Capítulo 2: Viejos amigos

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Cogí aquellos frascos y puntas de flechas para guardarlos en un recipiente de madera que había en otro de los cajones de la cocina.

Si mi padre tenía las puntas de las flechas significaba que en algún lugar de la casa debía estar el arco ¿pero dónde? ¿en la habitación cuya puerta necesitaba una llave para abrirse? No creo. Si yo quisiera tener mi arco siempre a mano, pero en un lugar que no se viera, lo tendría en un sitio rápidamente accesible. Miré debajo de su cama. Nada. Abrí varios cajones con la ilusión de encontrarlo. Seguía sin aparecer. Luego observé que uno de los muebles tenía la separación perfecta para colocar un arco detrás. Fui directa. Había un enganche para colocarlo y dejarlo de pie sutilmente sin que se viera, pero el instrumento en cuestión no estaba. Por una parte me sentí orgullosa de encontrar el escondite de dicha herramienta para la caza. Sin embargo, por otra parte me sentí decepcionada de no encontrarla en su lugar. Un sabor agridulce.

Dediqué una lenta mirada a mi alrededor para comprobar cuánto me quedaba por recoger.

Mi dedo había dejado de sangrar hacía rato. Pero con la búsqueda del arco había olvidado por completo mis tareas y cuál fue la razón que hizo que me desentendiera de ellas durante unos momentos. Seguí haciéndolas.

Una vez tuve empaquetadas varias cajas para que no se me acumulasen decidí llevar las de ropa, cortinas y todo tipo de telas a la más conocida de las costureras en Pyon.

—Buenos días Adeline, te traigo algunas cajas que seguro que vas a aprovechar más que nadie —dije con una amplia sonrisa.

—Buenos días Katherine, déjamelas detrás del mostrador —me devolvió la sonrisa.

—No puede ser... Katherine ¿eres tú de verdad? —dijo una voz femenina detrás de mí.

Me giré para ver quien me estaba hablando. Salí del establecimiento para encontrarme con ella.

—¿Sarah Geneanet? —pregunté sorprendida de verla

Ella había sido mi mejor amiga, la había considerado como una hermana. Estuvimos juntas desde el colegio hasta que me fui a Chicago.

Su piel era bastante blanca, su negro y largo pelo lucía como una cascada sobre su espalda. Tenía los rasgos de la cara perfectamente definidos. Sus mejillas seguían teniendo ese toque rojizo que tanto le caracterizaba en un pasado. Sus ojos verdes oliva me miraban con tanta sorpresa, que no parecía estar convencida de que fuera yo.

Asintió y me abrazó fuertemente. Luego se separó y me examinó.

—Cuando me dijeron que estabas aquí no-no sabía cómo... —respiró lentamente— quería ir a verte —dijo con una triste sonrisa.

—Yo a ti también quería verte. No sabía si seguías en Pyon... ¡Te he echado tanto de menos!

—Vamos a tener que ponernos un poco al día ¿no crees? —se le escapó una carcajada de risa nerviosa.

—¡Si! ¿Qué te parece si vamos a tomar algo? —dije alegremente.

—Claro.

Ambas caminamos hasta la cafetería más cercana. Tanto a ella, como a mí, se nos estaba haciendo el cuerpo ya un poco a la presencia de la otra. Empezábamos a ser más conscientes. Con ella, era como si no hubiese pasado el tiempo. A parte de los nervios del principio por verla después de siete años, retomar con Sarah una conversación era tan fácil... No había silencios incómodos ni siquiera se nos acababan los temas por los que debatir.

—No te he dicho nada... ¿Cómo estás? —preguntó Sarah preocupada.

—Bien, hacía mucho que no sabía de él, eso lo ha hecho más fácil —dije con una media sonrisa.

Territorio de lobosWhere stories live. Discover now