Kara me llevaba de la mano,
pero también me equilibraba, como toda la vida yo había intuido que debía suceder al otro lado de mi cadera, con mi pareja, enseñándome que las dudas sufridas con otros son los rastros dejados en nuestra intuición por los falsos caminos y no por el amor de verdad, ese sentimiento inconfundible y derramado, malgastado por mi, en cada vistazo. Kara y su espalda ascendiendo hasta la nuca, Kara y su elegante cadencia al caminar, Kara y su forma inspirada de volverse hacia mi lado, Kara buscando impropia mis labios, sujetando mi cintura, Kara y su mar de ojos inmensos donde nada más cabía ni se comparaba, Kara y su sonrisa, tan arrolladora, entre mi alma y mi piel como los cataclismos, como una tragedia irrepetible del verdadero sentido de mis años.

Todo era ella y desde sus raíces yo estaba creciendo por completo, renovando hasta el último gramo de mi colección de sueños; aquellos tesones, lejanos y absurdos, de mi anterior existencia.

Al llegar a la habitación, prolongamos durante varias horas un beso intenso que no terminaba nunca; a veces solamente abrazadas, pero otras giradas, manipulándonos con un hambre sexual intermitente.

Hacía mucho que habíamos dejado de pensar para explorarnos en penumbras, entendernos con el ritmo de la
respiración y los silencios mantenidos en una clave íntima y única.
Aprendí a codiciar su carne igual que había codiciado su presencia mientras ella me enseñaba a disfrutar de sus efluvios, de sus caricias, todas diferentes, pero
efectivas, y aquella entrega tan pura me hizo sentir aún más traidora.

El tiempo había agigantado la sensación de culpa en mi conciencia de tal modo que, al final, la angustiase convirtió en una carga demasiado insoportable.

Escogí una pregunta al azar para comenzar una conversación que no sabía cómo afrontar y, sin darme cuenta, algunas de mis palabras removieron el alma de Kara hasta el punto de que fue ella quien hizo una revelación;
seguramente, la más dolorosa de su vida.

—Eres una nadadora increíble —reconocí—

¿Nunca llegaste a competir a mayor nivel?

Me sentí la peor culebra de la tierra cuando se entristeció y bajó los ojos.

—Quiero contarte algo —empezó

Nunca he hablado de esto con nadie. Algunas personas lo saben, pero no por mí.

Esperé, preocupada por el tono de su voz, mientras ella parecía estar luchando contra sí misma.

—Mi primer novio se llamaba Mike —afirmó nostálgica—.

Estuvimos juntos durante mi
último año de instituto. Tenía veintidós años y era uno de los mejores amigos de mis hermanos así que, aunque yo no rebasaba los diecisiete, todo quedaba en familia. Cada viernes venía a buscarme a la salida de las clases en un Chevrolet Camaro azul del 75; un buen coche para casi todo, puedes creerlo. No imaginas lo importante que me hacía sentir
aquello, en un lugar donde ni siquiera me miraban.

Nunca he cumplido bien el perfil de novia convencional.

Se detuvo un instante para mirarme con los ojos brillantes y sonreír.

—Rompimos cuando me marché a Virginia con la beca deportiva.

No fue muy duro; al final, Mike y yo éramos sólo buenos amigos.

Pero la residencia en la escuela sí resultó un castigo. Tan lejos de mi padre, mis hermanos, mis amigos.

Añoraba mi casa. Todo era demasiado elitista y competitivo, demasiado frío para mí y, por  acompañando a su padre, un geólogo marino; aún recuerdo cómo me impresionaba su manera de hablar del mundo que había conocido, las diferentes personas con las que había mantenido contacto.

10 Días para KWhere stories live. Discover now