Capítulo 13

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Kate parlotea sin parar y yo asiento a todo lo que dice, como si la entendiese a la perfección y estuviese de acuerdo con ella. Esta mañana me la encontré parada frente a mi puerta con los brazos en jarras y me arrastró hacia su coche para tomar un rumbo desconocido. Esta vez si que no pude librarme. Así que ahora estoy aquí, en el lugar al que solía venir con Oliver, mordisqueando una galleta con chispas de chocolate para mantener la boca ocupada y no tener que hablar.

—Te juro que a veces no entiendo a Oliver —se lleva las manos a la cabeza de forma dramática. Mi hermana es la reina del drama y la tragedia. Esa es una de las razones por las cuales tiene cada aspecto de su vida fríamente calculado—. Está silencioso, pensativo..., raro. Su actitud me está descolocando completamente y no sé cómo manejarlo. Medito y medito y no encuentro una solución.

—No puedes calcularlo todo, Kate —intercedo.

—¡Claro que sí! Solo mírame. Tengo veintisiete años, llevo haciéndolo toda la vida y me ha funcionado perfectamente...

—Hasta ahora —señalo.

—Centrémonos en el tema en cuestión, Lysa —ignora mis palabras. Sinceramente, no sé para qué pide mi criterio si solo escucha lo que le parece. He intentado por todos los medios hacerle ver a mi hermana que necesita ser más espóntanea y no lo he conseguido. Solo espero que alguien lo haga—. Necesito una solución ya o voy a volverme loca. Ayúdame, por favor —alcanza mis manos sobre la mesa y las entrelaza con las suyas—. ¿Qué debo hacer?

Kate me observa con ojos brillosos, llenos de esperanza. Son pocas las veces que me pide ayuda; por lo general, es la hermana mayor fuerte y defensora. Pero esta vez no puedo ayudarle; su relación con Oliver es algo que por mucho que lo haya asimilado y aceptado, no puedo superarlo.

—No soy la más indicada para decirte qué hacer, Kate —aprieto el agarre de sus manos—. Lo siento.

—¿Por qué?

Un largo suspiro escapa de mis labios—. Porque siempre tomo la decisión equivocada.

—¿Qué sucede contigo, Lysa? —inquiere mientras me escruta con sus ojos—. Tú también estás rara, el odioso de Killian me mira extraño y no entiendo nada de nada. ¿Sucede algo que yo no sepa?

Río, resoplo y muevo los hombros a la vez. Luego me llebo una mano hacia la frente—. No sucede nada, Kate; nada en absoluto.

Ella asiente satisfecha y suspira alivida al mismo tiempo. Yo no puedo dejar de buscarle el doble sentido de mis palabras.

Decon tuvo que viajar a Washington por trabajo. Lleva unos días fuera de la ciudad, pero estamos bien. Nuestra relación marcha de maravilla y he descubierto una versión totalmente distinta de mí en el ambito sexual. Sin embargo, a veces no puedo evitar las ideas que se arremolinan en mi mente y a menudo me pregunto qué hubiese sucedido si hubiese tomado decisiones diferentes.

—Tal vez deberías hablar con Oliver —sugiero—. Sentaros y platicar con calma. Estoy segura de que podréis solucionarlo.

—Vale —mi sugerencia le satisface y algo de tensión desaparece de mis músculos—. Ahora solo debo planear bien las preguntas que le haré —niego con la cabeza. Ahí está la reina calculadora nuevamente. Creo que es algo que no puede evitar—. Gracias.

—¿Por qué? —pregunto confundida—. No he podido ayudarte.

—Me has escuchado —replica—. He logrado desahogarme y con tu consejo, mi mente comienza a aclararse.

—Entonces debo decirte que las gracias no son necesarias —agrego—. Somos hermanas, Kate y tú siempre has estado ahí para mí. Son escasas las veces en que tengo oportunidad de compensarte.

—Te quiero, Lysa —vuelve a entrelazar nuestras manos—. Extrañaba nuestras pláticas. No dejemos pasar tanto tiempo sin reunirnos otra vez.

