Capítulo 25: El joven en la pared

Beginne am Anfang
                                    


• ────── ✾ ────── •


Más tarde, como se esperaba, el orfanato, con sus innumerables ojos, los encontró y llegó a su puerta. Jiang Qi probablemente era un poco ciego, e insistió en que encontraría una sensación de anhelo en el inexpresivo rostro de Chu Si. Entonces, prosiguió y completó los trámites de adopción, sacando al niño de ese infierno en el que vivió durante ocho años.

Honestamente, el tiempo que pasó con Jiang Qi no fue tan interesante: el adicto hombre al trabajo se encontraba muy ocupado, laborando incansablemente día y noche.

No obstante, ese fue todavía el momento más pacífico de los sesenta años de vida de Chu Si. Aprendió todo lo que pudo y poco a poco empezó a hablar más. En ocasiones, durante su tiempo libre, Jiang Qi le contaba algunas experiencias interesantes o emocionantes.

A lo mejor, esa vez fue la única oportunidad en que Chu Si vivió como alguien de su propia edad. Lo malo era que aún le daban dolores de cabeza, cada vez que los tenía, quería desesperadamente romperse el cráneo y terminar con eso ahí mismo. Pero, debido a cierto tipo de psicología, el joven lo contuvo, lo soportó en todo momento, sin estar dispuesto a que Jiang Qi supiera de ese problema.

Originalmente creyó que sus vidas continuarían así, quizás un poco menos de cien años como mínimo. Sin embargo, nunca esperó que fuera tan inimaginablemente corta, que finalizaría abruptamente seis años después debido al fallecimiento de Jiang Qi.

Murió en el mismo instante de la explosión, y ni siquiera dejó un hueso. Chu Si todavía le debía un "gracias".

Cuando el joven fue enviado al Sanatorio Militar Águila Blanca, de la noche a la mañana regresó a su estado anterior cuando tenía ocho años.

Los menores del hospital eran en su mayoría huérfanos del personal militar y, según se informó, también había niños con antecedentes o problemas especiales.

Debido a que tenían todo tipo de personas, el Sanatorio Águila Blanca parecía una comunidad en miniatura; no obstante, diferente a la del orfanato de la Ciudad Xixi.

La gente de ahí aún no los trataban ni veían como niños comunes, pero parecían estar entrenando con anticipación a soldados especiales de respaldo militar.

Al principio, Chu Si no podía aceptar el estilo de administración de ese lugar. El segundo día de ingresar a la clínica, lo llevaron a la enfermería para recibir anestesia general, durmió durante todo el día, y no encontró nada extraño en su cuerpo después que despertó.

Debido a sus experiencias en el orfanato, era muy cauteloso con todos los que lo rodeaban. Entonces, estuvo investigando en secreto durante toda una semana y finalmente descubrió de que había un aparato de condición fisiológica implantado en su cuerpo, que se rumoreaba que indicaba sobre su estado de salud en cualquier momento.

Ya fueran buenas o malas intenciones, ese tipo de acto resultó ser el punto de inflexión de Chu Si. Sentía desagrado al ser tocado, y ahora más al tener algo metido en él sin su consentimiento.

No quedó ni un rastro de la herida debido a que fue sanada. Chu Si tardó unos días en averiguar dónde se colocó el dispositivo fisiológico.

Planeó y eligió una tarde para ello; robó una daga del almacén de armas blancas, se dirigió en secreto hacia el jardín botánico, el cual se hallaba detrás del arsenal: había un punto ciego de vigilancia en una esquina del muro de aquel callejón.

El chico apoyó su espalda contra la pared, y presionó el filo de la daga en su brazo izquierdo al amparo de las grandes enredaderas de flores que se extendían en el lugar.

Aunque no había marcas visibles, le dolió un poco cuando la punta pasó por esa parte de su piel.

Chu Si, en su adolescencia, tenía una tolerancia al dolor mucho mayor a la habitual. No perdió de vista su entorno en el jardín botánico mientras hundía la hoja del arma en su carne. Su entrecejo ni siquiera se frunció al mismo tiempo que la sangre salió.

Su mano era tan firme. Solamente con un movimiento y un golpe, logró tocar el fino trozo de metal.

Justo cuando la punta de la daga chocó con el borde de metal, una voz perezosa apareció sobre él—: Buenas tardes, recién llegado.

Ese sonido apareció sin previo aviso, sobresaltando los dedos de Chu Si, y la delgada hoja se deslizó, abriendo un corte más grande en su brazo.

La sangre brotó de inmediato.

Chu Si giró la cabeza enojado y vio a un joven de quince o dieciséis años en cuclillas en lo alto de la pared. Tenía ojos muy hermosos, de un color tan claro que eran casi transparentes, y cuando observó hacia abajo, hubo una gran sensación de arrogancia.

En conclusión, era una presencia muy fuerte.

Chu Si ni siquiera le prestó mucha atención, solamente le echó un vistazo y luego movió la daga para sacar el fino trozo de metal.

Sostuvo inexpresivamente el aparato en su palma al mismo tiempo que el contrario saltaba desde la parte superior del muro. Chu Si arrojó descuidadamente la daga, manchando la cara del adolescente con su sangre.

El chico, que había abierto la boca para hablar, inmediatamente arqueó las cejas; se lamió la gota de sangre que cayó en su comisura, observó a Chu Si y dijo con una expresión ambigua—: Gracias por tu gentileza. ¿Tienes un poco más, por favor?

«Él está loco».

Chu Si lo estudió de reojo, después se dio la vuelta para irse con la daga en la mano.

Y pronto conoció el nombre de aquel chico: Era Sa'e Yang.

Cielo NegroWo Geschichten leben. Entdecke jetzt