Esperando que ella entienda mi punto, me voy a la cocina. Ojalá venga, de verdad. Quizás pueda decirle que lo siento y explicarle... O quizás sólo pueda hacer que tengamos una conversación sobre la situación de manera civilizada.

Cuando estoy por dar el primer pinchazo mis macarrones con queso después de haberlos servido, la veo llegar con el cabello mojado, sin maquillaje y con un pijama rosado con azul de estampados de ositos.

—Gracias por la cena —dice una vez que mira lo que hay de comer—. Aunque te advierto que quizás lo vomite todo... Por las náuseas del embarazo, claro, tampoco voy a ser una grosera aunque te lo merezcas con ganas.

Se sirve macarrones y se sienta frente a mí en la mesa. Sin verme comienza a comer despacio.

—¿Sabías que hay comida que tu estómago puede tolerar sin hacerte vomitar?

—No quiero hablar contigo. —Siento su mirada amenazante pero luego parece resignarse al momento en el que parece tener un revoltijo en el estómago—. Bien, cuéntame, esto es... Horrible, ya tengo tres meses de embarazo y aún no se quitan.

Cubre su boca, tomando aire para aguantar.

—Te la prepararé.

—El buen Daniel, claro —dice antes de correr hasta el lavatrastes para vomitar.

Me siento ligeramente frustrado. ¿De verdad estoy intentando de la nada hacer algo bueno aún cuando le hice mucho daño?

—Cambié, Jolvián, maduré. No soy más ese idiota.

No dice nada, pero prefiero que así sea, así que mejor me pongo a hacerle la comida "mágica", como la llamaba mi hermana. Le pico pepino y lo preparo con sal y limón. También me hago de una soda de lima que tenía en el refrigerador y se lo pongo a un lado de su plato de macarrones.

—Come ambas cosas, te harán bien.

Se me queda viendo un rato y al final decide ponerse a comer. La comida funciona perfectamente, se la acaba toda y noto que parece hacerle bien, incluso gime de una manera extraña cuando su estómago no protesta.

—Sé que no quieres hablar conmigo, pero tenemos que hablar bien sobre el tema de la casa.

—Bueno, la solución conveniente es demandar a Vanessa. —Me pica un sentimiento raro cuando me habla sin pujar su odio hacia mí—. Le pagamos para vivir aquí una cantidad de dinero que, aunque fue menor al valor de la casa, es ridícula, y es injusto que se quede así.

—Mi padre es abogado. —Le comento, aunque al tiempo me arrepiento. Mi padre no me ayudaría jamás, mucho menos con lo que pasó después de hablarles de que mi compromiso de había ido al traste—. Olvídalo, de nada serviría o, por lo menos, no hasta encontrar a Vanessa. Es buena idea demandarla, qué sé yo de leyes, pero se merece un castigo.

—Por otro lado, compartir la casa contigo no quiero, pero no tengo opción, ni siquiera tengo parientes en esta ciudad, todos están en Empalme o en Guaymas.

—¿Y por qué te viniste a Magdalena?

—Qué te importa, metiche. —Vuelve su odio a mí.

—Perdón. Yo... Perdóname. Por todo. De verdad lo siento. Te puedo explicar... Las cosas.

Ella no me dice nada, solo termina de beber su soda al tiempo en el que su teléfono le suena.

—¿Vanessa? —dice al descolgar. La veo fruncir el ceño y de la nada solo colgar. Suelta un bufido.

—¿Qué te dijo la vieja? —pregunto, esperanzado.

—No era ella. —Siento que la llamada la descolocó, actúa raro—. Era mi hermana.

Un techo para compartir contigo© [Todo contigo #1] PRÓXIMAMENTE EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora