16. No te rías tanto

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        —¿Pero cuánto hace de eso? —preguntó Cob como si nunca se lo hubiese contado.

        —Emmm… ¿tres veranos? —preguntó a Ach. La cámara enfocó al mánager y asintió como si estuviera  recordando una tragedia.

        Cobe se rio hasta dando palmadas. Negó con la cabeza de forma divertida. Seguro que pensaba que las vidas de las estrellas del rock eran muy duras, pasando calor en una carretera. Ach lo miró con un poco de tirantez.

        —¡No te rías tanto! —le dijo el manager al entrevistador—. ¿No serías tú el que vomitó aquella noche en el agua?

        El de la tele soltó una carcajada y negó con la cabeza, incluso Den se rio. Meg, desde la barra, pensó que eran unos inconscientes descerebrados, pero algo le hacía sentir una punzada de admiración a pesar de todo. Cob hizo un amago por volver a la entrevista, cuanto antes acabaran, antes disfrutarían del fútbol. Además Den empezaba a impacientarse y estaba a punto de amenazarle con responder sólo palabrotas. Lo cual sería demasiado divertido para Cob, realmente, pero no para el de montaje que tendría que cortar un montón de trozos de video para poder emitirlo por televisión. Por eso, no se hizo esperar y continuó con un par de preguntas que Den contestó con su afamado carisma y su sentido del humor ácido.

        —Entonces, si te parece bien, ahora tomamos unas imágenes mientras vemos el partido. Así la gente podrá comprobar que eres más normal de lo que aparentas.

        —Me parece —sentenció el protagonista de la tarde.

        Ach subió el volumen de la televisión para escuchar las alineaciones del partido y Meg llevó unas cuantas cervezas a la mesa baja del salón, invitando a todos a coger una y  a relajarse. Cuando iba a por algo de picar a la cocina, Deneb la interceptó por el camino para darle un beso en plan meloso. Ella sonrió y le miró arqueando una ceja en plan: «Sí, has estado muy bien». Él sonrió y arrugó la nariz en plan niño pequeño. Volvió a besarla en la mejilla y salió animado hacia la habitación de los niños.

        En realidad tenía muchas ganas de estar con los niños. Aunque él era más bien de no planear nada, eso era más cosa de Meg que parecía una agenda con patas, ese fin de semana se le habían ocurrido varias cosas para hacer con ellos, empezando por ver el partido. Caminó hasta la habitación de los chicos, era aburrida y sobria todavía. Hasta ahora simplemente había sido una habitación con dos camas que nunca usaban. Ahora no sabía si pintarla de colores, o al gusto de los niños, o que fueran los niños los que la pintaran como bien les diese la gana. No lo sabía. Sólo quería que estuviesen bien. No podía evitar sentirse culpable cuando estaba con ellos porque él había separado a la familia, ¿no?

        —Ey, ¿quién se viene a animar a la selección? —dijo asomándose por la puerta con una gran sonrisa.

        —¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —saltó el pequeño, Ras, en dirección a su padre con un dibujo como escudo y un rotulador en alto como espada—. Mira, papi, éste eres tú —le dijo al llegar hasta él mostrándole en la hoja a un hombre con el pelo alborotado y lo que parecía una chupa de cuero.

        Den sonrió y agarró el papel para verlo mejor. Podría no ser el mejor dibujo del mundo, pero para Den era como una especie de obra de arte, en ese instante. Se acercó a la cama donde estaba sentado Duhr, que jugaba con una tablet, y se sentó observando el dibujo. Alzó la vista y clavó los ojos en los grandes ojos azules, seguramente heredados de Brit, de su hijo pequeño que lo miraba con emoción. Tenía la nariz llena de pecas y el pelo rubio como cuando él era pequeño.

        —¿Con qué lo has dibujado? —le preguntó interesado.

        —Con rotus —contestó el pequeño de la forma más natural e inocente posibles, como si todas las obras de arte del mundo se hicieran con rotuladores. Den sonrió y puso cara de impresionado.

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