|Capítulo 42: El sueño del impostor|

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Por eso necesitaba de vuelta la inmortalidad. Tenía que asegurar su permanencia, seguir escalando, para llegar a la conclusión a la que el Creador había llegado. Y casi lo logró, su hijo lo hizo posible. Era consciente de que merecía su odio, pero también sabía que algunos habían nacido para gobernar y otros para ser gobernados. Su anterior versión fue aplastada bajo esas máximas, luego se había reconstruido para poder volver a escribirlas.

Si Luís era digno de alcanzar la cima también iba a llegar a la misma conclusión.

«Rompiste a tu hijo, Marcel. Dañaste a tu propia sangre, extinguiste lo único que te queda de descendencia»

No, él es fuerte, a la larga va a comprender.

Pero tenía que hacerle entender a esa mujer primero.

Por eso no podía dejarla ir, su única oportunidad de formar parte del Consejo Directivo de la Sociedad, un organismo que reunía a todos los Originales del mundo, era el sueño de escala máxima a la que había aspirado en un principio. Tenía que explicarle en qué les beneficiaba este descubrimiento para abastecer su ejército, estas criaturas eran perfectas para liderar la guerra en contra de la humanidad que los obligó a esconderse durante tantos años. Iban a ser un punto crucial al demostrar finalmente quiénes eran los que merecían ocultarse para ser dominados.

Marcel se internó entre los soldados de Minerva con rapidez y trató de alcanzarla, al menos tocar su hombro, pero fue como si se activara un interruptor, antes de que lo consiguiera alguien le clavó un codazo en el costado y lo empujó contra la pared, haciendo rebotar su cráneo. Sintió un dolor punzante, también le había quebrado un par de costillas. Dos lo sostuvieron para que no pudiera moverse y otro presionó su garganta con su antebrazo.

—No te atrevas a tocarla —gruñó uno, su rostro estaba cruzado por varias cicatrices y su dentadura era la de una bestia común. Tenía el cabello negro, uno de sus ojos era azul claro y el otro estaba teñido de negro.

Trató de moverse, no entendía la fuerza que tenía ese puñado de quimeras comunes tan jóvenes. El resto de los aprendices que salieron de la sala se quedaron parados en el pasillo, observando con enfermiza curiosidad.

—Teniente, por favor —tragó su malestar, no estaba acostumbrado a rogar—. No se vaya, déjeme explicarle.

La mujer apenas tuvo el reflejo de voltearse como si no le importara lo suficiente. Su cabello enmarcaba una expresión de piedra, al final Marcel comenzó a forcejear de nuevo con sus hombres, utilizó su fuerza sobrehumana y solo cuando logró zafarse de las garras de uno, su gesto mostró algunas grietas y ella lo recorrió de pies a cabeza con desgana.

—No hay nada que puedas decirme que vaya a hacerme cambiar de opinión, esa criatura es una aberración —dijo inexpresiva—. Debe morir cuanto antes.

Le dolió escuchar esas palabras. No comprendió cómo podía actuar tan tranquila después de lo que acababa de mostrarle, incluso le hizo pensar que su discurso, la humillación que le había hecho arder la nuca, parecía una perfecta actuación a su lado. El plan fue apresurado, y aun así Mare percibía que algo no encajaba, en su actitud y los argumentos que utilizaba para descartar su proyecto, su descubrimiento.

Algo estaba mal.

—Pero él sigue siendo mi hijo, no voy a dejar que muera —afirmó, relajando los músculos, dejó de forcejear—. Es la criatura más capaz que conozco, su madre fue una Sombra, tiene en la sangre la huella que le da la posibilidad de convivir con ellas, con el entrenamiento correspondiente él podría dirigir su propio ejército, podría llegar a controlarlas...

Minerva asintió hacia uno de los hombres que clavaba la rodilla en su muslo y este conectó un puño contra su rostro. Antes de que pudiera despejarse, otros dos golpearon sus costillas rotas y partieron varias más, luego lo obligaron a arrodillarse. Obstruían un lado del camino, los ojos de todos los practicantes se habían convertido en agujeros blancos perdidos en la periferia. Si algo sabía sobre los Originales era que su orgullo pesaba más que cualquier baño de sangre y siempre solían recurrir a la humillación pública.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now