Introducción

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«Seis años antes»

DORIAN

Justo cuando él atardecer estaba en su punto más bajo, los colores naranjas y morados en el cielo, los cuáles hacían una perfecta combinación, se extinguían entre lo que creía en ese entonces, que era el final del mar delante de mis ojos. El olor a arena y olas se colaba entre mis fosas nasales mientras me encontraba recostado, con los ojos cerrados, deleitándome.

Es una sensación única, entierras tus dedos en la arena y viajas a lugares que ni tú mismo creíste posible llegar. Olvidas todo lo que te rodea, todo obstáculo que pueda incomodarte se desvanece.

Es mi lugar favorito, la playa. En Los Ángeles para mí no hay mejor lugar, nada que supere un fin de semana disfrutando del sol, calor y agua.

Sin embargo, en una inhalación profunda que mi cuerpo emitió, todo rastro de paz interior se desvaneció. Un balón cayó con fuerza en mi abdomen sacándome el aire retenido en mis pulmones, gruñí de dolor logrando que me retorciera un momento, abracé mi estomago con mi pequeños brazos y una mano suave tomó mi hombro.

-¿¡Estás bien!?- exclamó con preocupación una voz de un niño detrás de mí, asentí adolorido y volteé para mirarle.

Fue entonces como si el mundo entero se detuviese un momento, todo dolor se fue, podría jurar que todo dejó de ser, justo al encontrarme con aquellos ojos azules cristalinos mirándome fijamente. Por un momento me cuestioné de si eran del mismo color del mar a mi derecha, y no, definitivamente eran mejor, mejor que el mismo cielo.

El niño delante de mí no solo tenía los ojos más hermosos que había visto alguna vez, si no que además, sus cabellos cortos, lacios y alborotados, eran cobrizos. El atardecer reflejado en el mismo lo hacía detonar brillo, casi podía verse al mismo tiempo dorado. ¿Cómo podía tener la piel tan blanca y suave? Además de las pequeñas pecas que adornaban sus mejillas, él no era normal, no podía ser real, humano, seguramente yo había muerto, y él era un ángel a punto de llevarme al cielo.

Pero, los homosexuales no vamos al cielo. ¿No?

-¿Estás bien?- repitió el niño haciéndome salir de mi trance.

-S- Si... - tragué saliva, poniéndome de pie por mi cuenta, yo era un poco más alto que él. Él sonrió y recogió el balón a mí lado.

Llevaba una camiseta blanca sin mangas y unos shorts largos, parecía tener unos doce años. Un olor fresco desprendió de él, de repente no había nada que oliese mejor.

-Bien- Contestó, me paralicé cuando limpió un poco de arena de mi hombro sobre mi camiseta -¡Soy Jordan!- Se presentó, soltó una risita y extendió su mano, las mías temblaban pero la tomé rápidamente sintiendo un roce de electricidad por todo mi cuerpo.

-D- Dorian.

-¡Cool!- exclamó con una sonrisa -¿Quieres jugar?- preguntó, iba a responder positivamente, pero la voz de mi niñera de turno me detuvo.

-¡Dorian! ¡Niño! Ven, ya va a anochecer- dijo la mujer, recogiendo las toallas y cosas que había llevado conmigo a unos metros.

-Tengo que...

-¡Claro!- dijo sonriente, Jordan -Nos vemos en la escuela- Se dió la vuelta.

-¿Qué?- pregunté, no recordaba haberlo visto. De ser así, lo hubiese sabido inmediatamente, nunca olvidaría su imagen.

-Estamos juntos en matemáticas- susurró sin voltear y siguió su camino hasta llegar a sus amigos.

Sonreí al saber que volvería a verlo.

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