Transmutando

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De acuerdo, las cosas iban bien dentro de lo que podía considerarse óptimo.

Mondstadt era una ciudad preciosa, llena de vida y con muchos campos verdes en los que estar, la gente tendía a ser muy compasiva y amigable, si conseguías relacionarte con las personas correctas claro, y su repertorio de licores era un paraíso para cualquier ser humano con dos dedos de frente.

El problema radicaba en que, aunque tuviera excelentes amigos allí, su vida no era un camino de rosas desde hacía una semana.

Diluc, ese pequeño niñito rico al cual amaba molestar y complacer con su divina compañía, le había negado todo intento de acercarse a su bodega personal exclamando que, si tenía la suficiente edad para beber, debería tener el suficiente dinero para pagar por una copa o dos. No era que necesitara su aprobación para acercarse a los barriles, con sobornar a Kaeya tenía suficiente para una de esas noches en las que no quería actuar en las plazas, pero el chico no estaba en la ciudad, se había ido de viaje a quien sabe donde y no creía que los demás tuvieran tantas ganas de meterse en problemas con el señorito como para pasarle un trago a escondidas.

Según sus cálculos el viaje del moreno terminaría en un par de meses, así que esperarlo no era una opción para Barbatos.

Suspiró paseando por las calles en busca de un lugar perfecto para tocar sus tonadas, si tenía suerte algún alma benevolente le invitaría un trago, pero con el problema del dragón nadie tenía cabeza para escuchar sus canciones.

Ah, sí, Mondstadt aparte de ser un lugar precioso, era ahora la casa de un dragón al cual todos le temían, aunque no se hubiera comido a nadie todavía, era demasiado raro todo eso de la mudanza de la criatura, pasó justo después de que Kaeya se fuera con sus subordinados a esa misión por lo cual no tenían mucha ayuda de un experto en peleas con animales tan... exóticos.

Todos habían entrado en pánico cuando se dieron cuenta de que los sonidos al borde de la fortaleza no eran desplazamientos de roca, sino rugidos de una criatura molesta con la gente que osaba acercarse a sus dominios. Habían intentado durante todo ese tiempo ahuyentarlo, matarlo o quien sabe que cosas que a los ciudadanos se les ocurriera. Algo drástico para tratarse de un animal que, según sabía, no había matado a nadie incluso cuando lo molestaban tanto.

Era raro que nadie se hubiera dado cuenta de eso, tal vez le temían demasiado como para pensar en que quizás, y solo quizás, el dragón no era tan peligroso como lo hacían ver.

Tomó su lira decidiendo que la plaza sería el lugar adecuado para intentar tocar un poco, si tenía suerte podría conseguir al menos unas monedas para pagarle a su querido pelirrojo, y estaba seguro de que, si despejaba su mente con una canción, las ideas fluirían mejor en esa cabecita suya.

Y, antes de poder decir una palabra, un rugido se escuchó desde las cercanías de las praderas. La gente volteó asustada en dirección al sonido y Venti, si es que ya no era suficiente por ese día, suspiró resignado.

Ay no, esto era pésimo.

(...)


—Dices que quieres otra oportunidad, ¿No es así? — dijo Diluc tomando en sus manos los papeles en su escritorio, echándoles un ojo casi como si su presencia no fuera tan importante como su trabajo de niño de clase alta.

El pelinegro asintió cansado, herido por tener que arrastrarse corriendo a él, pero con una parte de su dignidad intacta.

—No puedo vivir sin ti, eres lo mejor que me ha pasado y yo...

Transmutando [ZhongVen]Where stories live. Discover now