Y, sin embargo, tras una larga vida de batallas, estaba aterrado.

Le costó precisar si se debía a la falta de sueño, al agotamiento que se había acumulado en él durante los últimos días o a la plácida tranquilidad que detalló en el dormido rostro de Sofía. Casi le rompía el corazón el simple pensamiento de despertarla. No deseaba inquietar ese pacífico sueño en el que estaba sucumbida y que le suavizaba el rostro. Ningún mal parecía perseguirla.

Quería, no, necesitaba que se mantuviera así.

Pero ¿cómo? Por cada paso que avanzaban, se veían en la obligación de retroceder cinco. La solución constantemente se le escapaba de las manos. Volvió a frotarse el pecho. El ritmo de las palpitaciones había aumentado. Las réplicas le llegaban a la garganta.

Sofía se movió hasta quedar boca arriba. La sábana la arropaba hasta la cintura. Con la desnudez de su pecho expuesta, Nicolás observó a detalle la cicatriz de Sofía: atravesaba la uve de su pecho y llegaba hasta el ombligo. Era la sanguinaria herida de un latigazo que le fue conferida por intentar escapar del burdel. No la conocía en ese entonces, pero lo hubiese querido, así podría haberle brindado su protección.

―Todavía puedo ―musitó con la voz ronca y cansada.

El sonido de su voz la despertó. Sofía se sacudió y se movió lenta y torpemente hasta que los cuerpos de ambos se encontraron. Descansó todo el largo del brazo derecho sobre su abdomen. Nicolás la vio sonreír con los ojos cerrados.

―¿Mucho despierto? ―preguntó ella, consciente de que había dejado la frase a medias.

Aquella tontería lo hizo sonreír. Era tan fácil con ella...

Nicolás le envolvió la cintura con el brazo izquierdo.

―Algunos minutos ―respondió sin añadiduras. Presionó los labios en su frente―. Iba a dejarte dormir un poco más.

―Eso me gusta, aunque pensaba que no te encontraría en la cama al despertar.

Nicolás frunció el ceño.

―¿Por qué no?

Sofía se frotó los ojos.

―Dijiste que ibas a reunirte con los muchachos en la mañana.

Al recordarlo, Nicolás chasqueó la lengua. Se restregó el rostro con la mano y observó el techo. La tranquilidad mañanera ―que tenía todo que ver con la compañía― debía acabarse.

―Sabido, pues. ―Se incorporó con lentitud, apartó las mantas y abandonó la cama―. Promesas son promesas.

La escuchó reír, y al instante volteó hacia ella. Qué preciosa se veía siendo risueña.

―¿De qué te ríes? ―le preguntó mientras sonreía.

Sofía despegó los labios, pero después movió la cabeza.

―No es nada ―respondió medio adormilada.

―Ah, no. ―Se aproximó a la cama con diligencia. Los ojos de ébano brillaban traviesos―. Estás en la obligación de decirme.

―¿Obligada? ―Sofía se recostó de los antebrazos―. Creí que no me obligarías a nada.

―Tengo métodos para hacerte confesar. ―Se inclinó hacia ella. Cuando tuvo su atención enfocada en sus ojos, deslizó la mano por debajo de la sábana. Arañó con suavidad el interior de su muslo. Ensanchó la sonrisa al observarla despegar los labios y emitir una respiración nerviosa―. Tortura o placer: va a depender enteramente de qué tan rápido me respondas.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Where stories live. Discover now