13. Verano de los 16 años

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Mi madre me odia. Me odia. Me odia.

Probablemente desearía que nunca hubiese nacido.

Todo lo que hago está mal.

Y lo único que quiero es que me preste atención.

Seguí caminando hacia el mar con la tabla bajo el brazo, con todo el enojo y la tristeza mezclándose dentro de mí. Lo único que quería era desahogarme en el mar. Clavé mi vista en las olas que parecían igual de furiosas de lo que yo me sentía en ese momento.

―¡Kaia! ―escuché que Cole gritaba mi nombre a mis espaldas, pero lo ignoré.

Apuré el paso hasta que el agua del mar golpeó mis pies en la orilla.

―¡Kaia! ―la voz de Cole estaba más cerca, parecía estar corriendo hacia mí, pero yo seguí avanzando.

Cole me siguió gritando, pero el rugido de las olas se llevó su voz.

El mar estaba más oscuro de lo habitual y era difícil diferenciar la línea que dividía el cielo del gris del mar.

Por el rabillo del ojo vi un rayo iluminar el cielo en el mismo momento en el que alguien me agarró de la cintura y me impidió que siguiera entrando al mar. Traté de seguir adentrándome en el agua, pero las manos de Cole se aferraron a mi cintura con fuerza. Me retorcí y me di vuelta furiosa, pero me quedé paralizada cuando vi a Cole mirándome con una desesperación que jamás había visto en su rostro.

―¡¿Qué diablos haces?! ¿Estás loca? ―me gritó― Está por diluviar. Está prohibido surfear ¿No ves lo peligroso que es?

Di un paso hacia atrás y Cole me agarró de la muñeca, probablemente creía que iba a meterme al mar de todas maneras.

―Por favor ―suplicó con la voz quebrada. Sus manos pasaron a aferrar mis hombros―. No lo hagas. Quédate conmigo.

Pestañeé siendo súbitamente consciente de lo que estaba a punto de hacer. No había nadie en el mar ni en la playa. La bandera roja ondeaba en lo alto de la cabina vacía del guardavidas. Las olas rompían con fuerza y había relámpagos en el cielo. Y Cole estaba temblando. Sus manos estaban temblando sobre mis hombros. Y entonces lo entendí. Entendí por qué estaba tan afectado. Su madre había muerto en un accidente de surf y yo estaba a punto de surfear cuando era tan peligroso. Era una inconsciente.

Sentí un nudo en la garganta y un sentimiento de tristeza más profundo al ver lo que había provocado en Cole. Eso me hizo colapsar. Dejé caer la tabla de surf en la arena y me cubrí la cara con las manos mientras finalmente liberaba las lágrimas.

―Eh, corazón ―murmuró Cole, agarrándome de la cintura para acercarme a él. Yo enterré mi cara en su pecho y sentí su corazón latiendo a toda velocidad. Estaba asustado. Eso me hizo llorar con más fuerza. Cole enterró una de sus manos en mi cabello y con la otra me acarició la espalda para tranquilizarme, a pesar de que él estaba tan o más afectado que yo―. Está bien, tranquila.

Rodeé su cintura con mis brazos y él siguió tranquilizándome entre murmullos. Me encogí ante el estruendo de un relámpago y segundos después la lluvia comenzó a caer con fuerza sobre nosotros.

―Ven, vamos ―dijo Cole. Apenas podía escucharlo.

Cole entrelazó su mano con la mía y agarró mi tabla de surf. Corrimos para refugiarnos en algún lugar y decidimos hacerlo bajo el techo de Samurai. Estaba cerrado y no había ni un alma en la playa. Cole dejó mi tabla contra la pared.

Estábamos empapados y yo estaba tiritando del frío porque seguía en malla y no había traído nada más. Cole se dio cuenta y se quitó su campera.

―No hace falta ―me apresuré a decirle, pero él no me hizo caso.

Hasta el próximo veranoWhere stories live. Discover now