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Lisa despertó con la caricia de un rayo de sol en su rostro. Suavemente abrió los ojos para mirar cada rincón de su casi olvidado cuarto. Eran exactamente diez los meses que llevaba fuera de casa y estar allí se le hacía un sueño. Con pereza se estiró sobre las sábanas y apreció el paisaje que tanto amaba desde niña. Lo que adoraba de su cuarto era que por una de las ventanas podía ver, desde su cama, las despeinadas palmeras que adornaban el camino hacia la playa. Cuando apenas tenía cinco años se acostaba ansiosa en las noches esperando que amaneciera para ver desde allí las gaviotas en el cielo.

Pasadas las diez, tras vestirse de manera descuidada con lo primero que encontrara en su closet, bajó las pequeñas escaleras de madera que conducían desde la planta superior hasta la sala. Siempre consideró la casa una obra de arte pues su abuelo había pasado casi toda su vida perfeccionándola como un obsequio para su abuela. Él lo había elegido todo de manera detallada, desde el color de las paredes hasta las losas del piso. Según ella ese era el gesto más tierno del mundo, pero conscientemente entendía la muerte de esos tiempos.

Entró a la cocina tarareando una canción de amor de la cual no recordaba el cantante y encontró a su abuela sentada de espalda a la puerta pelando unas viandas, y a su hermano desayunando. Aquella visión la hizo sentir feliz. Aunque el tiempo pasara existían cosas que nunca cambiarían. Era usual que su abuela dividiera el tiempo entre las labores de la cocina y cuidar de su pequeño jardín; así como también lo era que con la llegada del verano Alex, su hermano, desayunara vistiendo solo chores y chancletas listo para salir corriendo en dirección al mar.

-Por fin te veo. ¬ - Se levantó de la silla y limpió su boca de manera descuidada para besarla con ternura. – Abuela me dijo que habías llegado anoche. Quería despertarte pero ella insistió en que te dejara dormir.

Alex era tan solo dos años mayor que ella, pero la trataba como si fuera una niña pequeña. Siempre andaba bromeando, pero la cosa se ponía seria cuando de proteger a su hermanita se trataba. Lisa lo miró buscando cualquier pequeño cambio en él. Era la primera vez que pasaban casi un año separados y no quería sentir que se había perdido algo, aunque eso era inevitable.

-Yo también tenía muchas ganas de verte, pero estabas en la playa.

-Ya sabes, hay que aprovechar las vacaciones. – Sonrió pícaramente mientras mordía una tostada con mantequilla y apoyaba el pie izquierdo sobre su silla.

Lisa tomó una de las seis sillas de madera que rodeaba la mesa y la colocó cerca del taburete en el que se encontraba su abuela. Esta levantó la vista sonriente y sin abandonar su labor dijo a sus nietos:

-No se cómo no se aburren de hacer cada verano lo mismo.

-Mira quién habla. – Reclamó Lisa sonriente – Tú siempre haces lo mismo.

-Si mi vida, pero ya yo tengo mis recuerdos. Ahora ustedes deben buscar los suyos.

-Por dios abuela, ya te estás poniendo romanticona. – dijo Alex mientras se levantaba de la mesa. – Ya me voy. ¿Lisa no vienes conmigo a mojarte los pies?

-Ahora no, tal vez más tarde. Quiero pasar un rato en la casa que bastante hace que no vengo.

-Pues si tú no quiere yo sí me voy que hoy viene Ernesto.

Lisa volvió a besar a su hermano y lo miró alejarse camino a la playa. Una fresca brisa entro por la puerta de la cocina que daba al jardín. Con los ojos cerrados aspiró con fuerza y se dejó llevar por el olor a mar. Cuando sintió sus pulmones llenos expulsó el aire suavemente. Era una sensación extremadamente agradable la que ahora recorría todo su ser; algo muy parecido a la paz. Recordando que no estaba sola volvió a mirar a su abuela.

-¿Abuela cómo supiste que estabas enamorada de mi abuelo?

Carmen levantó la vista de las viandas y sonrió ante la pregunta de su nieta. Los ojos se le perdieron en el pasado y una luz se reflejó en su rostro arrugado por los años.

-El día que noté que lo extrañaba con solo darle la espalda; ese día supe que estaría a su lado por siempre.

-Pero todos extrañamos a alguien en algún momento.

Carmen sonrió ante la curiosa e ingenua observación de su nieta.

-Sí, pero no a todos los extrañamos igual. El día que lo sientas te darás cuenta. Yo lo sentí una sola vez en la vida y me duró más de cincuenta años.

-¿Mi abuelo fue tu único novio? – Volvió a preguntar Lisa.

-¿Qué te pasa esta mañana que estás tan curiosa?

-Es que - Lisa suspiró - tengo ganas de sentir algo como eso.

-¿En la Universidad no viste a nadie que te gustara? No puedo creer que como está la juventud de esta época no hayas conocido a alguien especial.

En la Universidad Lisa abandonó las ideas que invadían su mente y trató de terminar el tema que inconscientemente ella había comenzado.

-No encontré nada especial allí, además estaba centrada en los estudios.

-Eso está bien pero si no miras para el lado puede que el amor de tu vida te roce y no lo notes.

Lisa curvó los labios en una sonrisa y se dispuso a salir de la cocina. Era mejor marcharse antes de que su abuela se acercara más a algo que ella deseaba enterrar.

Me equivocaría otra vezWhere stories live. Discover now