45. Sin precedentes

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—No creo que importe si es precipitado o no —opinó por fin Lax—. La realidad es que el grupo le cree... Además todos quieren una... revancha por lo que le han hecho a Ciaze y por haber perdido a Faztes. Confían en el príncipe y van a seguirlo. Y... francamente, cuando nos dijo que podría hacerlo, yo también le creí. No hay manera de evitar esto, Dala.

Esto estaba sucediendo demasiado pronto. Demasiado. Solo unas horas para que todo terminara para bien o para mal.

—¿Estás segura de lo que vamos a hacer? —preguntó de pronto Lax—. No sabemos si Míro podrá generar el portal que necesitamos si no es plenilunio aún.

«Lo que vamos a hacer».

—Tendrá que hacerlo —dije procurando sonar con algo de convicción, aunque no estuve segura de si lo había logrado—. Porque no hay otra alternativa.

Sabía que luego no habría marcha atrás, sabía que muchas cosas podrían salir mal y también que estaba comprometiendo a Lax en esto.

—Tiene que ver con la petición del Creador... ¿cierto? —preguntó y yo asentí.

Lax me examinó brevemente y asintió con calma, casi como si hubiera recibido una orden solemne. Me aturdí un poco ante eso, pero correspondí su gesto con una sonrisa.

—Eso es lo único que necesito saber —dijo.

La fe ciega de Lax tal vez nunca dejaría de sorprenderme, pero la agradecía, y de hecho, tal vez era la principal razón por la que podía tener esa complicidad con él. Algo que no compartía con nadie más, ni siquiera con Ovack. Mucho menos con Ovack.

Le hubiera podido revelar la encomienda del Creador en ese momento, pero ya no era la reticencia la que me prevenía. Simplemente, no quería verbalizarla, temía que si lo decía en voz alta, esa fatalidad se volvería real. Y no podía suceder así, no debía suceder.

Lax pronto tuvo que regresar pues requerían su presencia. Y yo me quedé sola, merodeando entre los anaqueles de libros holográficos de su biblioteca con una acuciante sensación de inminencia. Incluso con el transcurrir de las horas, las sirenas de emergencia que resonaban en las inmediaciones de toda la capital no habían cesado. Como si la pesadilla se negara a terminar.

Cuando había visitado el umbral dorado, el Creador me había mostrado una secuencia de recuerdos cortados. Más fugaces que un parpadeo. Habían sido tan veloces que no había podido detenerme en identificar qué había visto, más que nada me había quedado la idea que me había querido transmitir. Pero ahora, podía evocar algunas imágenes desteñidas, como fotografías tan añejas que apenas podía distinguir quienes figuraban en ella.

Y recordaba a Ovack en sus momentos de niñez junto a Faztes. Afinando su destreza en la creación, estudiando junto a él, riendo, discutiendo o solo conversando. Habían sido momentos entintados con placidez... De hecho, tuve la impresión que eran sus recuerdos más felices.

—¿Dala?

El susurro de su voz hizo que respingara como un conejo asustado y casi mandé a volar los libros físicos que contaban las leyendas del Creador. Ovack parpadeó ante mi reacción, había entrado en la estancia de una manera subrepticia, como un gato, y no había reparado en él sino hasta que estuvo a escasos pasos de mí.

Estuvo a punto de decir algo, pero por un impulso que me fue imposible frenar me aproximé a él de un salto y lo abracé. Sentí que contuvo un leve sobresalto ante aquel gesto, su espalda irguiéndose. Permaneció tieso por unos segundos como si se hubiese convertido en una estatua. Y finalmente, de pronto sentí sus manos deslizándose por mi espalda con suavidad, atrayéndome más hacia él, su barbilla descansando sobre mi cabeza.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now