Resulta que pasar entre el mundo de las hadas y el mortal no es para nada difícil. La Tierra de las Hadas existe al lado y debajo de los pueblos mortales, en las sombras de las ciudades mortales, y en los centros erosionados, abandonados y deteriorados. Las hadas viven en las colinas, los valles y en los túmulos, en callejones y edificios mortales abandonados.
Ten no es el único hada de nuestras islas que se escabulle a través del agua dentro del mundo humano con regularidad, aunque la mayoría llevan disfraces de mafiosos mortales para molestar a la gente. Hace menos de un mes, Jungwoo estaba presumiendo sobre unos campistas a los que él y sus amigos habían engañado haciéndoles creer que iban a tener un banquete con ellos, atiborrándolos con hojas podridas que encantadas lucían como delicatesen.
Subo a mi corcel de hierba cana y rodeo con mis manos su cuello. Siempre hay un momento en que empieza a moverse que hace que no pueda contener mi sonrisa. Hay algo sobre la auténtica imposibilidad de ello, la magnificencia del bosque pasando a toda velocidad y la forma en que la hierba cana camina golpeando gravilla mientras salta hacia el aire, que me da una ráfaga eléctrica de pura adrenalina.
Trago el grito que trepa por mi garganta.
Montamos por los acantilados y luego el mar, viendo a sirenas saltar en las brillantes olas y a los selkies rodando por la superficie. Pasando la niebla que de manera perpetua rodea las islas y las oculta de los mortales. Y luego la orilla, pasando el parque Two Lights State, una pista de golf y un aeropuerto. Aterrizamos en un pequeño camino cubierto por árboles que cruza la carretera del Maine Mall. La camisa de Ten ondea con el aire mientras toca tierra. Wonyoung y yo nos desmontamos. Con unas pocas palabras de Ten, los corceles de hierba cana se transforman simplemente en tres hierbas medio marchitas como las que las rodean.
—Acuérdense de dónde hemos estacionado —dice Wonyoung con una sonrisa y comenzamos a dirigirnos hacia el centro comercial.
Ten ama este sitio. Le encanta beber batidos de mango, probarse sombreros y comprar cualquier cosa que quiera con bellotas que encanta para hacerlas pasar por dinero. A Wonyoung no le gusta cuando Ten lo hace, pero es divertido. Cuando estoy aquí, no obstante, me siento como un fantasma.
Caminamos por JCPenney como si fuéramos las cosas más peligrosas del lugar. Pero cuando veo familias humanas todas juntas, especialmente con hermanos pequeños riéndose con la boca pegajosa, no me gusta la forma en que me siento.
Enfadado.
No me imagino a mí mismo de vuelta en una vida como la de ellos; lo que imagino es dirigiéndome allí y asustándolos hasta que les hago llorar.
Nunca lo haría, por supuesto. Quiero decir, no creo que lo haría.
Wonyoung parece notar la forma en que mi mirada se detiene en una niña quejándose a su madre. A diferencia de mí, Wonyoung es adaptable. Sabe qué decir. Ella estaría bien si fuera empujada de vuelta a este mundo. Está bien ahora mismo. Se enamorará, tal y como ella dijo. Hará una metamorfosis convirtiéndose en una esposa o una consorte y criará a niños hadas que la adorarán y vivirán más que ella. La única cosa que le impide hacerlo soy yo.
Estoy tan agradecida porque no pueda adivinar mis pensamientos.
—Así que —dice Ten— estamos aquí porque ustedes dos necesitan alegrarse un poco. Así que, alégrense.
Miro a Wonyoung y respiro hondo, preparado para disculparme. No sé si es eso lo que Ten tienen en mente, pero sé que es lo que tenía que hacer desde que salí de la cama.
—Lo siento —balbuceo.
—Probablemente estás enfadado —dice Wonyoung al mismo tiempo.
—¿Contigo? —Estoy sorprendido. Wonyoung languidece.
