Capítulo 1.

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SARAH.

Supongo que tuve la suerte de no notar mucha diferencia en mi vida cuando bajaron. Me refiero a que ya era una mierda desde mucho antes. Pasé de robar carteras para cabrear a Joyce a atracar supermercados en busca de latas de conserva.

Creo que, de hecho, mejoró. Ahora nadie me marea con "Sarah, eres demasiado joven para fumar", "Sarah, pegarle no es la solución" o el típico "Sarah, no te lleves eso si no piensas pagarlo." No sé qué clase de vida gris llevaban todos.

En mi defensa, -por si algún día me mata un ángel, ya que es lo más probable-, alegaré que yo siempre he creído en ellos. Madre mía, si soy casi una mártir, aguantando las burlas de estúpidos como Travis, al que le di una paliza por burlarse de la pluma que siempre llevo en el cuello en una cadena de plata.

Además, ¿sabéis? Que se fastidie. El resto de la humanidad. Yo ya intenté avisarles, y en cambio, me acusaron de asesinato a los doce años y me enviaron a un reformatorio para el resto de los días. La Loca, me llamaban allí, mientras me hinchaban a pastillas. "Estrés postraumático; ninguna niña de 6 años debería haber visto su madre morir asesinada."

¿Estrés postraumático? Ja. Por eso sólo quedábamos casi el 5% de la población, ¿no? En realidad no tenía ni idea del porcentaje de supervivientes, pero teniendo en cuenta que no había visto a nadie en casi 5 meses, no debía de ser muy alto.

Pero bien. Tendré que empezar desde el principio.

No es la primera vez que bajan los ángeles, a diferencia de lo que cree el resto del planeta. No estoy segura de si algunos vivían ya aquí abajo, o si descendían y subían del Cielo cuando querían, como si fueran en ascensor. No sé si eran Desterrados -no los llamo Caídos porque todos cayeron hace poco-, en su exilio, o ángeles vigilándonos.

Siempre los he visto. Habían dos tipos. Unos con sus alas translúcidas, blancas y luminosas, ribeteadas de plata. Con las últimas plumas de un metro de largo rozando el suelo, por la magnitud de ellas. Y luego las he visto de negras. Negras de puntas doradas, perforadas de aros y cadenas, bellas aún siendo semitransparentes.

A los cuatro años me di cuenta de que era la única que veía sus alas. Ahora, con dieciocho, sabía que era porque era inmune al Espejo, el especie de hechizo que utilizaban para ocultarlas. Cuando bajaron todos como bolas de fuego, sus alas eran totalmente opacas... Y aún más bellas y aterradoras. Y por la cara que ponían los demás, totalmente visibles.

Lo primero que pensé cuando los vi cayendo del cielo fue: "oh, sí, beibis, tenía toda la razón." Lo siguiente fue: "mierda, estamos bien fastidiados."

Aunque sigo creyendo que la mayoría reaccionó exageradamente. Es decir, vamos: casi todos mataban o se mataban. Yo sólo podía pensar: "somos tan estúpidos que acabaremos su trabajo incluso antes de que empiecen." Y mira que resultó ser fácil.

Cuando Bajaron y nos vimos rodeados, todos creyeron como niños que el gobierno nos salvaría. Resultó que tres de cada cuatro presidentes eran ángeles utilizando el Espejo, que habían transformado su aspecto hasta adquirir su rostro. Cuando los ejércitos que quedaban decidieron actuar, se vieron desorganizados y torpes: la Iglesia y resto de religiones no cesaban de repetir lo suicida que resultaba atacar a las criaturas del Cielo. Por no hablar de lo poco ético que resultaba matar a aquello en lo que te habían enseñado a creer desde pequeño.

Tan sólo les tomó un mes en acabar con los cimientos de nuestra civilización.

El resto de supervivientes se dividió en tres grupos:

a) aquellos que se volvieron violentos y anárquicos, que se agrupaban en bandas e iban por la calle armados hasta los dientes. No sé, supongo que creyeron que si los iban a matar por pecadores, más les valía que fuera por pecados que valieran la pena;

b) la gente que se metió en sectas que eran religiosas, según ellos (yo creo que más bien eran satánicas, por lo que he llegado a comprobar), y rendían culto a los ángeles proclamando a los demás (al menos a los que quedábamos) que había llegado el ejército del Señor a salvarnos de todos;

y luego estaba el grupo c), los más numerosos, sensatos y normales: los que atrancaron las puertas y se encerraron en sus casas, esperando a que todo pasara como si se tratara de un temporal. Pues no pasó, chicos. No lo hizo.

Así que, por supuesto. Os preguntaréis en qué grupo me incluyo yo.

En el primero, por supuesto. Aunque no voy con una banda, ni mato personas.

Tan sólo ángeles.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora