―No, no lo ha hecho, pero se fue. Hemos vivido demasiadas experiencias juntos para que no supiera el daño que estaba creando.

―¿Qué tipo de daño? ―aguantar su curiosidad ya no le era tan sencillo. Se había cohibido de hacerle esa pregunta desde hacía ya dos días.

―Su partida pareciera que ha desertado, lo que significa que ya no tengo control sobre mi gente. De por sí han evidenciado su descontento por...

Hizo silencio, pero Sofía supo exactamente cómo interpretarlo.

―Por mí ―dijo, esforzándose por no demostrar emoción alguna―. ¿Mi presencia está poniendo en riesgo tu capitanía?

Nicolás encajó los pulgares en la cintura. Una vez más, Sofía fue capaz de interpretar su silencio a la perfección.

―¿Te pone en riesgo a ti? ―le preguntó ella―. Tu vida, quiero decir.

―Llevo más de diez años sorteando toda clase de peligros.

―Un simple «sí» habría sido menos inquietante ―repuso de mala gana.

Nicolás se echó a reír. Condujo las manos a sus brazos y los frotó con cariño.

―¿Te he dicho que te preocupas demasiado por todo?

―Me pregunto por qué será si no tenemos nada por lo que debamos preocuparnos.

―Si en algo alivia la carga, sé cómo manejar a mis muchachos. Revueltas y disgustos han habido por montones y siempre encuentro cómo ponerles fin.

―Sí, pero... ―No se había percatado de que condujo la mano hasta la muñeca izquierda de Nicolás hasta que sus dedos la envolvieron―. Sé que lo menos que necesitas es ocuparte de las preocupaciones de una mujer sentimental, pero me angustia que salgas herido.

Nicolás le robó un beso, sin más, como un crío atrevido en pleno cortejo. A pesar del calor, Sofía no dudó en fusionarse con él. Toda su presencia adormecía cualquier dolor y pesar.

Se separó con una sonrisa divertida.

―Lo que la gente está viendo, es que besas a un muchacho.

Nicolás volvió a acercarse a su boca. Podía sentir la sonrisa pegada a sus labios.

―Lo importante es que yo sé lo que hay debajo de la ropa, y no hay una sola cosa de ti que pertenezca a un muchacho.

Sofía dio un respingo al sentir la mano de él deslizarse hacia el interior de los muslos.

―Este no es un buen lugar ―le dijo ella.

―Tampoco un buen momento ―convino él―, pero a veces olvido seguir las reglas.

Sofía le dio un manotazo que lo obligó a apartarse.

―Tenemos trabajo que hacer ―puntualizó mientras lo señalaba con el índice.

Nicolás montó cara de reproche. Sofía reprimió una sonrisa. Por Dios, parecía un niño.

―Bueno, pues. ―Nicolás se le acercó. Sofía abrió los ojos al sentir como introducía algo frío entre su ropa. Al dejar caer la mirada, se percató de que era una de sus pistolas―. La seguridad de este lugar no me ha convencido en lo absoluto, y te has dejado la daga.

―Me tiembla mucho la mano cuando sostengo un arma ―admitió ella―. Son muy pesadas.

―Te he dado la más pequeña que tengo. Con suerte, no tendrás que disparar. De ser necesario, usa la culata para defenderte. Recargar un arma toma demasiado tiempo.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now