1. Desconocidas.

1.3K 66 1
                                    

POV MARTINA.

Mi cabeza se apoyaba despreocupadamente sobre la pared mientras el humo del cigarro llenaba mis pulmones. Los lunes parecía que necesitaba aún más nicotina de la que habitualmente consumía. El fin de semana había sido algo salvaje, como ya venía siendo mi estilo últimamente. Cómo odio trabajar los lunes joder.

Entonces te vi. Y seguí odiando los lunes, pero un poco menos. Acababas de torcer la esquina de la calle en la que estaba la entrada de la empresa en la que ambas trabajábamos. Yo llevaba 5 meses encargándome de las redes sociales de la compañía, y tú hacías lo mismo. Ni siquiera sé cuánto tiempo llevabas trabajando allí, porque ni tú me lo habías dicho ni yo me había atrevido a preguntártelo. Eras tan hermética. Y tan misteriosa.

A pesar de que hacíamos el mismo trabajo, y que nuestras oficinas estaban en frente, ni siquiera sabía cuanto llevabas trabajando allí. Soy patética joder.

Caminabas hacia mí con esa forma de andar tan tuya que hacía que la gente se girara a mirarte. O por lo menos yo siempre sentía la necesidad irrefrenable de hacerlo, y pocas veces conseguía controlarme para no seguirte con mis ojos hasta que desaparecías de mi campo de visión. Tú sabías que lo hacía porque no podía evitarlo, y creo que eso te divertía. Te hacía notar el poder que tienes sobre mí. Odio que te divierta.

Aquel día vestías de negro. Como siempre. No es una expresión, ni una exageración, siempre vestías de negro. Y a mi me fascinaba lo bien que le quedabas a ese color, porque es ridículo pensar que aquel color te acompañaba a ti. Tú no eres de esas.

Cada vez estabas más cerca de la pared en la que yo estaba apoyada. Tenías que pasar por delante mía. Al menos si querías entrar a trabajar aquel día. No podías esquivarme, aunque sé que si hubieses podido hacerlo lo habrías hecho. Te encantaba esquivarme. Cuando te tuve a escasos metros pude observarte bien. Llevabas aquellos pantalones de pinzas que me volvían loca, con un jersey negro de cuello vuelto, sobre el que caían aquellos cientos de colgantes que siempre te acompañaban. El abrigo negro te llegaba hasta las pantorrillas, y lo dejabas caer de manera descuidada sobre tus hombros, sin ni siquiera molestarte en meter los putos brazos dentro de las mangas porque aquel puto abrigo no merecía ni unos segundos de tu tiempo. Bajé mi mirada hacia tus pies, y mis comisuras se curvaron hacia arriba inevitablemente de manera discreta. Los de hoy tenían pinta de incómodos, González.

Jamás te había visto calzando algo que no fuesen unos tacones de infarto. En serio, no puedo entender como podías andar encima de aquellos botines. Pero lo hacías, y joder como lo hacías.

Estaba tan absorta mirándote, que no me había dado cuenta de que estabas parada enfrente de la puerta, a mi lado, mirándome de reojo. Supuse que me estabas mirando, porque no podía ver tus ojos detrás de aquellas gafas de sol que tampoco te abandonaban nunca. Quítatelas por favor.

No te las quitaste. Y no pude verte los ojos. Pero sí pude ver como tu pelo castaño, peinado hacia un lado, se te rizaba ligeramente antes de tocarte los hombros. Me tenías enferma. Sentía celos de todo lo que consiguiese aunque fuese rozarte. Odiaba que me hicieses sentir así.

Simplemente continuaste con tu cara hacia mí. Escondiéndote detrás de aquellos putos cristales tan oscuros. No me dijiste nada. Nunca lo hacías. Sólo cuando era estrictamente necesario. No puedo decir cuánto estuvimos así. A mi me parecieron un par de horas, o varios días, o toda mi jodida vida. Seguramente únicamente fueran un par de segundos, tras los cuales te pasaste la mano por el pelo, y seguiste tu camino.

¿He mencionado ya que mis ojos son incapaces de apartarse de ti cuando te ven? Putos traidores. Tiré la colilla que se había consumido hace mucho, y giré mi cuerpo para verte llegar hasta el ascensor. Pulsaste el botón, y yo sabía que una vez que estuvieses dentro pulsarías el número 21. Yo también trabajaba allí. Pero no te seguí. Dejé que entrases al ascensor mientras yo seguía en la puerta, mirándote como una puta loca, sin moverme.

Las puertas del ascensor se abrieron, y tú te metiste dentro con ese movimiento de caderas que me secaba la boca. Te vi pulsar el botón. El 21. Y justo antes de que las puertas se cerraran te giraste hacia mí. Estoy segura de que me estabas mirando. Quítate las gafas por favor.

No te las quitaste. Y no pude verte los ojos. Pero daba igual, porque el escalofrío que me recorrió me dijo que tu también me estabas mirando. Joder tenías que estar mirándome. Entonces lo vi. Tus labios sonrieron ligeramente. Casi una mueca. A mi me pareció una sonrisa que hacía que el sol fuese una jodida ridiculez. ¿Me estabas sonriendo Lourdes? Tú nunca me sonríes. Nunca.

Las puertas del ascensor se cerraron, y con él se fue tu imagen. Pero daba igual, yo la tenía grabada en las putas retinas. Cogí de golpe el aire que parecía haber abandonado mis pulmones durante aquellos segundos. Me pasé las manos por los ojos, intentando sacarte de mi cabeza lo suficiente como para poder seguir tus pasos y llamar al ascensor. Tenía que trabajar. Llegaba tarde. Es lunes. Odio los lunes. Me has sonreído.

¿Me has sonreído?

Tu olor // MartuliDonde viven las historias. Descúbrelo ahora