Joker Face

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Para aquél momento de la noche, Milo podría haber descubierto que las uñas de sus manos poseían (además de rascarle el cuello) la cualidad de aliciente, si se atrevía a morderlas una a una; y tal vez habría probado primero la que mejor le servía para emitir un gesto grosero con la mano y que representaba mejor su virilidad, sino hubiese tenido las manos escondidas bajo la mesa, en un apretón, que a esas alturas del juego, señalaba dejar gangrenados los dedos.

Sus ojos abiertos, azules y brillantes, viajaban de la expresión pizpireta y solaz de Kanon, a la seria y misteriosa de Camus, quien con los labios ocultos tras las cartas de colorida espalda, pasaba sus pupilas de la primera en su mano, a la que su contrincante pretendía brindarle para continuar con el juego.

—¿Pagas?— Inquirió burlón. La sonrisa en sus labios no podía compararse al brillante color esmeralda de sus ojos.

El francés frunció el ceño y se mordió el labio. Milo leyó claramente la preocupación en su semblante.

Camus era su única esperanza, y si perdía…

No resistió la idea y se puso en pie como si con ello pudiera detener el juego. Tanto Camus como Kanon le ignoraron, impidiendo al mismo tiempo que asomara la nariz sobre sus cartas.

Al cabo de los minutos más largos en su vida, Camus respondió, vacilante. 

—Una—. Colocó la ficha del casino sin apartar los ojos del juego, mientras Kanon le pesaba la carta deslizándola sobre la mesa con una sonrisa burlona. El temblor de su voz fue tan claro, que Milo se vio obligado a tomar asiento antes de caer sobre la alfombra con el peso de su propio cuerpo en un desmayo irremediable.

Un nuevo silencio inundó el lugar.

—¡Vamos! ¡Esto es póker, no ajedrez!— Presionó Milo exasperadamente. Como respuesta, el más grande comenzó a reír, mientras el galo le dirigía una mirada de pocos amigos.

—Si prefieres apurar el juego te puedes marchar con Kanon de una vez—. Respondió Camus con frialdad, sin dirigirle la mirada. Al nombrado le brillaron los ojos mientras se empapaba los labios con la lengua.

—No tengo problema en reclamar mi premio ahora—. Contestó.

Milo se mordió el labio arrepentido, tomó aire, lo arrojó e intentó serenarse.

No volvió a tener la atención de ninguno de los dos en los minutos siguientes.

Suspiró otra vuelta y decidió que no podría mirar ni a uno ni a otro sin sentir que la cordura se le perdería en esperar.

Exhalando, miró el reloj y descubrió que era un cuarto para las tres de la mañana, y él, no se sentía con ganas de complacer a Morfeo.

¿Cómo hacerlo?

En el momento que pretendió dormir Kanon llegó a la habitación con una sarta de palabras (que ya había olvidado en ese momento), y de alguna forma lo convenció para que emprendieran un juego de azar, al que por principio le tomó gusto (¿y cómo no, si Milo había ganado todas las rondas sin fallar?). Extrañamente Kanon quiso apostar. Cuando lo hicieron, el mayor perdió todo el dinero que traía, incluso un reloj de plástico negro al que Milo creía haberle visto a otro de los empleados del casino…

Al no tener otra cosa que perder, tuvo una "repentina" ocurrencia...

—¿Por qué no hacerlo más interesante?— Propuso Kanon mientras barajaba con maestría las cartas.

—¿Con los ojos cerrados?— Inquirió Milo con arrogancia, riendo y contando una vez más, el dinero que ya llevaba ganado. Kanon había copiado aquél gesto en sus labios, pero le había añadido un toque muy especial….

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