La fertilidad de Deméter

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—Voy a examinarla —anunció y Everett se apartó para dejarle espacio, pero contempló a Faina desde los pies de la cama. La mujer no tenía buen aspecto. Su piel, normalmente bronceada naturalmente por el sol, ahora lucía blancuzca y sus ojos luchaban por mantenerse abiertos, casi sin éxito. Parecía a punto de desmayarse.

—¿Sabes qué le ocurre? Cuando desperté estaba vomitando.

—Estoy examinándola, Everett Calhoun, aguarda —dijo con sequedad, sin mirarlo—. Faina, ¿me oyes?

—Cadie... no creo... que pueda entrenar hoy. Por favor, que mi madre me excuse...

Everett apretó los labios. ¿Hasta qué punto debían enfermar las amazonas para que las demás tuviesen clemencia y las dejaran descansar?

—Escúchame, no pienses en eso ahora. ¿Cómo ha sido tu periodo?

—Tenía que venirme hace unos días, pero no lo ha hecho —susurró débilmente la muchacha.

Cadie suspiró, pero luego hizo algunas comprobaciones más y sonrió.

—Estás desnutrida, debes comer más. Después de todo, estás embarazada.

La noticia cayó como un yunque sobre Everett e hizo que Faina le ganase la batalla al malestar y abriese los ojos de par en par, tal y como el propio muchacho había hecho.

—¿En serio? —preguntó la muchacha.

—Voy a pedir que te traigan un buen desayuno y, cuando te sientas mejor, diré que te trasladen a tu habitación.

—No, que se quede aquí —intervino Everett.

—No...

—Quiero que se quede aquí. Soy el invitado, ¿no? No he pedido nada desde que llegué, solo pido esto.

—Yo también quiero quedarme —susurró Faina, cerrando los ojos.

Cadie torció el gesto, pero luego dijo:

—Está bien.

Cuando se marchó, Everett salió un momento para asegurarse de que no había nadie cerca y... luego se acercó a Faina y se dejó caer en el suelo, pegado a la cama.

—Faina... —dijo casi sin aliento, mirándola como si no la hubiese visto en años— Faina, ¿cómo es posible? Solo estuvimos... solo intimamos una vez...

—No lo sé... —susurró ella— Las amazonas nunca se enamoran de los procreadores... quizá Deméter bendijo nuestra relación.

—¿Deméter?

—La diosa —dijo, esbozando una sonrisa—. La diosa de la fertilidad. Entre otras cosas, claro.

Everett sabía que a Deméter se le atribuía esa característica, pero estaba tan aturdido que no podía pensar con claridad.

—Voy a... voy a ser padre. Pero no tengo ni un trabajo, no he terminado mi proyecto —dijo con angustia, pasándose las manos por la cara—, ¿cómo voy a mantener a un hijo y criarlo...?

—Lo haremos juntos, Everett.

—¿Qué? —inquirió el muchacho, mirándola con extrañeza.

—Si es niña te la van a quitar a ti y me quedaré yo con ella, si es niño me lo quitarán a mí como le hicieron a mi hermana Celedonia y te lo darán a ti... y yo no volveré a verlo. No quiero que eso me suceda a mí también. Nuestro plan sigue adelante, me iré contigo antes de que pase más tiempo. En cuanto se me pase el malestar nos iremos. Podemos formar una familia... pero si tú no quieres tener hijos, me encargaré yo sola, lejos de esta tribu.

Crónicas: Cómo crear un monstruoWhere stories live. Discover now