04. Verano de los 14 años

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No insistí con el tema. Luego de conocer a Cole por tres años, sabía que no tenía que presionarlo si no quería contarme lo que le pasaba. Era consciente de que en ese momento muchos pensamientos debían de estar pasándole por la cabeza y solo necesitaba ordenarlos para decirme lo que le molestaba. Así que saqué una bolsa de tela de mi mochila y empecé a juntar caracoles de todos colores incrustados en la arena.

La verdad era que mis caracoles favoritos eran los que estaban rotos o dañados en alguna parte, no sabía por qué, pero esos eran siempre los que tenía el impulso de agarrar primero a pesar de que sabía que los que se iban a vender eran los que estaban de una sola pieza.

―Es imposible hablar con él de ella―musitó Cole unos segundos después y, si no fuera porque estábamos caminando pegados el uno al otro, no lo hubiese escuchado sobre el rugido de las olas de mar.

Sabía que se refería a su mamá. Alcé la cabeza para mirarlo y casi tiré mi bolsa a la arena al ver que Cole tenía los ojos húmedos. Tragué saliva y rocé levemente mi mano contra la suya en señal de apoyo. Él tomó una respiración temblorosa antes de seguir hablando.

―Nunca quiere hablar de mi madre conmigo ―me contó―. A pesar de que yo traté de sacar el tema muchas veces. A veces... simplemente necesito hablar de ella, ¿sabes? Éramos muy unidos. Pero mi padre no quiere que lo haga y menos en presencia de Levi... Y después suelta comentarios así de la nada ―se quejó enojado.

―Puede que sea difícil para él ―dije sin saber muy bien qué decir, pero queriendo que la arruga en la frente de Cole desapareciera.

―No me importa ―replicó sin mirarme y luego negó con la cabeza―. ¿Sabes qué? Olvídalo. Es una estupidez de todas formas.

Claro que no lo era. Me detuve y él se detuvo unos pasos después de mala gana.

―Cole ―lo llamé porque él seguía de espaldas a mí mirando al frente. Cole suspiró y se dio vuelta. La gorra le ocultaba parcialmente su rostro y ahora que estábamos alejados no lo podía ver bien. Me acerqué y él ladeó su cabeza para poder verme mejor. Seguía con una expresión tensa en el rostro―. Puedes hablar de ella conmigo cuando quieras ―le aseguré.

―Tú no la conocías ―replicó él en un tono brusco.

―¿Y?

―¿Y por qué te va a importar? ―cuestionó. Estaba a la defensiva, pero no me lo iba a tomar personal.

―¿Cómo no me va a importar, idiota? ―Bueno, tal vez no me salía ser suave cuando preguntaba algo tan estúpido―. Eres mi mejor amigo ―le recordé y eso lo hizo esbozar una pequeña sonrisa―. Y me hubiese gustado conocerla ―continué con más suavidad.

Noté que él tragaba saliva con fuerza.

―A mi me hubiese gustado que ella te conociera a ti ―admitió. Su voz sonaba diferente y sabía que si él se ponía a llorar, yo iba a llorar también―. Te hubiese adorado.

Sentí un nudo en la garganta.

―¿Cómo estás tan seguro? ―musité.

―¿Bromeas? Si hubiese visto como quisiste pegarme por criticar tu tabla cuando nos conocimos te hubiese chocado los cinco.

Me reí.

―Ella te enseñó a surfear, ¿verdad? ―pregunté un poco insegura. Sabía muy pocos datos de su madre, pero mi padre me había dicho que la madre de Cole fue la que le inculcó el amor por el mar y el surf.

―Sí, mis primeros recuerdos son con ella en el mar ―contestó.

La sonrisa seguía en su rostro así que me relajé, aunque la sensación de tristeza seguía en mi pecho por verlo a Cole tan afectado. Él giró la cabeza para contemplar el mar y nos quedamos en silencio mientras las olas rompían y el agua llegaba a nuestros pies con lentitud mientras respirábamos el aire salado.

―En serio, Cole ―dije unos segundos después―. Si quieres hablar con alguien, estoy aquí. Y me interesa ―le aseguré.

Él no contestó al instante, pero cuando lo hizo, noté que estaba más tranquilo.

―Gracias, Kai ―dijo con una sonrisa dando un paso hacia mí.

Le devolví la sonrisa y miré nuestros pies enfrentados llenos de agua y arena, estaban casi tocándose. En el medio de nosotros había una caracola partida por la mitad y me apresuré a agarrarla antes de que el mar se la llevara y la perdiera de vista. Me enderecé y le froté la arena, era blanca con los bordes de un naranja intenso.

Cole estiró su mano para ayudarme a quitarle la arena a una de las mitades.

―Está rota ―dijo con una mueca.

―Lo sé, ¿pero no es bonita? ―le pregunté mientras unía la mitad con la suya―. Me haré una tobillera con ellas ―decidí.

Él se quedó mirando la caracola por un momento.

―¿Me haces una a mí?

Alcé la cabeza para mirarlo sorprendida.

―¿En serio?

―Sí, pero una tobillera no, con la correa de la tabla seguro que se me pierde. Me podrías hacer un collar ―sugirió.

―¿Con una de estas mitades? ―pregunté para asegurarme.

Eso lo hizo reír.

―¿Las quieres para ti? No pasa nada.

―No, no ―me apresuré a decir―. Vamos a compartir caracola ―dije, aunque no sabía con exactitud a dónde quería llegar.

―Ya lo sé, listilla ―respondió con una sonrisa divertida―. Aunque seguro que a mí me queda mejor.

Resoplé irritada.

―Dámela antes de que la pierdas ―me quejé.

Le quité su mitad de las manos, pero en vez de ponerla en la bolsa con el resto, guardé las mitades con cuidado dentro de un bolsillo interior de mi mochila.

Hasta el próximo veranoWhere stories live. Discover now