Así que me encontraba sentada dándole la espalda a la entrada de mi habitación. Solo se podían escuchar mis dedos tecleando felizmente al otro lado del mundo. Me detuve porque me distrajo el silencio que se produjo después del toc toc. Interrumpí mis pensamientos y mi e-mail para echarle un vistazo a la realidad y giré la cabeza hacia la entrada de mi habitación para encontrarme con algo muy parecido a un fantasma.

Una luz con destellos de arco iris llenaba de colores mi cuarto, como quien juega con un CD y un foco. Detrás de esa luz estaba la cara esperanzada de Fréderic. La misma que le daba vida a mi sentido, o más bien a mi sin sentido.

Me quedé paralizada. Por un momento sentí que el tiempo se detenía y que mi corazón dejaba de latir. Me hubiera gustado ignorar su presencia y girar nuevamente hacia mi computadora para seguir con mi correo, pero sus ojos llorosos no me permitían moverme. Mi mirada de incredulidad fue llenando la expresión de mi rostro y cada vez se hacía más notorio la falta de aire en mis pulmones al entender lo que estaba sucediendo.

Seis meses después de haberme alejado de él por completo, después de haber gastado millones de euros en pañuelos desechables, después de haber secado mis ojos, de haber cambiado mi número de teléfono y hasta mi e-mail con el cual llevaba diez años ya, por cierto, se aparecía nuevamente este cursi francés en el marco de la puerta de mi cuarto. Ahí estaba arrodillado y todo. El diamante que tenía en la mano me hubiera deslumbrado de no haber sido por sus ojos.

El silencio que nos rodeaba se apoderó de mi habitación.

Silencio, silencio y más silencio.

Solo podía escuchar los latidos de mi corazón que parecía querer escapar de mi pecho y saltar hacía sus manos. 

Entendí que no había fiesta alguna, Dani y Lili habían conspirado con él nuevamente.

Silencio, silencio, silencio y más silencio.

—Alexandra Jauregui —dijo por fin rompiendo ese tenebroso silencio y despertando a las mariposas habitantes de mi panza con su ronca voz—, mi vida sin ti es pura supervivencia, es aburrida, sin color y sin sabor. Nunca he conocido a nadie tan intensa, manipuladora, inteligente, adorable y tan independiente como tú. No he sabido vivir sin tu sonrisa que es la puerta perfecta para esa voz que me enamoraba cada vez más cuando juraba amarme cada mañana en francés... la extraño cada día.

»Las pecas en tu pecho y tu espalda son las constelaciones que guían mi camino y hoy no sé ni para donde caminar sin ellas.

»Tu fuego, tu pasión, ese entregarte por completo a tus emociones y sentir todo tan intensamente es lo que te hace ser tan irritantemente adictiva y lo que le da rumbo y sentido a mi vida. Sin tus besos, sin el olor de tu pelo acariciándome en las mañanas, sin tus ojos negros haciéndome cosquillas en el alma no sé hacia donde ir. Llevo meses sintiéndome como un perro buscando un lugar para dormir. Te amo, Alexandra —completó con la voz cortada, pero con mucha intensidad y aún hincado en una rodilla mirándome sin pestañear.

—Desde el primer día que te conocí, cuando apenas sabía seis cosas sobre ti, te lo propuse. Hoy que conozco todo de ti y que además me extraño a mí mismo sin ti, te lo repito con el único fin de hacerte feliz cada día: cásate conmigo —concluyó temeroso levantando un poco más ese impresionante anillo con la forma de la torre Eifell. Una lágrima cargada de dolor se desvaneció al final de su barbilla.

Se me escapó una sonrisa chueca al recordar su propuesta ese hermoso primer día, pero rápidamente se esfumó. Mantuve mi mirada fija en ese par de ojos grises que me enamoraron desde la primera vez que los vi y sentí como poco a poco mi cara se humedecía nuevamente con las lágrimas que llevaban su nombre y que pensé se habían extinguido por completo.

Me levanté de mi silla sin tener muy en claro el siguiente paso. Me acerqué poco a poco hasta el marco de mi puerta donde se encontraba él.

Me arrodillé para ponerme a su altura y Fréderic me invitó a tomar el anillo levantando más su mano, asintiendo con la cabeza y sonriendo levemente para encubrir un poco su miedo a mi rechazo.

—Ya perdí la cuenta de cuantos veces te hice daño. En mi vida he cometido muchos errores, muchísimos, pero sin duda el peor de todos fue lastimarte... y perderte. Te amo, te amo, te amo, Alexandra y nunca he estado más seguro de algo en mi vida. Te quiero para siempre —dijo defendiendo su punto con sinceridad y un claro arrepentimiento en los ojos.

Después de todo lo vivido rechazarlo sería lo más lógico, aunque también era lo más bonito que me había dicho jamás. Sus palabras me habían llenado de amor el corazón y hasta los pulmones. Llevaba una vida entera escuchando ese tipo de cursilerías en pantalla grande y soñando con encontrar a alguien que algún día sintiera todo eso por mí y que me hiciera sentir lo mismo por él. Y ahí estaba arrodillado frente a mí, como salido de una película.

Pero cualquiera sabe que las palabras no funcionan como pegamento y mi corazón estaba despedazado.

Sentía que Fréderic lo había arrancado de mi pecho, lo había aplanado con un ablandador de carne, después le había pasado la plancha -misma que yo usaba para mi pelo- alisándolo por completo para luego esculpir en él palabras llenas de dolor que se habían quedado impregnadas entre sus pequeñas y profundas grietas todo este tiempo. Por si fuera poco, al siguiente día había vuelto a tomar mi corazón ya completamente sin forma y lo había metido en la trituradora de papel.

Estaba claro que con un discurso ensayado y robado de alguna película mi corazón no volviera a tomar color y forma. Así que, alejé la mano que sostenía aquél impresionante anillo —digno de una princesa— y le planté una cachetada que si bien no llevaba la fuerza telenovelera para tirarle los dientes, fue suficiente para voltearle la cara de perfil.

Suspiró y me miró entristecido regresando la cara a su lugar.

—Lo siento —me dijo bajando la mirada hacia el suelo—, no sé que hacer para...

—No vuelvas a hacerlo ¡nunca más! —interrumpí sus disculpas con rabia y apuntándole con un dedo después de limpiar las lágrimas que me habían resbalado ya hasta el  cuello—. Nunca más —repetí con ímpetu señalándolo con la mano que lo había lastimado que aún temblaba por el exceso de emociones—. ¡Nunca más!

Se puso de pie sin quitar su intensa mirada de mis ojos enfurecidos. Tomó el anillo que había dejado caer al suelo en su pequeña caja de piel negra, lo dejó sobre el suelo y dio la media vuelta encaminándose hacia la puerta.

—Es tuyo, igual que mi corazón. —dijo señalando el anillo que dejaba cerca de mis rodillas—, nunca me perdonaré el haberte perdido. Soy un imbécil y me odio tanto o más que tú a mí —dijo mientras salía por la puerta de mi habitación cerrándola para dejar que el silencio absoluto llenara mi mente y sacara a flote mis recuerdos.

—¡Fréderic, espera! 

Seis Meses ❤ Ganadora Wattys 2015 ❤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora