|Capítulo 40: La voluntad perdida|

Comenzar desde el principio
                                    

La bestia la empujó contra el final del ascensor, la tomó de las solapas y le partió la nariz de un cabezazo cuando intentó hablarle.

—"Te están dejando morir." —Se burló Luís, recordando lo que le había dicho ella antes de dejarlo salir.

Subió las manos por su pecho como tantas veces lo había hecho en esos sueños y envolvió su garganta, las garras clavándose en su piel. La estrelló contra la pared como si se tratara de un simple juguete, mientras las palabras de Mikaela se repetían en su mente, era interrumpido solo por el ruido de sus huesos rotos, una pequeña sonrisa brotó en su cara al ver la sangre brillante manchar de rojo su expresión, y se hizo más grande a medida que el olor dulce lo embriagó.

Un intenso gruñido vibró en su garganta al probarla, la sensación de placer que estaba esperando se extendió hacia todas sus extremidades. No, era mejor. La oscuridad, se sentía bien, mientras su vida se escapaba al desgarrar de sus músculos el recuerdo de él, y perdía de a poco el dolor que le había provocado con su existencia, su humanidad igual.

Pronto dejó de sostenerla, se deslizó al suelo. Con un profundo repiqueteo, se sentó encima y abrió un hueco lo suficientemente grande para extraer el motivo de sus desvelos. Sostuvo la masa de músculos con una mano, era cálido, brillante y el líquido rojo bajaba por su brazo. Era pesado, más de lo que había sido su amor por él, deslizó la lengua a través del camino endulzado por su ansia, y lo sostuvo entre sus dedos como una manzana enorme.

Recordó a Mikaela mirándolo esa noche, diciéndole que podía resolverlo, y luego su voz cuando le prometió que iba a protegerlo.

Mentiroso.

Su pecho se hinchó, y un sonido extraño salió de su garganta, sonaba como un lamento, pero se hallaba deformado en los labios de un monstruo con hilos de saliva colgando de su lengua. Luís lloraba, la sangre se mezclaba con sus lágrimas, pero la bestia quería reír, le parecía graciosa la cara que ponía su padre mientras lo veía masticar el corazón.

✴ ✴ ✴

Las amalgamas tuvieron que intervenir, justo en el instante en que estaba dispuesto a seguir con Marcel. Tomaron el collar que no había podido quitarse, y enviaron suficiente electricidad para hacer que sus ojos comenzaran a arder. Sus músculos se habían quemado de manera momentánea, sanaba con rapidez, pero no podía moverse sin un espasmo violento, y antes de perder la conciencia solo tuvo la voz chirriante de la sombra para consolarlo.

Su cuerpo no reaccionó durante las horas siguientes, su mente sí, podía oír todo, verlo todo, como si estuviera metido dentro de una caja repleta de agujas de cristal. Encerrado en la cárcel de sus pensamientos apenas era consciente de la atrocidad que había hecho, porque la sombra cantaba y él se sentía más fuerte, no era capaz de olvidar el sabor de aquella carne.

Lo llevaron a rastras a través del ascensor, apretaron el último botón del panel de la pared, y atravesó los intrincados pasillos del piso más envejecido, con paredes llenas de humedad, el olor a antiséptico no era lo suficientemente fuerte para ocultar el de la sangre. En el pasillo había una amalgama diferente por cada puerta de metal oscuro, fue un camino largo hasta que entraron al cuarto del final, allí lo arrodillaron para atarlo con gruesos grilletes adheridos al suelo.

Daba la sensación de ser de otro tiempo, desde las columnas hasta los ladrillos de las paredes. Parecía el infierno, y se sentía bien. No podía dejar de suspirar, tratando de recuperar el sabor que había experimentado al probar una quimera por primera vez.

El ambiente estaba en penumbras, escuchó pasos a sus espaldas, sobre lo que parecía ser una plataforma circular elevada. Las luces de los reflectores se encendieron en su cara y descubrió que eran más médicos, llevaban el uniforme y fingían no verlo. Su cerebro palpitaba al compás de esas frías palabras.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora