Nos topamos agentes de Orbe a través de todo ese trayecto, algunos al ver nuestros atuendos, volteaban corriendo en dirección contraria, despavoridos. Otros intentaron crear algo para detenernos pero fueron suficientemente lentos como para que Lax o yo los empotráramos contra la pared y los inmovilizáramos.

Serpenteamos por despachos, salas de conferencia y pasadizos, sorteando recientes escombros, mueblería y agentes desbocados. Entonces, de pronto, el barullo estrepitoso de una explosión hizo retumbar el piso y las columnas de todo el complejo. Como si se hubiese desatado un terremoto. Había sido una detonación importante, sin embargo, por el caos reinante no tuvimos certeza de si había provenido del lugar hacia donde nos dirigíamos. Lax y yo compartimos una rápida mirada en la cual interpretamos al instante el mensaje escrito en el rostro del otro.

«Más rápido».

Entonces reanudamos nuestra carrera a paso más apresurado que antes, seguidos por el pequeño psicópata.

—¡Dala!

Estuve a punto de generar en el aire una caja de cristal gigante para que cayera sobre la persona que se había lanzado sobre mí, pero me detuve en el último instante. Ulina me abrazó con fuerza, toda su lacia cabellera flotó entorno a nosotras, inusualmente desordenada. Lax pareció desencajonarse ante aquella intempestiva escena pero luego se contuvo y observó, perplejo.

—¡Por todos los cielos! ¡Eres tú, Dala! —exclamó ella, con una genuina preocupación.

—Sí... gracias —musité, algo atolondrada.

—Y estás viva —agregó Sétian detrás de ella, no lo había notado hasta ese momento—. ¿Por qué no dijiste que ella había venido contigo?

Aquella última pregunta se la había dirigido a Aluxi. Me separé de Ulina de forma mecánica con un respingo. Ovack no estaba con él, pero aun así no dejé observarlo con cierto recelo. Y él me contempló con una expresión nueva: enojo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió él en un airado reclamo.

Él era por lo general una persona apacible, así que al verlo arrugar el entrecejo, claramente furioso, me aturdió un poco y vacilé en responder. Aluxi no esperó por mi réplica, se dirigió a Lax con una mirada acusadora, y al notar a Míro detrás de él, su semblante se agravó supremamente, y le preguntó en el idioma de los antiguos:

—¿Por qué la trajiste aquí? ¿Por qué lo has traído a él? Escuchaste muy bien las órdenes del príncipe, esto es una desobediencia directa. Has pasado la línea.

Por toda respuesta, Lax se encogió de hombros en un gesto indolente y seco.

—Hice lo que tenía que hacer. Luego pueden someterme a un juicio por traición si quieren.

Aluxi estuvo a punto de protestar pero unas nuevas explosiones y el estrépito violento volvieron a tronar cerca de nosotros. Parecían brotar de todas partes. En cualquier momento nos iban a alcanzar.

—¡Aluxi, realmente no hay tiempo para esto! —le espeté antes de que él continuara—. Necesito llegar hasta Ovack, estés de acuerdo o no.

—¿Quién es Ovack? —inquirió Sétian, y miró de reojo a Lax con cierta desconfianza—. ¿Y quién es este?

Aluxi me observó con una clara reprobación. Pero luego pareció decidir asumir la realidad y su ánimo se tornó un tanto terciador.

—Aún tengo que desempeñar un papel aquí —dijo él. Y entonces, se dirigió a Ulina y Sétian—. Ustedes salgan de aquí, ya no tienen por qué obedecer a la empresa. Los contratos ya no existen, los acabamos de destruir todos.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now