🥢Cuarenta y uno

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El cuerpo en sus espaldas pronto le pesó demasiado, la respiración del pequeño niño se volvió demasiado pausada y Satoru sintió un enorme escalofrío cuando los fríos labios del pequeño se acercaron a su oído dijeron unas suaves palabras que enfrió por completo el pecho del más alto.

—Gracias por ser mí amigo, Satoru... — susurró con demasiado cariño.

A la lejanía se acercaban corriendo Baji, Kazutora y Takemichi. Los tres muchachos apuraron sus pasos al reconocer el uniforme de Touya y se sorprendieron al ver a un Satoru completamente paralizado. Este veía al frente, con la mirada completamente quebrada y demasiadas lágrimas resbalando por sus ojos.

—Alguien... ¿Alguien puede sentir el pulso de Touya...? — susurra con una voz muy quebrada. — E-él... Su cuerpo... Frío...

— ¡Satoru-san, tiene que reaccionar! — apura Takemichi que empezó a jalarlo para que termine de avanzar.

Satoru a duras penas pudo dar otros cinco pasos más cuando del hospital salieron unas enfermeras con una camilla y lo ayudaron a recostar al pequeño rubio en esta. Satoru vio con dolor aquel rostro tan pacífico del pequeño, quién parecía dormir en un agradable sueño profundo del cual jamás planea despertar. Baji le hizo de apoyo al más alto para ingresar al hospital juntos y esperar noticias del Kawata del medio.

Los cuatro estuvieron ahí sentados, en la sala de espera, rezando porque el rubio de afro esté completamente bien. En un momento otra camilla ingresó a la misma habitación y una pareja se sentó junto a los chicos, otras personas que pasaban por una tragedia similar.

Los minutos se convirtieron en horas, exactamente 3 eternas horas que dieron por finalizadas cuando un enfermero salió de la habitación con una mirada triste. Todos la siguieron con la mirada hasta que este se detuvo frente a Satoru quién se levantó desesperado por respuestas, no necesitaba hablar para que el mayor entienda lo que estaba pasando, lo que le pasó a aquel que confió en él hasta el final.

—Lo sentimos, no pudimos salvarlo...

Los oídos de Satoru pitaron, no escuchó el llamado de Takemichi, no podía pensar en nada que no fuera aquellas últimas palabras de su pequeño mejor amigo. Cayó de rodillas al suelo con un enorme vacío en su pecho, sus amigos lo vieron con pena, Baji se acercó para intentar consolarlo.

Pero se detuvo al escuchar unas risas.

—Ja...jaja...JAJAJA — todos los presentes miraron completamente asustados al pelinegro que comenzó a golpear el suelo. — ¡Nada! ¡No cambié nada! ¡No pude hacer nada! ¡NADA!

—S-Satoru... — llamó en un hilo de voz Takemichi, siendo el único que entendió el peso de aquellas palabras.

—AHHHHHHHHH. — grita, intentando liberar de alguna manera aquel intenso dolor de su consciencia.

No podía, todo en él dolía como el maldito infierno. Le dolían los músculos por no haber calentado después de pelear, le dolía el pecho de haber perdido a su mejor amigo y mucho más le dolía toda el alma por el mismo motivo, por no poder haber salvado a aquel pequeño niño con tantos sueños por cumplir.

Takemichi se sentía igual de patético, siente que de nuevo falló, que pudo haber hecho algo más para ayudar al otro, pero se dio cuenta tarde que todo este tiempo actuó de forma muy egoísta. Mientras él se centraba tanto en sus propias metas, no se dio cuenta de que otro igual a él estaba sufriendo peor que él aquellas fallas, aquellos cambios, aquel cruel futuro que iban cambiando y que empezaron por su culpa.

Si tan sólo... Hubiera llegado antes.

— ¡Oi! ¡Satoru!

Takemichi levantó su mirada con pánico al ver al Sadao alejarse a pasos pesados, Baji le gritó para que volviera, para que no huya y cuando quiso correr detrás de él fue Kazutora quien lo detuvo. Ambos adolescentes compartieron una mirada, ambos entendían que ahora no era el momento, que Satoru no se encontraba bien y que ellos no debían ser quienes consolaran al pelinegro.

𝐏𝐚𝐝𝐫𝐞𝐬 || ᴛʀWhere stories live. Discover now