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Hoy los calabozos se encuentran inundados de un silencio sepulcral, no se escuchan pasos ni susurros.

Todo el palacio se encuentra en la ceremonia de sangre.

Me paro erguida sobre mis pies.

Siempre que hay alguien cerca me mantengo lo más cerca del suelo posible. Fingiendo estar hambrienta, con la fuerza justa para respirar y arrastrarme a duras penas, en realidad no es así.

Acerco la cabeza a los barrotes lo más que puedo sin llegar a tocarlos cerciorándome que no allá ningún guardia cerca para notarme.

Estiro mis delgadas piernas e incluso doy unos cuantos saltos.

Hoy tengo una extraña, pero acogedora fuerza recorriendo mi sistema, disfruto como hace vibrar cada centímetro de mi pálida piel.

Observo mi prisión indestructible.

Cuando llegue aquí con doscientos años y la apariencia de una niña de ocho, apenas podía respirar por como esas rejas oxidadas absorbían el poder de mi cuerpo. A partir los trescientos su efecto comenzó a disminuir.

Recuerdo como una madrugada cuando recién cumplía mis trescientos cincuenta me encontraba demasiado aburrida y decidí explorar un poco. Llegue hasta la cocina donde los nervios me traicionaron y regrese en silencio al calabozo sin que nadie sospechara nunca de mi paso por ahí.

Hoy también estoy demasiado curiosa, quiero ver por primera vez como es esa tan importante ceremonia que incluso dejan sin guardia a los calabozos, descubrir quién será elegido como compañero de sangre de príncipe y sobre todo ver la cara de los reyes en caso de que todo no salga como ellos esperan.

Solo miraré desde las sombras y estaré de regreso antes de que comience el banquete, nadie sabrá que me he ausentado por unos minutos, no haré daño a nadie.

Tomo una gran bocanada de aire.

Y extiendo mi mano hasta la cerradura de la prisión.

Ni siquiera se molestan en poner cansados, supuestamente nadie puede tocarla por más de cinco segundos y salir con vida.

Por lo menos nadie de este reinó.

Abro sin mucho trabajo la reja, cuidadosa de no hacer mucho ruido, exclusivamente obteniendo un poco de escozor en mis dedos.

Camino sin toparme con nadie hasta llegar a la cocina, aún recuerdo el camino.

El suelo está tan pulido que puedo ver mi mugriento reflejo en él, no presto atención a mi enredado cabello demasiado largo o a mi escuálido cuerpo. En lugar de eso mis ojos se posan sobre unas pelotas rojas algo más grandes que mi puño cerrado.

Camino hasta el objeto, cautivada —Manzanas — leo una nota que se encuentra en el recipiente.

Sé lo que es una manzana, mamá de niña me hablaba de su sabor dulce y de como me llevaría a comer montones de ellas, pero nunca tuve el placer de ver una en persona. No se dan en el reino oscuro.

Agarro una y la muerdo sin pensarlo demasiado.

Saboreando el jugoso sabor en mi boca, sin dudas son mil veces mejor de lo que mamá contaba.

Continuó mi camino con la fruta roja entre mis dedos.

Algo perdida entre los pasillos dejó emanar un poco de mi poder mágico, el cual al entrar en contacto con el de alguien más me deja saber la ubicación exacta de todos en palacio.

Puedo sentir como una multitud de persona se encuentran reunidas en un mismo punto del palacio. Camino hasta la aglomeración llegando hasta el salón donde se realizará la gran ceremonia del príncipe.

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