6. No te muevas tanto

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            —No empieces otra vez, en serio. ¡No voy a ir! ¡No voy!

            —Pero si están deseando verte. Estarán un montón de amigos tuyos —le decía, acariciándole el pelo con una mano—. Todos están deseando verte, Den.

            —Sí, todos estarán deseando preguntarme qué tal mi puta vida sentimental. Se la suda el disco, Meg, la gente es jodidamente cotilla y no me apetecen. No veo que muchos me hayan llamado para decirme: «Eh, tío. Puto genio, te has vuelto a lucir».

            —Tampoco te han llamado para preguntarte por tu novia de treinta años —apuntó ella con cierto rintintín.

            —Porque esas cosas la gente te las echa a la cara, como si fueran más amigos tuyos por preguntártelo en un susurro en mitad de un puto cocktail entre que canta una puta banda nueva y un viejo rockero consagrado. La gente es excesivamente frívola en este mundo.

            —¿Sabes qué creo, Den? —preguntó ella levantándose de repente. Alzando la voz con algo de fastidio—. Creo que tienes miedo porque el último disco no fue un éxito a nivel de otros trabajos. Pero te lo juro que no te puedo entender. Lo has grabado emocionado y no parabas de repetir que te ibas a mear en todas las críticas porque no iban a poder sacarle pegas. ¿Se puede saber por qué ahora te auto-boicoteas la promoción? ¿Me lo explicas?

Den abrió los ojos de más observando a su novia. Los ojos y la boca. Y sin saber qué decir. Sí que pensaba, su cerebro le había dado la respuesta, pero no tenía palabras reales para soltarlo por la boca. La diferencia entre grabar un disco estando felizmente casado y presentarlo cuando tu vida se ha dado la vuelta es, precisamente, todo. Ya no era tan joven para hacerle creer a todo el mundo que le daba igual la movida. No le daba igual, obvio.

            —Quédate en casa conmigo —le pidió él mirándola con el gesto más relajado, en un tono con un alto índice de súplica.

            —No —contestó ella. En verdad le partía el corazón verlo así y, a veces, pensaba que era culpa de ella. Por eso necesitaba alejarse de él en ese instante, no podía culparse de lo que él no quería hacer—. Tengo que ir, habrá gente a la que hablar de tu disco para cuando te apetezca trabajar y concederles entrevistas.

Él la miró de forma cansada. No tenía ganas de que lo estuviera convenciendo así, como haciéndole creer que era un idiota por no hacerle caso. Lo era, sí, y ella era muy trabajadora. Demasiado. Tenía razón, eso seguro. Pero aquella noche estaba desmotivado.

            —No te enfades, nena.

Meg rodó los ojos. Sí que estaba un poco enfadada. ¿No se daba cuenta de que ella hacía todo por él? Puto egoísta y cuánto le gustaba. Lo miró de reojo y lo vio medio sonriendo. Maldita fuera esa sonrisa. Volvió a rodar los ojos y notó que él se levantaba para abrazarla por la cintura detrás de ella. Comenzó a besarla el cuello lentamente haciendo que se le parara el tiempo. Den tenía esa mala costumbre de conseguir que a ella se le diera la vuelta al estómago y que sintiera cómo corría la sangre por sus venas. Meg cerró los ojos y él dibujó una línea invisible sobre la piel de su cuello con la nariz, besó su mandíbula mientras la giraba suavemente entre sus manos para quedase mirándola fijamente. Malditos fueran esos ojos azules otra vez.

            —¿Vas a ir? —le preguntó él de forma melosa.

            —Sí.

            —¿Me traes tabaco? —preguntó con una sonrisa en los labios y un tono totalmente apaciguador.

            —Te odio, Deneb Murphy —le dijo ella sin quitar una sonrisa que se le alojaba en la cara—. Te odio muchísimo.

            —Yo a ti también te odio muchísimo —le respondía él justo antes de posar sus labios en los de ella y besarla buscando su lengua. Ella lo recibía bien, así que no se apartó. Disfrutaba de ella.

Para Deneb, Meg era como un soplo de aire fresco que le llenaba de una energía tremenda y una insuperable vitalidad. A pesar de estar enfadado casi todo el tiempo con el mundo, ella conseguía templarlo sólo con estar ahí con sus preciosos ojos azules y su perfecta sonrisa. Le divertía verla con el ceño fruncido, pero era incapaz de hacerla enfadar del todo. Le daba miedo que se enfadara de verdad y lo dejase tirado. Además, ella desprendía una candidez que a él no le gustaba apagar porque lo tranquilizaba. Se preocupaba por ella. Sabía que no era fácil ser la señalada por millones de seres humanos criticones. Sabía que ella tampoco es que lo pasara bien por culpa de su aventura, pero ahora estaban juntos en esto. Ella parecía ser mucho más valiente que él en todos los sentidos. Salía a la calle sin que le importaran las cámaras o los comentarios. Él había sido así siempre. Tenía que empezar a relajarse. En la radio lo consiguió y todo terminó siendo tan genial como siempre.

            —Voy a follarte, si no te importa —le dijo separándose de ese largo beso que lo mantenía pegado a ella. Se pasó la lengua por el labio inferior mirándola fijamente.

            —¿Qué quieres que diga? No me importa para nada —soltó ella junto a un suspiro.

Amaba a esa chica, era lo único que le importaba en ese momento. Amaba rozar su cadera con las manos, estrecharla contra él y amaba todo su cuerpo con virtudes y defectos. Pero lo que él amaba por encima de todo era que ella lo adoraba a él, sin duda alguna.

No te emociones tantoWhere stories live. Discover now