|Capítulo 26: Como un rompecabezas|

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—Él te dijo que te quedaras en la casa —volvió a ladrar, le costaba pronunciarse. La otra se deshacía en insultos desde la comodidad de su mente, era fácil si no se estaba enfrentando al monstruo en primera persona.

«Traicionero hijo de puta.»

Callate.

«Pedazo de basura sin valor, cuando lo encuentre voy a rebanarle las pelotas a él, y a toda esa manga de inútiles.»

¡Callate, porque nos van a matar y vos tampoco estás haciendo nada útil!

«¿Ah? ¿Y a vos qué te pasa? ¿La partida de la pendeja te dejó sensible, o fueron los sesos de tu enamorada? ¿Sabés qué? Ni siquiera me importa, hacete un favor y deja de ser una cobarde, no estamos acá para hacer amigos, debemos sobrevivir, debemos... »

—¡Pero cerrá un poco el orto! ¡Dios!

Se mordió el labio hasta sentir el sabor de la sangre en su lengua, en su intento de empujar a la otra lejos de su conciencia. Cerró los ojos con violencia mientras un pequeño hilo de sangre se deslizaba por su barbilla. Al abrirlos se encontró con el rostro ansioso de la quimera, había dejado de bloquear la entrada para verla de frente, ella intentó gritar, pero cerró los dedos alrededor de su cuello, y se enderezó llevándose su cuerpo con él.

—Él te dijo que te quedaras en la casa. —Estar a la altura de sus ojos le hizo reconocer las curiosas facciones de su rostro, parecía una bestia marina que había sido creada para caminar en la tierra. La quimera coló su lengua violeta entre los labios entreabiertos, directo a lamer la sangre con ansia asesina.

—¡Uy quieto!

La voz interrumpió en la sala y la sorpresa derritió las intenciones del monstruo, la soltó de un ademán antes de que terminara de formular el resto de la frase.

—¿Quién te dio permiso para comerte a la carta de triunfo de tu jefe, eh?

En el suelo, Reina se sobó la garganta en su intento de recuperar el aire, parpadeó para aislar la nube borrosa de su mirada y unas pesadas botas militares se detuvieron frente a su cuerpo arrodillado.

—Cuando el trabajo es muy pesado, y los títeres no colaboran, estoy obligado a hacer todo por mi cuenta —se quejó el muchacho de oscura cresta rizada, se agachó junto a ella, la sonrisa de dientes inmensos lograba desviar la atención de la venda que tenía alrededor de la cabeza—. Los monstruos marinos son entes particulares, fáciles de manipular, pero con un hambre tan grande que apenas huelen un poco de tu sangre son capaces de recorrer lo imposible para hincarte los dientes, tenés suerte de que haya llegado justo a tiempo.

El muchacho, estiró la mano con gesto simpático.

—Es un placer conocerte, Reina. Soy Jocken, tu salvador.

«Me cago en dios.»

Se alejó como si el hombre le hubiera encajado una patada en el estómago, y su rostro se transformó en una mueca de terror. De repente sus rodillas se habían vuelto un líquido que amortiguaba su miedo, parecido al que expulsaba el cadáver a tan solo un metro de distancia.

—Sin rostro —balbuceó ausente, la mano de Jocken cayó, chasqueó la lengua, y se enderezó.

—Es demasiado temprano para los apodos cariñosos, al menos podrías esperar a ver lo que puedo hacer, lo que puedo hacerte ¿no?

Aquella voz amenazante causó el efecto opuesto, Reina frunció el ceño estaba cansada de siempre sufrir la misma desgracia, el rostro lloroso de la niña entre sus sábanas, y la biblioteca se apoderó de su memoria, incendió su miedo, lo transformó.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now