2- El Don De Maiko

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El día comenzó bastante bien. La señora Yamagawa me colocó la tarjeta de identificación con mi nombre sobre la solapa de mi recién estrenada bata blanca nada más llegar y le dio instrucciones a Maiko para que me pusiera al día con el tema administrativo e informático. Japón disponía de un sistema de recetas de la seguridad social algo parecido a España y, salvo algunas diferencias que pude solventar sin mucho lío, con la ayuda de mi compañera conseguí sobrellevar el día sin muchas dificultades más que las propias de cualquier novato: dónde estaba todo, qué cajones abrir, manejar la caja registradora, en qué lugar estaba el botón de emergencia en caso de atraco... Maiko era un símbolo del compañerismo.

El tema del idioma era lo que más me preocupaba. A veces llegaban clientes que necesitaban tal o cual medicamento que se vendía sin receta médica y me desesperaba cuando tenía que pedirles de la forma más educada posible que me hablaran más despacio porque no lograba entenderles. Afortunadamente, todo el mundo lo comprendía y me ayudaban incluso con gestos a que les despachara lo que deseaban comprar.

Mi primer día fue bien, pero a media tarde tenía un dolor de cabeza impresionante del esfuerzo que estaba haciendo al acumular tanta información en tan poco tiempo. Me lo callé y aguanté... hasta que Maiko me agarró del brazo y me sacó de detrás del mostrador para llevarme al pequeño comedor.

Ella poseía el don de sentir el dolor de un ser vivo que estuviese a menos de cinco metros de distancia de ella.

—Deberías haber estudiado medicina—me apreté las sienes con los dedos. Parecía que iba a estallarme el cerebro en mil pedazos—. Estarías forrada.

—Mis padres también me lo dijeron muchas veces —Maiko me ofreció una pastilla de ibuprofeno y un vaso de agua —. Pero preferí tomármelo con calma. Si les hubiera hecho caso, a día de hoy estaría viviendo en un hospital mañana, tarde y noche mientras engordo la cuenta del banco sin tener tiempo para gastar ni un yen. Quédate un rato aquí sentada y espera a que esto te haga efecto. Luego vuelves y seguimos.

Necesitaba que el dolor se me pasara, pero estaba algo preocupada.

—¿Crees que la señora Yamagawa...?

Maiko rió de forma cantarina.

—¿En serio?

Maiko se sentó frente a mí.

—¿Sabes cuántos dependientes en pruebas han pasado por aquí? —me dijo en confianza—. Ni siquiera con sus dones lograron la aprobación de ella. Es bastante selectiva con sus trabajadores, ¿sabes?

Se me puso la cara blanca.

—Pues ya me puedo considerar despedida—suspiré —. Ni siquiera tengo un don.

—Te equivocas—me habló en voz más tranquila—. A veces hay gente con dones fabulosos pero con almas mediocres. ¿Me entiendes?

Subí las cejas algo confusa.

—No es el don de una persona lo que la hace especial o valiosa, sino la voluntad que desprende para conseguir sus propios fines. Es lo que Hiriko valora.

—¿La voluntad? ¿Quieres decir...?

—Ella ha visto dentro de ti, igual que yo. Y lo que ha visto le ha agradado. No necesitas más que seguir así.

Sonreí de medio lado.

—Y atiborrame de ibuprofeno todos los días tratando de descifrar palabras en otro idioma.

Las dos reímos.

—Lo haces muy bien. Para no ser tu idioma natal te defiendes a la perfección. Esa es otra muestra de tu voluntad—le agradecí con otra sonrisa—. En un par de meses tus problemas con el idioma habrán desaparecido y te darás cuenta de que tus dolores de cabeza también lo habrán hecho.

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En pocos días me di cuenta de que había logrado adaptarme a una rutina tranquila. Me levantaba, acudía a mi lugar de trabajo, cerraba a las seis, llegaba a casa, me duchaba y me relajaba frente a la televisión o me tomaba un té mientras hablaba por WhatsApp con mis padres o con alguna de las amigas que dejé atrás. Maiko se ofreció a enseñarme los alrededores en mi primer día de descanso dando un paseo a pie por las calles más turísticas. Visitamos tiendas y comercios, conocí a algunos de sus amigos e hice especial amistad con uno de ellos, Yukio, un chico de mi misma edad del que hablaré más adelante.

—La semana que viene usaremos el autobús para ir al centro—me decía ya de vuelta a casa—. Si te ha gustado lo de hoy, vas a alucinar en los centros comerciales.

Ni qué decir que estaba más que entusiasmada por ver cosas nuevas, aunque aquel día ya me notaba algo saturada.

—¿Quieres que pasemos por la UA?—se detuvo en seco en una esquina—. Está justamente aquí detrás.

¿¿La academia de héroes más famosa del mundo también estaba cerca de mi casa??

—¿Cómo no lo has dicho antes, Maiko? —la reprendí.

—Bueno, querías ir de tiendas y comprar cosas...puedo sentir el dolor, pero no lo que piensas.

—Oh, por favor, ¡vamos! Tengo que hacerle unas fotos y escuchar el rechinar de dientes de envidia de mis amigas por audios de WhatsApp.

—Puede que con suerte incluso veamos a algún héroe por las cercanías. ¿Te gustaría hacerte una foto con alguno?

Arrastré a Maiko detrás de mí.

La enorme barrera del muro exterior se encontraba cerrada. Al parecer siempre la mantenían así debido al acoso de los periodistas, curiosos y, principalmente, por la intromisión de los villanos, aunque desde el otro lado de la calle podía verse buena parte del edificio acristalado de la academia.

No se veía a nadie cerca, pero aún así hice fotos al edificio desde diferentes ángulos.

—Por la tarde es mucho más difícil ver caras famosas por aquí—me explicó Maiko sentada en la acera-, pero acércate una mañana a las ocho y media y te faltará memoria interna en el móvil para llenarla.

—¿Cómo son, Maiko? —le pregunté distraída. Estaba borrando algunas fotos que me salieron algo borrosas o ladeadas—Los he visto a veces por televisión en las noticias, pero ya se sabe que la realidad difiere mucho.

—Oh, pues son fabulosos, ¿qué voy a decirte? Algunos forman parte de la autoridad de Japón y trabajan de forma conjunta con el cuerpo de policía. Otros dirigen sus propias agencias. ¿En España cómo lo hacen?

—Bueno... allí también trabajan igual, son como una especie de cuerpo de élite que se mezcla con la policía cuando hacen falta, con la guardia civil y en casos más serios, con el ejército. También existen autónomos que van por libre y montan sus negocios, aunque por supuesto, tienen que rendir cuentas al estado y llevar un seguimiento exhaustivo por parte del gobierno.

—Sí, creo que es básicamente lo mismo en todo el mundo—dijo Maiko—. Con culturas diferentes y quizá con métodos algo distintos, pero con el mismo fin. Acabar con los villanos. ¿Conoces a algún héroe de tu país?

—No, qué va—le respondí—. Salen por televisión a todas horas y los conozco por eso, pero no me ha dado nunca por perseguirles. A mis amigas sí—reí —, son unas locas fanáticas.

—Eres extraña, Vero-san—Maiko se levantó de la acera y se colgó la mochila al hombro. Señaló mis botines de piel de melocotón—. Cuando vayamos al centro ni se te ocurra llevar esos zapatos o vas a terminar peor que hoy.

Tenía razón. Los pies me estaban matando.

—Oh, no—cogí mis bolsas del suelo—, pienso destrozar las deportivas nuevas en lugar de mis pies. Está todo controlado.

Y pareció que el karma me había escuchado decir aquello para reírse de mí justo al día siguiente.

Yakusoku - PromesasWhere stories live. Discover now