—Y, además, no está aquí —aseguró—. Me pidió el martes libre y lleva desde entonces sin aparecer.

Mi prima resopló temiéndose lo peor.

Dejó anotado el número de su móvil por si Kara regresaba al Tambourine y, aunque sus esperanzas se reducían a pasos agigantados, no quiso desmoralizarse aún.
Volvió a Chelsea con intención de hacer guardia en la puerta del apartamento hasta que, a la una y media de la tarde, triste y derrotada, tuvo que darse por vencida y acudir a la cita en el Beautiful Téte, donde ya aguardaban expectantes sus incondicionales.

— ¿La has encontrado? —se adelantó Alex.

—No —suspiró desplomándose sobre una silla
—. Lleva tres días sin ir a trabajar y en su casa parece que no hay nadie.

—Tampoco va al Gymset —añadió Kelly—. Desde la semana pasada no la vemos por allí.

Sam se quejó, desmoralizada. De pronto su arrepentimiento alcanzaba proporciones descomunales, como una bola inmensa que se la tragaba hasta hacerla desaparecer.

—Tenéis que ayudarme a encontrarla —suplicó mordiéndose los labios—.

¿En qué maldito lugar de Nueva York puede perderse una mujer desengañada?

Las dos abrieron la boca para decir algo, pero sus palabras se extinguieron en un aliento entrecortado, difuso, lleno de respuestas de infinita y poderosa inexactitud.

La recepción en la residencia Luthor había alcanzado las más altas cotas de los denominados «eventos preludios». En honor al buen tiempo, mi madre había ordenado desplegar las mesas en el jardín frente al templete de música dispuesto para la ceremonia, que ya lucía repleto de flores inmaculadas.

En la cocina pululaba un equipo de seis camareros y un chef alrededor de la gran diversidad de bandejas y otros aperitivos diminutos, además de un profuso surtido de botellas y cócteles.

Yo me había escabullido de los preparativos alegando una leve jaqueca, pero, cuando los invitados comenzaron a llegar, no tuve más remedio que colgarme el último vestido que había traído de la tienda y complementarlo con un toque-de conformismo; luego miré hacia el espejo deseando buena suerte a la homenajeada.

Bajé las escaleras, crucé la sala y salí al jardín.

Algunos de los asistentes ya esperaban impacientes para saludar a la novia y los demás hicieron acto de presencia en la media hora siguiente. James, junto a sus padres y las cinco damas de honor, dos de ellas sus hermanas con sus respectivas parejas y las otras mis compañeras más afines de la universidad, seguidos por el socio veterano de mi padre con su esposa, mis abuelos maternos recién llegados de Washington, su residencia habitual, y dos amigas íntimas de mi madre con sus maridos. En total, sumando mis padres y mi hermano, veintidós personas para un refrigerio familiar íntimo.

Después de saludar, sonreír y condescender con cada uno de ellos, me dirigí como una flecha al improvisado bar.

Esa mañana había prescindido deliberadamente de los tranquilizantes por lo que calculé ingerir un par de copas a lo largo de la velada, alcohol en mi caso más que suficiente para hacer acopio de valor sin llegar a los embarazosos titubeos.

Descubrí a Lex parapetado muy cerca de allí, solo, con una mano en el bolsillo del pantalón y la otra jugueteando con un vaso con hielo mientras sus estirones continuados al nudo de la corbata aportaban un toque informal a la seriedad de su traje.

Nos miramos resignados, tan náufragos en aquel jardín que bebimos juntos, la misma cantidad, para luego reencontramos con idéntico gesto de impotencia. Intuí que vendría a hablar conmigo así que hui precipitadamente, sin mirar atrás; de sobra sabía que sus continuos acicates podían
llegar a romper mi concentración y, aunque me entristeció tener que hacerlo, me alejé de él cuanto pude.

10 Días para KWhere stories live. Discover now