7. No te obsesiones tanto

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Vio se quejó por quejarse y se levantó hacia su mesa. Le gustaba la canción de Den, era bastante pegadiza con ese ritmillo y el coro detrás. Aún no se sabía la letra entera, pero ya las dos entonaban el estribillo como si la canción tuviese cinco años. Y así, mientras Vio se ponía manos a la obra, Vega se levantó y bailoteó por todo el despacho, teniendo que sortear las estanterías y los cables del suelo. Vio procuró no hacerle ni caso y ponerse a lo suyo, sólo dos partidas más, nada más que dos partidas. Vega, después de sortear una pila de papeles que podrían haberse caído al suelo si les hubiera dado un caderazo, no tuvo tanta suerte y pisó uno de los lápices que aún estaban por el suelo desde el lunes. Se resbaló cayendo de culo contra la mesa de su amiga.

            —¡Aaaaaaauh! —se quejó.

            —Eso ha sido un castigo divino por dos cosas. Una, por bailar delante de mí cuando yo estoy trabajando y dos, por tirarme los lápices el otro día.

            —¡Joder tía! ¿Pero por qué aún hay lápices en el suelo?

Vio se reía sin quitar la vista de la pantalla de su ordenador y la otra se quejaba frotándose el golpe. Ya se quedó sentada sobre la mesa y balanceó los pies lo que restaba de canción mientras miraba al techo. Se cortaba el pelo tan cerca de su casa... ¿y si paseaban por el mismo sitio y ella no lo sabía? Podría ocurrir. Podría estar ocurriendo en ese instante, en realidad. ¿Y cuánto le conocía ella? Después de veinte años pensaba que sabía todo de él. Tendía a idealizarlo, sí. Era imposible no pensar que debía de ser el mejor amante del mundo, tenía cara y tenía pinta de desenvolverse bien en ese ámbito. Y su chulería innata y todo ese ego también parecían corroborar la teoría. Pero eso no era todo de Den, no era sólo ese ser magnifico que puede tocar las estrellas con la mano y no quemarse, guapo como un Adonis y carismático como el que más. También tenía canciones donde imprimía sentimientos que lo traían de vuelta a la Tierra. Que lo convertían en ser humano. Y luego, cómo hablaba en las entrevistas, los gestos que tenía continuamente. Esa inseguridad que parecía mostrar con el lenguaje no verbal. ¿Sería tan tímido en la vida real? Seguro que el gran ego era una fachada y luego él era demasiado cariñoso y súper adorable. O no, mejor que fuera un tipo duro y difícil de pulir. O... bueno, ¿qué más daba? A ella le gustaba de todas las maneras en las que se lo había imaginado. Porque sí, por triste que fuera, todo lo que sabía  de Den se lo había imaginado. O supuesto. ¿Y él que sabía de ella? Nada.

Menuda mierda.

            —¡Ya está! —anunció alegremente su amiga, levantando los brazos como si hubiera marcado un triple.

            —¿Sí? ¡Pues vamos!

Subían al ascensor con una sonrisa. Lo mejor del viernes es que salían antes y ya quedaba poco para salir. Tenían siempre mucho curro, pero tampoco tenían unos jefes muy ogros. Eso, y que les pagaban el alquiler de sendos pisos, casi los hacía los mejores jefes del mundo. Vega pulsó el botón del ascensor para ir a la planta baja pero, antes de que se cerraran las puertas, un hombre hizo un gesto y casi llegó a la carrera hasta el ascensor. Vio tuvo que poner la pierna en el sensor para que se volvieran a abrir las puertas, y eso que le daba pánico de que no funcionara y se le cortara la pierna en plan dibujos animados.

            —¡Ay! Gracias —dijo el hombre.

            —Nada... —contestó Vio. Se le quedó mirando y se le escapó una sonrisilla cargada de intenciones. Estaba bueno.

Vega miró a su amiga frunciendo ligeramente el ceño por aquel atrevimiento, pero luego el hombre sonrió de forma cortés y a ella se le escapó una risita. Era Cobe, el de antes, y sí, visto al natural era lo suficientemente guapo como para que su amiga le hiciera ojitos.

No te emociones tantoحيث تعيش القصص. اكتشف الآن