Heridas

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Narración general.

— ¡Maldita sea Shota ten más cuidado! — gritó la pelimentosa golpeando levemente la cabeza a su pareja.

— ¡Emi quedate quieta! — le gritó intentando seguir tratando de seguir tratando su herida — ¡Emi no me pegues!

— ¡Shota duele mucho!

Recapitulemos, Emi en su patrullaje se enfrentó a un tipo cuál quirk era el manipular el viento. Con él estrelló a Emi contra una cristalería, eso causó que tuviese múltiples cortes, varios de ellos desgarraron su traje lo único que quedó casi invicto fue su leotardo más el corset y los pantaloncillos quedaron totalmente desechos.

Su compañero se ofreció hacer el papeleo mientras ella se retiraba a casa. Estaba agotada, tanto físicamente como mentalmente, no ayudó nada las miradas lascivas de los hombres y alguna que otra mujer de camino a casa. Su esposo al verla en ese estado se apresuró a atender sus heridas, no eran tan graves pero eran en grandes cantidades.

Y así es como llegamos a esta situación, una Emi Aizawa en paños menores muestras su esposo la cura.

— Peleaste con ese tipo y con peores bastardos ¿cómo es que no puedes soportar un poco de ardor? — se quejaba el pelinegro de como su esposa lo apartaba.

— ¡Eso es- ¡MIERDA! Shota duele muchísimo — dijo entre sollozos.

— Emi falta poco — intentó calmar a la mujer, ella asintió cerrando sus ojos con fuerza.

Unas cuantas heridas, golpes y quejidos después Shota culminó de tratarla. El azabache observó todas las heridas con detenimiento, pero solo una le llamó la atención.

— Esa herida... — dijo señalando una que estaba en su brazo izquierdo — te dejará marca.

— Mmmm bueno no se puede hacer nada...¿Ya acabaste con mi tortura? — preguntó con inocencia.

— No exageres

La habitación se llenó de risas ante ese comentario, claramente de parte de la pelimentosa, el azabache solo curvo ligeramente su labio. El sabía que esa herida que se situaba en su brazo izquierdo dejaría una marca, de esas que se recuerdan.

— Mañana las vol- — fué interrumpido por un empujón que le dió la menor seguido de un grito que emitió desde el marco de la habitación.

— ¡Hoy duermes en la sala! — y serró la puerta.

— Emi, no hablas encerio — el joven se asustó al ver que la menor no habría la puerta, se levantó y fué hasta ella para abrirla más no lo logró.

Unos minutos después vió como la puerta se abrió. Estaba ella de brazos cruzados y con el seño notablemente fruncido.

— Entra — dijo con molestia.

— ¿Que te hizo cambiar de opinión? — preguntó sorprendido.

La menor no le contestó solo entró y detrás de ella el. Observó el televisor que tenían frente de la cama, Annabelle. La joven se acostó y se tapó con las mantas.

— Conveniente — río con sarcasmo.

— Cállate, acuéstate, abrázame y bésame — el azabache por muchas razones no dejaría desperdiciar esa oportunidad.

Dormir en el sillón no le suena muy tentador.

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