—Vale.

—Quizá la próxima vez podemos invitar a Oliver —me paralizo momentáneamente y mis dedos se quedan rígidos alrededor de los suyos—. Ya no recuerdo la última vez en que salimos juntos solo los tres.

No puede recordarlo porque nunca ha sucedido, aunque no se lo digo. Mi cerebro comienza a vislumbrar la escena de los tres juntos, compartiendo como colegas y cierro los ojos para deshacerme de la idea. Sería un completo desastre.

—Debo irme —se levanta repentinamente de la mesa y corre a darme un beso en la mejilla—. Tengo una cesión de fotos.

—Te desearía suerte, pero no la necesitas —comento.

—En esta ocasión puede que la necesite —refuta con gesto hastiado—. Tendré que compartir el foco de luz con Killian Saunders.

—Realmente no entiendo por qué te desagrada tanto —intervengo—. Nos criamos juntos. Y además, Killian es muy majo y divertido.

—Pues yo no le hallo la gracia a ninguno de sus chistes.

—Si te detuvieras un momento a conocerle bien, descubrirías su gran corazón —hablo por experiencia propia. Aun no olvido el día de la boda de Oliver.

—Puede ser, pero estoy segura de que su ego es más grande de su corazón.

—¿Por qué estás tan segura? —indago entrecerrando los ojos.

—Porque de si fuese lo contrario, sufriría de crecimiento en el corazón. ¿No te vas?

—Me quedaré un rato más.

—Vale —vuelve a besarme la mejilla y se marcha contoneando sus caderas.

Como es habitual, despierta la atención de cada persona a su paso. Kate es la típica mujer ardiente que provoca el deseo en los hombres y la envidia en las mujeres. El rubio brillante natural y el atractivo lo heredó de mi madre; lo único de mi padre en sus rasgos físicos son sus ojos verdes. Todo lo contrario de mí, que soy la copia de papá hecha mujer con mi cabello castaño y los hoyuelos en las mejillas y curiosamente los ojos de mamá. Eso sí, el gusto por las motos, el rock and roll y la ropa sport, así como la aberración por la moda, no sé de quién lo saqué. A veces me siento como la oveja negra de la familia.

Pido un té verde y cambio de mesa para obtener una mejor vista de la ciudad. He dejado de visitar el lugar; no me atrevía a sentarme en mi mesa favorita y tomar helado de vainilla sin Oliver. De hecho, no he vuelto a probar la vainilla desde la desastrosa cena familiar donde anunció su compromiso. Estoy evitando los objetos, la comida y los lugares que me recuerden a él. Algo muy irónico de mi parte cuando lo tengo cada día en mi trabajo, justo al lado de mi oficina.

Me río sola de mi misma y bebo de mi té. Estoy para que me encierren en un sanatorio de por vida.

Mi móvil vibra, anunciando un mensaje no leído en WhatsApp:

Ignóralo: Tenemos que hablar.

Resoplo y escribo una escueta respuesta:

Tú: Vale. Hablamos mañana en la oficina.

Segundos después el teléfono vuelve a vibrar y ruedo los ojos. Es evidente que no se quedaría conforme con mi contestación.

Ignóralo: Ahora.

Tú: Estoy ocupada, Oliver.

Ignóralo: ¿Haciendo una investigación sobre la calidad del té o de cuántas personas pasan frente a la estancia?

El celular cae de mis manos y aprieto los dientes y desvío la mirada hacia los lados, buscándole.

—Mira hacia atrás, colega —escucho su voz vibrante como el motor de mi Ducati y a la vez, suave como mis bragas de seda acariciar mi oreja. No puedo obedecerle, siento como si me hubiesen echado pegamento en la silla y no pudiese moverme. Mi reacción no supone ningún impedimento para él, puesto que se coloca delante de mí, toma asiento y se pone cómodo; es lo mismo que hace cuando se prepara para un juicio—. Tú y yo tendremos una plática larga y tendida, Melysa Rose Maxwell.

El Precio del AmorOù les histoires vivent. Découvrez maintenant