Cruel envidia

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La tortura había cesado

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La tortura había cesado. Sentí una bocanada de aire salir de mis labios y mi cuerpo dejó ese peso que lo anclaba al frío piso. Aún veía el cansancio, vivo y presente en las caras y cuerpos de los demás Vampiros, la fatiga no era algo que era frecuente sentir en un ser inmortal como nosotros, pero ahí estaba. Solo faltaba una hora para que volviera a comenzar nuevamente el tormento. La calamidad era sádica, cruel y despiadada. Nos daba un respiro de aire para después volvernos ahogar, viviendo como en una ruleta rusa creada por la mismísima muerte. Y hoy, nos invitaba a jugar.

Cuerpos eran sacados de la casa uno por uno. Vampiros que nunca pudieron salir de sus pesadillas y ahora, tendrían un sueño eterno en la oscuridad.

—Eres fuerte para ser una convertida  —Su voz cantarina se escucha a mis espaldas. Acerca sus labios a mi oído y habla de manera grácil—, veremos como te va hoy, Señorita Bécquer.

Sebastián se va dejando inquieta con la sensación de su cercanía, pero no pude pensar en el sobresalto de mis emociones, porque de nuevo el reloj sonó.

Envidia

Un grito desgarrador de una mujer se escucha.

Ya había pasado una hora desde que el pecado comenzó y me había encerrado en mi habitación, como si esperara despertar de una pesadilla similar al de la primera calamidad. Por inercia corro hacia aquella histérica voz, pero lo que veo me deja atónita. Llevo mis manos a mi boca viendo un total horror frente mis ojos. Un cuerpo inerte de uno de los nuestros frente de nuestra estancia, carecía de brazos y ojos. Sus cuencas estaban vacías manchadas de sangre por la fiereza que se les fue arrancado. Su cuerpo estaba magullado y cubierto por heridas que no pudo sanar a tiempo. Lo más horroroso de todo era quién había hecho tal crueldad. Aún estaba frente del torso del joven, callado, como si estuviera rebuscando otra que se llevase. En sus manos se podía ver ambos ojos, y en la otra, parte de sus brazos. El mutismo nos llenó a todos. Era un recelo que se tenían entre sí, alertas de su alrededor.

—Es que no soportaba verlo... Ni su cuerpo, ni sus ojos. —Observa la anatomía arrancada con atención—, ¡Ni nada! ¡Por eso te hice eso, hermano!—menciona viéndome fijamente con esos ojos carmesí.

Me quedo helada.

«¿Cómo pudo matar a su hermano, solo por qué no pudo ser cómo él?»

—¡Louisa, adentro! —la voz arisca de Marie, la cocinera de la mansión me saca de mi trance donde me refugiaba.

La veo empujarme hacia el interior y asegura la puerta con suma calma, como si lo que vio afuera no fuera ha sido real. «¿Estoy loca? ¿Estoy en la primera calamidad?»

—Tienes que cambiarte—dice haciéndome un ademán para que la siguiera.

—¿Por qué? ¿Qué tiene malo... Mi ropa? —hablo dudosa, pensado si todo esto es real. Me lleva a una habitación pequeña, simple para cualquiera de alta clase, un lugar que deduje que es donde vivía la servidumbre.

—Toma. —Me dispone de una ropa algo desgastada y vieja, pero de mi tamaño— Tranquila, está limpio, es de mi hija —aclara en una pequeña sonrisa. Miro la ropa y después miro a Marie. —Es para que se la ponga, Srita. Bécquer. —Su mirada se vuelve fría dejando atrás su rostro grácil y gentil—. Para sobrevivir a la envidia debes de pasar desapercibida. No se puede envidiar a lo que se cree inferior. No estoy diciendo que seamos inmunes al pecado, pero sí los menos afectados. Nadie quiere ser cómo nosotros, y por ende, nos envidian poco. Solo pasa entre nosotros mismos, no tenemos tiempo de envidiar.

Y ahí comprendí, que no era su primera vez luchando en este infierno.

Decían que los que teníamos ya un ápice de algunos de los pecados en nuestras almas eran los que sucumbían más rápido ante él. ¿Por eso ese hombre en poco tiempo había cometido tal atrocidad? ¿Cuánto tiempo la envidia había carcomido su espíritu y creó un monstruo? ¿Cuánto tiempo me quedaba a mí para convertirme en uno? Porque al fin y al cabo. Todos éramos pecadores.

Me sentía más inquieta que con alguna animosidad por alguien. Me afectaría, pero no de la manera que creí.

—¡Basta! —Sentía odio, aversión por ella. Josephine. Ella estaba sonriente con su mentón lleno de sangre.

—¿Por qué no me dejas tranquila? Solo quiero vengarme de ese desgrac...

—¡Cállate! —No aguante un minuto más y la empujé.
Cayó fuera la mansión y por mi suerte, no volvió. No sé cómo todo pasó tan rápido.

En un momento estaba buscando a Marie y en otro, Josephine le estaba arrancando una oreja a un chico. Solo porque él la rechazó. Fue como un rencor recién despertando en mí que comenzó nuestra pelea.

—Gracias—dice en voz baja. Mis ojos aún estaban rojos por el detonante que acaba de percibir. Era un Vampiro, pero se notaba la baja alimentación de sangre. No se pudo defender bajo el ataque de Josephine.

—¿Sanará? —Hago referencia a su oreja que goteaba sangre.

—Sí, pero igual... Gracias, Srita. Bécquer. —Mira con curiosidad mi ropa maltrecha—, Dime Louisa.

—Un gusto, Louise, soy Ernesto. —Sonreí al ver su humildad. Pero también sabía que yo era la aberración de alguien más y este desconocido no era la excusa.

También él tendría su lío, su rencor, su antipatía por alguien más...
Nicolae hace presencia por los sonidos al golpear sus zapatos. Su mirada fría y distante en cada paso. Ernesto tragó grueso y sentí sus músculos y mandíbula tensarse.

Él ya tenía su tirria y repulsión por alguien y ya sabía quién.

Calamidad: Los 7 Pecados CapitalesWhere stories live. Discover now