〘Capítulo 4〙

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Mientras entraban las personas, Alex me hablaba de cómo era el instituto y me preguntaba por el mio.

Mientras yo le contaba ella mira mis medias y puedo notar la curiosidad en su rostro.

—Ya sé, ya sé —río observando a la gente entrar—. Es que perdí mi caja de medias en la mudanza, así que voy a ir a comprar hoy.

—Yo puedo acompañarte si quieres —se encoge de hombros, restándole importancia.

—Sería genial —le sonrío y miramos para adelante cuando la clase empieza. Sin embargo, minutos después algo en la ventana llama mi atención.

Giro la cabeza buscando lo que me desconcentró. Algo en el techo del instituto me causa curiosidad. Noto que hay alguien allí, caminando por el borde para luego sentarse sin prestar atención de que está al borde del techo, y si se moviera hacia adelante seguro tendría una caída de diez metros garantizada.

Por un segundo noto que me mira, y cuando sus ojos grises se posan en los míos giro el rostro, ignorándolo. No sin antes verlo enseñarme el dedo medio con diversión.

Imbécil.


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Luego de haber ido a comprar tres pares de medias blancas con Alex, la acompañé a su casa que queda a dos manzanas de la mía y luego me fui. Apenas llegué vi a Garu cruzar de la casa de enfrente y entonces entorné los ojos.

—Gato Don Juan —murmuro y entro en casa, no sin antes dejar entrar a Garu quien me observa alegremente. Miro la calle y noto que el auto de mi abuelo no está por lo que supongo que está en la tienda.

Mi abuela está haciendo la cena, así que subo a mi habitación. Cuando cierro la puerta, noto que hace un ruido extraño, como un crujido que me llama la atención, así que vuelvo a abrir y me quedo con el pomo en la mano.

Genial, acabo de romper el pomo de la puerta.

Bufo y bajo por las escaleras para preguntarle a la abuela si el abuelo está en la tienda. Y me dice que sí por lo que lo llamo por teléfono, volviendo a subir por las escaleras.

Cuando marco su número no tarde más que segundos en contestar.

—Andrés Morrigan —habla del otro lado de la línea.

—Señor Morrigan, acabamos de secuestrar a su nieta —finjo poner la voz gruesa—. Si la quiere volver a ver tiene que pagar un millón de dólares en billetes de un dólar.

Por un segundo oigo su respiración pausada del otro lado. Y cuando pienso que me quedé sin señal y que no me escucha lo oigo hablar.

—Se las regalo, pero tengan cuidado, come mucho —dice y cuelga la llamada.

Abro la boca con asombro entrando en mi habitación y me siento en la cama.

Vuelvo a marcar su número y él atiende al instante.

—¡Oye! —reprocho—. Que mal abuelo eres.

Andrés ríe y luego me pregunta qué ocurre.

—Es que se rompió el pomo de la puerta de mi habitación, ¿Puedes traer otro? —observo el pomo—. Este se ve un poco oxidado.

—Está bien. ¿Algo más?

—¿Unas papitas? —inquiero esperanzada.

—Justo se acabaron, que lástima —responde y luego cuelga la llamada.

El Juego de HadesWhere stories live. Discover now