena de la que te hablé, te ama. Le he prometido que irías para hacerme el guay. Ahora tienes que ir.

—Para que tú quedes bien —le dijo Den con su entrecejo recto en una línea perfecta con sus cejas, como si sólo tuviera una que le cruzara la cara—. No sé, no sé. Las mujeres que me aman sin verme siempre me han dado miedo —decía con un aire bastante inverosímil que se pegaba de bruces contra su enorme ego.

—¿Que a ti qué? —preguntó la voz recelosa de Jill mientras se sentaba a la mesa. Observó a Den con escepticismo y agarró la carta para echarle una ojeada. No les había escuchado de lo que hablaban pero llegar y escuchar a Den Murphy decir que las mujeres le daban miedo era para mear y no echar gota-. No hay quién crea esa idiotez, Den.

—¿Por qué? Tú me amas y siempre me has dado miedo.

Ella alzó la vista y lo miró fijamente antes de sonreír de forma forzada. Él sonrió de la misma manera. Cob los observó a ambos divertido. Jill alargó la mano para quitarle a Deneb del pelo una pelusa que había llegado volando.

—Me tienes miedo porque podría meterte en la cárcel.

No te emociones tantoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang