15. No te rías tanto

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        —¿Concierto? —preguntó Rico.

        —El doce de abril en la sala…

        —¡Dame dos! —exclamó Vega atropellada sin dejar a la chica terminar.

        —¿Dos? —volvió a preguntar para confirmarlo. Vega volvió a mirarla con una mueca entre la confusión y la intransigencia. ¿Es que no oía y no veía? A lo mejor llevaba sonotone o algo. Vega se inclinó un poco para buscarlo, pero no lo vio—. Vale, ¿todo junto?

        —Sí, sí —le dijo Vega mostrándose impaciente.

        —Pues ochenta y dos con cincuenta.

        —¡Toma palo! —dijo Rico llevándose las manos a la cabeza.

        Vega lo miró un poco impresionada, pero sacó la cartera y le dio la tarjeta a la chica desagradable. No imaginaba gastar tanto de pronto, pero el hecho de pensar que en dos semanas podía verlo de cerca. O de lejos, pero en el mismo lugar. Ella y él compartiendo el mismo espacio. ¡Por favor! Iba a fangirlear de un momento a otro. O sea, estar donde estuviera él, sólo con saber que estaba respirando el mismo aire que él ya era un subidón. Ya lo era saber que vivía en alguna parte a quince minutos de su casa caminando, de hecho. Miró a la chica cuando le señalaba una maquinita, estaba pensando en sus cosas y no sabía qué era lo que quería decir la chica, pero no preguntó porque aún estaba demasiado emocionada. Entonces la chica, que se ve que ya se lo había dicho una vez, le dijo que metiera el PIN con cierto aire desesperado. A Vega le sentó fatal, pero disimuló y se hizo la digna marcando los cuatro dígitos.

        Salían de la tienda y decidieron ir a tomar un café o algo en cualquier sitio del centro comercial. Descartaron un Starbucks porque desde que Rico había dejado de trabajar en uno se había prometido a sí mismo no volver a ninguno. A Vega le dio igual y le sugirió una cafetería modesta que apenas tenía cuatro mesas. Parecía carísima, pero el nombre en italiano aseguraba que sería mejor café. La chica no podía quitar una sonrisa gigante de la cara. Cuando se sentaron, Rico pedía los cafés a una camarera sudamericana que parecía haber comprado entradas para ver a Deneb Murphy de lo mucho que sonreía,  al tiempo en que Vega escribía un mensaje a Vio con una foto de las entradas. Estaba como loca.

Cuando Rico volvió la vista a su amiga y vio que dejaba el teléfono en la mesa, frunció el ceño. Arqueó una ceja lentamente y la miró con una expresión interrogante. Vega se encogió de hombros y le sonrió de forma cándida porque sabía a la perfección lo que quería decir su amigo con esa cara.

        —No… —comenzó a decirle él con un claro gesto de indignación—. Me parece muy fuerte que hayas comprado las entradas delante de mí y estés invitando a Vio.

        —¡Pero si te estás quejando todo el día! —le dijo ella con una sonrisa y los ojos demasiado abiertos. Estaba pirado—. Además Vio se sabe las canciones, no como tú.

        —Me las aprendo —sentenció el chico—. O sea, no me vas a dejar ver al hombre de mi vida porque tienes miedo de que te lo quite.

        —¡Por supuesto que es por eso! —le dijo ella dando un golpe sobre la mesa—. ¡Jamás te acercarás a él! ¡Es mío!

        —¡Qué fuerte, nena! ¡Qué fuerte! Sos una mala persona —le dijo con ese marcado acento argentino que sólo le gustaba usar cuando dramatizaba para dar énfasis a su fingido enfado.

        El teléfono de Vega vibró sobre la mesa. ÉL lo miró de reojo y volvió a hacerse el digno levantando la barbilla hacia el techo. Vega no le hizo ni caso, es lo que tiene la confianza, que da asco. Se conocían ya demasiado.  

No te emociones tantoWhere stories live. Discover now