15. I did, I do, I will

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La luz amarilla del amanecer baña el desierto de Nevada. 

Aitana se recuesta contra la puerta del coche intentando, en vano, entrar en calor. 

Lo que el cuerpo le pide, a decir verdad, es recostarse contra el hombro de Luis. No tiene la menor duda de que así entraría en calor, pero sabe que en un rato la dejará en la puerta de su hotel y tendrán que despedirse, así que prefiere empezar a soltar amarras ahora. 

Por mucho que le gustaría pensar que las cosas serán diferentes a partir de ahora entre ellos, entiende que lo que han logrado es un cese de las hostilidades, siendo optimistas.

La historia no se acaba ahora con un fundido a negro mientras ellos se alejan en su descapotable por las rectas infinitas del desierto. 

Sin darse cuenta de que lo hace, acaricia por encima de la tela del pantalón, el lugar donde la noche anterior se tatuó un trebol, justo bajo el hueso de la cadera. La piel aún está sensible y un escalofrío le recorre la espalda. 

Seguro que solo es eso. La piel sensible. Para nada la noción de que sus vidas, la de cada uno de ellos por separado, tiene que continuar después del fundido a negro. 

El problema es que su piel está sensible también por los besos compartidos y las caricias debajo de la manta que duraron hasta que el sol sobrepasó por completo la línea del horizonte y eso es más difícil de racionalizar. 

Luis tiene las manos en el volante, las dos, en la posición correcta, las dos y diez. Por una vez, probablemente la primera de todas las veces que le ha visto conducir, no tiene un codo apoyado en la ventanilla o una mano posada sobre el cambio de marchas, o sobre su pierna. 

Se devana los sesos intentando buscar alguna excusa para prolongar más esa noche que ya no es tal. 

Pero quizás lo mejor sea arrancar la tirita de una sola vez. Despedirse como buenos amigos en la puerta del hotel y agradecer que al menos hayan exorcizado algunos demonios. 

Luis abre la boca un par de veces, puede que pensando lo mismo. Tiene el ceño fruncido y parece concentrado. 

- Quizás...- empieza, pero calla enseguida. 

Resopla y se remueve incómodo en el asiento. Le llama la atención un objeto extraño en el bolsillo de sus pantalones y maniobra hasta sacar el pedazo de papel que les entregaron en el local de tatuajes la noche anterior. 

La factura por los cuatro tatuajes y una licencia de matrimonio con sus nombres, lista para ser usada en cualquier momento en los sesenta días siguientes. 

Luis la mira extrañado hasta que recuerda la explicación de la tatuadora y no puede evitar reírse y enseñárselo a Aitana. 

Pero ella no se siente capaz de reir y coge el papel casi con mimo con la intención de guardarlo de recuerdo. 

- ¡Joder! ¿te imaginas que esto le llega a un periodista?- menea la cabeza pensativo. 

- ¿Te imaginas que llega a twitter?. 

La risa compartida es la primera de la mañana y aligera un poco la tensión. Sin preguntar Luis levanta el brazo y Aitana se acurruca junto a él. 

Siguen el camino en silencio hasta que ven los primeros edificios que anuncian la ciudad. 

Las Vegas, la ciudad que nunca duerme, se prepara para un nuevo día y los lugares que visitaron juntos la noche anterior empiezan a sucederse como diapositivas. 

La montaña rusa primero, las fuentes del Bellagio y la Torre Eiffel después.

El semáforo se pone en rojo unos metros antes de la discoteca del Caesar's Palace donde tuvo lugar la fiesta de Universal y se separan con desgana. 

En las pequeñas cosasWhere stories live. Discover now