Capítulo dieciséis.

Start from the beginning
                                    

―La casa del almirante es de fácil acceso si se sabe cómo ―comentó uno de los hombres de Nicolás, recostado de la pared con las piernas y brazos cruzados― o si se tiene a la persona adecuada a la que pagar.

―Está jugando con usted ―dijo Jesús, observando al hombre con los ojos entrecerrados. Lo escuchó carcajearse―. No fue a matar al almirante. Fue a ofrecerle una tregua y él aceptó. Partieron de Cuba hace unas cuantas horas.

Sofía se sintió mareada, y con las piernas pesadas como un ancla se arrastró hasta el sofá donde se desplomó. Se llevó las manos a la cabeza y acabó frotándose la sien con los pulgares.

―¿Qué tipo de tregua? ―su voz se quebró por la angustia―. ¿A qué términos llegaron?

―No nos compartió todos los detalles. Estuvo hablando por dos cuartos de hora con Samuel. Lo que sea que le haya dicho, lo convenció para que se marchara, pero hasta donde sé, se fueron por caminos muy distintos.

―El capitán sabe como convencer a los pobres diablos de hacerse a la mar ―comentó el pirata―, y una vez que se empieza...

―¡Me tienes cansado, cabrón! ―Jorge se precipitó hacia él, pero Jesús lo detuvo―. ¡Déjame! No le temo a un sucio pirata.

―Jorge. ―Sofía lo agarró de la muñeca y tiró de él―. Basta. Necesito saber por qué Nicolás me ha dejado. Me mata la angustia de pensar a qué términos pudieron llegar esos dos con el encono que se tienen. ―Tragó en seco y fijó su atención en el pirata―. ¿Sabes a qué arreglo llegaron?

Al hombre le tomó un largo instante apartar la mirada divertida de Jorge, quien continuaba luchando por liberarse del agarre que tanto Jesús como ella mantenían.

―El almirante solo aceptaría dos cosas: que el capitán entregara su cabeza por iniciativa propia o que le devolviera a su hermano.

―¿Y quién es su hermano?

La diversión abandonó el rostro del pirata. Observó de refilón a sus compañeros que al igual que él se ampararon al silencio.

―Si debo adivinar ―Sofía se puso en pie sin liberar la muñeca de Jorge― diría que se trata de Cristiano. Supongo que también se ha ido con él.

―Maravilloso como algunas mujeres sí saben usar la cabeza que tienen sobre los hombros.

Jorge dejó escapar un gruñido gutural.

―¡Suéltame! ―le pidió a Jesús―. ¡Solo míralo! ―Lo apuntó con el índice―. Ahí de pie pidiéndome un puñetazo.

El pirata ensanchó la sonrisa, instándolo a acercarse con un movimiento de manos.

Sofía llevó el apretón al antebrazo y con ayuda de Jesús lo condujeron al asiento donde lo obligaron a sentarse.

―¿Cuándo dijo que volvería? ―indagó.

―No lo sé, doña ―Apartó el apretón de Jesús con un golpe―. ¡Déjame ya! Que te llames Jesús no significa que seas mi señor.

Jesús levantó las manos por encima de la cabeza, exasperado.

Sofía se pasó las manos por el pelo mientras observaba el estado de la casa. Nicolás se había ido junto al almirante y la había dejado allí protegida por siete hombres. Estaban ajustando la propiedad para su estadía de momento indefinida, acompañada en gran medida por hombres que conocía muy poco, e incluso así la peor sensación era desconocer su paradero o la fecha de su regreso.

Llevó las manos hasta su pecho y masajeó el dolorido corazón con movimientos circulares. Parecía a punto de explotarle. Una impotencia abrumadora se abrió paso por su garganta, despertando con sus garras de fuego un desesperado deseo de abrazarse a sí misma y llorar.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now