Tokio se cubrió de nieve.

324 41 82
                                    

“Si muero,
dejad el balcón abierto.”

Despedida se llamaba la pieza de García Lorca que estaba en mis manos. Y a falta de originalidad, mis ojos recorrían el breve texto que solo consistía de ocho versos. Mi mente trataba de negar el hecho de estar leyendo lo mismo por decimocuarta vez en el día, pero al final de mi análisis siempre llegaba a la conclusión que estaba desesperado de no haberme encontrado nuevamente al inaguantable y fastidioso rubio; que era demasiado pretencioso visto desde cualquier ángulo.

Me preguntaba si el destino no planeaba volvernos a conectar. Fruncí el ceño, sería una estupidez juntarnos tantas veces para resultar en un “¡Hasta nunca!”

Mi inquieto zapato resonaba en la estación subterránea, bastante desalojada por el clima tan helado que estábamos pasando en la ciudad, y gracias a la tecnología de ahora, la mayoría de las personas lograban trabajar desde casa, haciendo más segura esta temporada tan azúl.

Eché una mirada al rededor, no sabiendo qué buscaba exactamente.

¿Señales de… Monoma?

Confirmé mentalmente su apellido, asintiendo para mí mismo. No lo había vuelto a ver en la academia, y siendo sincero conmigo mismo, supongo que quería volver a verlo, o algo así.

“El niño come naranjas.
Desde mi balcón lo veo.”

Acomodé mi bufanda. Dando el primer paso hacia el tren del metro, que estaba quieto esperando a los pasajeros para que abordaran, los cuales eran pocos, de hecho uno solo. Y era yo.

—Debo estar volviéndome loco. No debería sostener este poemario, seguro me deja igual que a Monoma; esa debe ser la razón por la que es su favorito. —suspiré, sintiendo un poco de calidez al pronunciar su apellido, y mis latidos se aceleraron al darme cuenta que hablaba en voz alta. Di un vistazo, nadie me había escuchado, así que exhalé el aire que había retenido inconscientemente y sentí un completo alivio.

Iba tan sumido en mis pensamientos de satisfacción al no ser oído por nadie que no caí en cuenta que alguien más iba sentado en el tren. Así que me acomodé exactamente a su lado sin haberlo notado en ningún momento.

“El segador siega el trigo.
Desde mi balcón lo siento.”

Mis ojos se abrieron completamente, sorprendido.

Hi-to-shi. —murmuró, mirándome totalmente contento. Y yo, no pude si quiera fingir que no lo recordaba.

—Monoma. —dije, como si no me hubiera tomado por sorpresa, aunque era obvio.

Algo me hizo bajar la mirada a mi bolso de estudiante, recordando que las páginas importadas de España, con textos que no podía comprender al estar escritos en castellano, se encontraban ahí mismo. El libro de Dalí que me había obsequiado.

Se asomaba levemente la portada, recordando esa pintura que era mi favorita.

El clima tan frío de Tokio hacía que mi mente viajara a la primera vez que nos vimos. Y pensé, por unos momentos, que esto definitivamente era obra de un destino poético. Los ojos del otro parecían pensar en lo mismo que yo, pero podría decirse que él dudaba mucho más, quizás pensando en las famosas coincidencias.

—¡Ah, así que llevas mi regalo en tu bolso! —mis pulsaciones volvieron a acelerarse. ¿Tan rápido se había dado cuenta? Eché otro vistazo a mi bolso, que a duras penas podía verse el comienzo de la pintura. —Ja, era evidente. ¡Yo sé que mis regalos son siempre los mejores!

Me quedé callado, frunciendo el entrecejo. De verdad no podía dejar de ser orgulloso.

—¿Tú… lo has leído? —su expresión cambió, notándose algo nervioso pero sin querer dejar esa mueca soberbia.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 14, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Yo soy el surrealismo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora