1. Fantasía.

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El tinteneo de las campanas hicieron eco en el enorme salón, indicando que la celebración de la misa había llegado a su fin, los fieles asistentes se persignaron, y tras un "Pueden ir en paz" dicho por el padre Helmut, la gente empezó a salir en fila por las grandes puertas de madera de roble.
Bucky se quedó parado en su lugar, esperando a que el salón se vacíe por completo, impaciente y con expresión sombría. El hecho de que aquella mañana de domingo él haya asistido sólo a la iglesia, y no acompañado de Steve, como era su costumbre desde hace mucho tiempo, era extraño en varios sentidos, y él mismo no sabía el porqué, pero tampoco se molestó en buscar un motivo.
El padre Helmut le dio una mirada esporádica, adornada con un atisbo de sonrisa, y se retiró sin más hacia un cuarto trasero, al que tantas veces le había visto entrar. Entonces Bucky fue tras él, e irrumpió en aquel cuartucho con poca iluminación, para ser testigo de cómo el Padre se quitaba el hábito blanco, quedando solo con el conjunto negro tan característico de los sacerdotes.

—¿Se te ofrece algo, James? —preguntó, doblando la tela blanca sobre una pequeña mesa de madera.

—Padre, necesito confesarme.

Zemo asintió con un leve movimiento de su cabeza, y se giró a mirarlo.

—Bien, espérame en el confesionario, iré en un momento. —indicó, con voz suave y rostro apacible.

Bucky negó enfático, y de un par de pasos, acortó considerablemente la distancia entre ellos.

—No, necesito confesarme, aquí y ahora. —Exigió, inclinando el cuerpo sobre el más pequeño de Helmut, haciendo que éste se agazapara por la íntima cercanía. Un tenue rayo de luz que se colaba por alguna rendija iluminó su mirada, fiera y determinada.

Zemo trago saliva y volvío a asentir, sin despegar la mirada del rostro ajeno, cerró los ojos tratando de concentrarse y trazó la señal de la cruz con las manos en el aire, susurró una oración, y el silencio a continuación le indicó a Bucky que podía continuar.

—Padre, he pecado.

—¿De qué forma?

—En pensamiento.

—Puedes contarme.

La conexión entre sus miradas no fue interrumpida en ningún momento, ninguno fue capaz de cortar el lazo invisible que parecía tenerlos atados. No porque no podían, sino porque no querían.

—Yo... —Bucky vaciló por un momento, pero al instante volvió a recuperar la determinación en la expresión de su rostro —... He tenido sueños recurrentes, sueños en los que deseaba a otra persona que no era Steve, sueños donde lo engañaba, y lo peor de todo es que, en mis sueños, no sentí ni un poco de arrepentimiento o remordimiento por ello.

—Y esta persona con la que sueñas que lo engañas... —El padre Helmut, a pesar de la casi nula distancia entre sus rostros, no parecía intimidado, más bien, curioso —... ¿Quién es?

—Usted.

Y cómo si se le estuviese acabando el tiempo, Bucky se lanzó sobre los labios entreabiertos del sacerdote, sin poder contener más el deseo que parecía desbordarse de su cuerpo, lo arrinconó contra la mesa donde se encontraba doblado, pulcramente, el hábito blanco, y lo besó con tanta pasión que creyó por un segundo que la vida se le iba en aquella danza gloriosa que protagonizaban sus labios. Empujandolo aún más contra la madera, lo obligó a apoyarse en la superficie de la mesa con ambas manos, de manera que Bucky tuvo libre acceso para cubrirlo con su cuerpo, acariciar su pecho y sus muslos, besar su cuello, deleitandose con los suspiros y jadeos que dejaba escapar Helmut sobre su oído, y siendo incapaz de soportarlo más, le abrió las piernas para acomodarse entre ellas, y empezar un vaivén con sus caderas que despertó el lado más oscuro de su interior, él siguió embistiendo sobre la ropa, sintiendo como su falo endurecido se sobaba frenético sobre el ajeno, queriendo arrancar la tela fastidiosa de sus pantalones, imbuido por completo en la lujuria y placer; hasta que, su nombre dicho en un susurro, con una voz que él conocía muy bien, lo sacó del trance.

—Bucky.

Él levantó la vista, para encontrarse con la risueña expresión del padre Helmut, tan sereno y relajado, como si el hecho de haber estado deshaciendose en gemidos entre sus brazos hace unos segundos jamás hubiese ocurrido.

—Bucky, despierta. —dijo, y todo a su alrededor pareció distorsionarse y volverse negro.

—Hey, Buck.

Y entonces él abrió los ojos.
El sudor frío perlaba su frente cuando estuvo lo suficientemente consciente para reconocer su habitación en medio de la oscuridad de la noche, y el tacto familiar del cuerpo de Steve a su lado.
Él se giró, encontrándose con la mirada azul y preocupada, de su pareja.

—Hola. —saludó, con la voz ronca y atribulada por los secuelas del sueño.

—Te quejabas mucho mientras dormías, creí que estabas teniendo una pesadilla. —explicó Steve, apoyado sobre su lado derecho para poder ver mejor a Bucky.

—Um...

—¿Que soñabas? —preguntó, la preocupación pasando a segundo plano.

—No lo sé... —El carmesí corrió con rapidez hacia sus mejillas, y él agradeció en silencio el estar protegido por la oscuridad —... No recuerdo. —Tuvo que aclararse la garganta, invadido por la vergüenza e incomodidad, porque claro que recordaba cada detalle, el bulto debajo de sus pantalones era prueba de ello.

—Oh, bueno. Volvamos a dormir, no olvides que mañana es domingo y tendremos que ir a pie hasta la iglesia, el padre Helmut fue muy amable en dejarnos guardar el auto en su casa, fue una suerte que se haya averiado justo en su puerta.

—Ah, sí, muy afortunado...

—Y además no quiero hacer esperar a Quentin, con lo mucho que me costó convencerlo...

—No entiendo porque sigues perdiendo el tiempo con él.

—Te aseguro que no es una perdida de tiempo. Él necesita esto, volver a encontrar el camino.

Bucky suspiró, una sonrisa débil se formó en sus labios.

—Steve, —extendió uno de sus brazos, y el rubio se acomodó sobre él —, a veces me pregunto si yo también soy parte de una de tus obras de caridad.

—No seas tonto. —Le dijo, con el ceño fruncido —. Bueno, admito que la primera vez que me acerqué a ti sí fue porque sentí mucha compasión al saber tu historia y quise ayudarte, pero eso ya quedó atrás, me hace feliz saber que tú ahora eres feliz, y que yo contribuí en ello, y esto que tenemos... No lo sé... Me gusta, me siento completo contigo a mi lado, y quisiera que siempre fuese así.

Bucky lo atrajo más a su cuerpo, depositó un suave beso en sus rubios cabellos, y escuchó el bostezo adormilado de su pareja, siendo envuelto por la calidez del sueño. Pero por más que el trató de seguirlo al mundo onírico, esa noche no pudo volver a pegar el ojo, el recuerdo vago de aquel tacto fantasma sobre sus labios y la mirada taimada de Helmut Zemo reproduciendose una y otra vez en su cabeza, fue el impedimento perfecto.










"El amor, no es pecado" | WinterBaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora