11. No te líes tanto

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Y Rico la empujó. Ella no entendía nada de nada y lo miró primero extrañada y después mal. Hasta que topó contra algo, o alguien, y se giró apresurada a pedir disculpas. Y delante de ella, él. El chico de las cejas. No podría matar a Rico si eso salía bien, pero como no… ardería Troya.

—Perdona —le dijo ella apurada.

—Perdonada —dijo él antes de regalarle una sonrisa fabulosa. Ella se le quedó mirando.

—No te había visto, yo… eh…

—Yo a ti sí que te estaba viendo.

¡Ay, madre mía! ¿Dónde se metía ella ahora? Pero, en verdad, ¡qué agradable era! Ella sonrió al instante. Pestañeo de flirteo, perfecto para el momento. A él también se le escapó una sonrisa.

—Me llamo Vega —le dijo.

—Y yo me llamo Alan.

¿Hacía falta algo más? Le gustaban sus cejas, era educado, se había fijado en ella, sonreía y sabía su nombre. ¿Hacía falta algo más? Sí, quizá una copa.

—¿Tomamos algo? —le preguntó.

—Ron con limón —le dijo él levantando una copa prácticamente entera. Se encogió de hombros y le ofreció de forma tímida.

Ella pretendía ir a pedir algo, pero el hecho de que bebieran lo mismo le pareció encantador. ¡Era el destino! Agarró el vaso con más ilusión que confianza y le dio un trago. Le miró de nuevo, puso una sonrisa gigante y se encogió de hombros antes de dárselo de nuevo.

—Me voy a pedir uno, ¿te parece?

Después de acompañarla a la barra, Alan comenzó a caminar hacia algún sitio donde hubiera menos gente. Ella no dijo nada y fue a su lado. Se miraban y sonreían. Él parecía algo cortado, pero no disgustaba a Vega en absoluto. Pero, qué mirada tan intensa y profunda. Y esas cejas. Le gustaba.

—No sé qué decir —dijo él al final antes de soltar una risa encantadora—. No sé, no se me da bien chocarme con las chicas en discotecas. Menos aún, chocarme dos veces.

Ella se rio sin contenerse ni nada. Le parecía divertido. Se mordió el labio con mucha más inocencia que picardía y se echó un mechón de pelo detrás de la oreja. Chocó sus copas y le dio un trago esperando que él hiciera lo mismo. Era muy guapo. Según más lo iba mirando, más segura estaba de que era así. No tenía que ver con el ron ni nada. Además, se acercaban al recibidor del garito, donde había más luz, y lo confirmaba.

Hablaron de banalidades. Lo típico. «Entra frío por la puerta». «Esta canción me encanta». «He venido con unos amigos, no había salido antes por aquí». «Yo venía más cuando era más jovencito que ahora, pero me lo conozco como la palma de mi mano». Esas cosas. Y entonces ella pensó que no tenía nada que ver con el hombre de sus sueños que era moreno, alto y de ojos azules. Que a lo sumo sólo compartían las espesas cejas y ni siquiera se parecían. La vida te da sorpresas, resulta que te pueden gustar más hombres aparte de Deneb Murphy. Y, no sabía si por sus pensamientos o por qué, comenzaron a hablar de grupos de música y de lo que les gustaba y coincidían en muchos y en otros en los que para nada y se reían. «Tú no tienes ni idea, chaval. Ese grupo es lo máximo». No resultaba nada incómodo estar con ese chico que parecía saber de todo. De hecho, comenzaba a sentirse muy cómoda. Él alzaba una ceja de una manera que le resultaba ya totalmente familiar, quizá llevaba haciéndolo todo ese rato. Quizá era el alcohol, pero le daba la impresión de que se conocían desde hacía mucho tiempo. Ya se había soltado del todo, ya no había más hielo que romper.

—Aquí vienen muchos de esos grupos que te gustan.

—¿Ah sí? —dijo ella mostrándose interesada—. ¿Y Den Murphy viene mucho?

—Creo que tiene un abono —le dijo el chico riéndose—. Sí, no es raro que lo puedas ver por aquí. Es que este sitio es eso, exclusivo para los que son exclusivos y normal para el resto de mortales.

—¡Ay! —soltó emocionada a punto de dar una palmada histérica—. ¡Es que lo amo! ¿Tú le has visto alguna vez?

—Una vez, sí —terció él asintiendo una sola vez. Se llevó el vaso a los labios mientras la observaba. Después de tragar le salió una sonrisita al ver la cara de sorpresa de Vega—. Una vez me lo crucé en los baños de la tercera planta. Muy majo.

—¿Qué dices? —preguntó ella como si no le creyera una palabra, pero en el fondo sí—. ¡No te líes tanto! A la tercera planta no se puede subir, no me engañes…

—¿Cómo que no? —preguntó él con las cejas arqueadas y los ojos más abiertos, en plan desafío. Ella se rio.

Antes de soltar una risa, el chico le cogió de la mano y tiró de ella hacia las escaleras que les quedaban más cerca. Ella se dejó llevar divertida. Aunque en Pottermore el Sombrero Seleccionador le había puesto en Ravenclaw por su manía de pensárselo todo tanto, aquella noche se sentía más Gryffindor que nunca.

Al pasar de la segunda planta, a ella le dio la risa y se tapó la boca en plan ladrona de casas tratando de no hacer ruido. Él le guiñó un ojo. Era muy emocionante hacer algo prohibido como saltarse una cuerda de terciopelo que había en la escalera. ¡Qué estupidez!        

Cuando llegaron al descansillo de la tercera planta, vega pudo comprobar que no era diferente de la segunda. Ni era de oro, ni tenía esculturas de hielo, ni nada que lo hiciese especial. Era igual, excepto por la gente que debía de haber en los palcos. A ellos sí que no podían acceder porque había dos tipos de negro charlando en una puerta en la que había unas cortinas de terciopelo rojo medio recogidas. Vega los miró ladeando la cabeza y se giró hacia Alan. Él se encogió de hombros con esa sonrisa que ya era una marca personal que la chica empezaba a adorar.

—No sé si nos dejarían pasar —dijo ella refiriéndose a los dos gorilas—. A lo mejor si nos hacemos los interesantes.

—Hombre, no sé. Tú tienes pinta de modelo, quizá sí.

Vega soltó una carcajada sonora y sincera. ¿Modelo? Ese chico alucinaba, ¿verdad? Sería el ron, seguramente. Vale que se cuidaba y que solían echarle menos años de los que tenía, pero de ahí a decir que pudiera compartir profesión con Kate Moss, era mucho decir.

—Ha sido emocionante en todo caso —le dijo ella. Hablaba de la aventura de llegar hasta allí, a pesar de todo.

—Bueno, ¿qué quieres que te diga? Yo soy así de emocionante, no lo puedo evitar. La vida está para vivirla —agregó algo exagerado como si de verdad hubieran puesto su vida en peligro o algo así. Ella se rio y lo hizo reír a él.

Entonces, como en las pelis americanas de comedia romántica, ella lo miró fijamente con su sonrisa tímida y él la miró a ella tras sus espejas cejas, con esa mirada tan oscura. La música parecía que no sonaba a su alrededor. Las sonrisas se hacían eternas. Él se acercaba a ella, hasta que su nariz chocó suavemente con la de ella y ella no se apartó. Ella elevó la barbilla, buscándole un poco, poniéndoselo más fácil, y él lo entendió. Ahí, como en las películas esas, comenzaron a besarse dos desconocidos en un sitio donde, probablemente, nadie más los conocía, o quizá una persona. Pero no el tipo que salía de detrás de las cortinas rojas para ir al baño.

No te emociones tantoWhere stories live. Discover now