«No le debes nada, Andra»

Para empezar aún no sabía si lograría mi objetivo o tendría un final peor que la muerte como había predicho.

¿Qué sucedería si volvían a inyectarme el azambar? Sinceramente no deseaba comprobarlo, no quería ser otro zombi más como las mujeres que veía con mis ojos pasear por las calles sin vida propia.

«Aquello era una muerte viviente»

No sonreían. No sentían ningún tipo de emoción. No luchaban. No maldecían. No discutían. No hacían absolutamente nada que no fuera obedecer las órdenes de quienes las dictaban.

Caminamos durante tres horas más hasta que finalmente alcanzamos el bosque. Estábamos en las afueras de la ciudad, ya apenas se podía ver a alguien que paseara por las calles y el tránsito de vehículos era muy escaso. Había gente en los inicios del bosque paseando a sus mascotas, casi todo eran parejas, se podía ver como los hombres corrían y lanzaban cosas para que sus animales fueran a por ellas mientras la mujer que había a su lado permanecía inerte viendo todo como si estuviera ausente.

¿De verdad no se daban cuenta de que aquello no era compartir el amor por alguien?, ¿Cómo podían saber si esa mujer querría estar con ellos de no estar bajo los efectos de la droga?, ¿Cómo podían siquiera vivir sabiendo que quizá si estuvieran en su sano juicio huirían de su lado?, ¿Es que les daba igual no compartir sus opiniones?, ¿Interesarse por sus deseos?, ¿Acaso daba igual lo que ellas quisieran?

No podía dar crédito a que se hubiera normalizado algo tan sumamente aberrante. Entendía que esos hombres habían crecido teniendo madres que actuaban como ahora lo hacían sus esposas o compañeras de vida, que habían normalizado esa situación porque no habían vivido otra cosa, pero yo tuve unos padres que discutían y se enfrentaban por sus ideas propias. Yo había vivido en libertad y sabía lo que era tener inquietudes, miedos, deseos, anhelos. Lo que allí estaba viendo con mis propios ojos resultaba aterrador, espeluznante y sobre todo inhumano. Era una violación de derechos humanos a niveles gigantescos y lo peor de todo es que se aceptara sin más.

Definitivamente daba pavor al punto en el que había llegado la sociedad y por más que me hubieran preparado para ello todos esos años, jamás habría podido advertir realmente lo terrible que resultaba.

—Sabes que no lograrás llegar muy lejos, ¿Verdad? —soltó en cuanto le di un empujón para adentrarnos dentro del bosque—. Sé que tu intención es deshacerte de mi, en tu lugar yo también lo haría, pero probablemente te hayan marcado con un chip y te rastrearan. En menos de dos horas les tendrás pegados. A tu culo.

Sonreí cínicamente mientras ya no trataba de ocultar el arma en la chaqueta y le obligaba a caminar delante de mi.

—Para tu información, el tío que me compró no me colocó ningún chip, así que ve haciendo las paces con las decenas de mujeres a las que les has jodido la vida, porque pronto irás al infierno pedazo de cretino —solté mientras el sol del atardecer se filtraba a través de las hojas haciendo que su verdor fantaseara en cientos de colores.

Era precioso, siempre me había encantado ver los atardeceres.

—Eso es imposible —decretó como si no pudiera darse esa posibilidad mientras se daba la vuelta.

—Me da igual que lo creas o no, poco te importa, ¡Camina! —le ordene y volvió a avanzar.

—Vale. Imaginemos que no tienes chip, aun así tu dueño dará el aviso de que has escapado o con toda probabilidad pensarán que te han raptado, igualmente no estarás a salvo —insistió de nuevo y realmente no sabía que pretendía hablando sobre aquello.

C O H I B I D AWhere stories live. Discover now