|Capítulo 20: Cuentos para niños|

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—¿Así está bien? —Mare tomó el disgusto en el rostro de ella como un sí, y aumentó la velocidad para internarse en la autopista, era el fin para Reina, no tenía manera de salir viva—. No tengo libros en el auto, pero puedo contarte una historia.

Acarició la extensión de su cuello de manera controlada, sin quitar los ojos de su rostro mientras manejaba, una corta respiración de la rubia le dio toda la respuesta que necesitó en el momento.

—Hace mucho tiempo un inmortal recibió el consejo de Dios, su devoción fue tanta que se propuso entregar su eternidad para guiar a la humanidad. Se transformó en el emisario divino, quién logaba visualizar siempre el camino correcto. —Los ojos azules de Mare se fijaban en el frente esta vez, pero Reina notaba la extraña naturalidad con la que contaba aquella historia, como si la conociera de memoria—. Obtuvo el don de la palabra, todo lo que decía era considerado sagrado, pero la ley del intercambio equivalente no fue piadosa con él, y su alma se perturbó. Aquella cercanía a Dios lo obligó a ocultar su putrefacción. El emisario lo proyectó todo sobre su nuevo practicante, que aprendió todo de él, más que la historia de su creador, le enseñaron agachar la cabeza para aceptar la realidad que merecía. Su lugar en la cadena era ser la expiación de los que se sentían cercanos a Él.

Su voz grave adquiría un matiz dulce, discordante con el relato, ella se estremeció.

—Un día, como era de esperarse, los humanos descubrieron la razón por la que los emisarios se movían en manada, vieron la piel debajo de las túnicas y cayeron en cuenta de que los sacrificios no eran para honrar a Dios, su única utilidad era servir de alimento. El mundo se fragmentó y Él no estaba en condiciones de soportar la ineptitud de sus elegidos, pero fue generoso. —Sonrió como si le hubiera un contado un gran secreto—. Antes de castigarlos le permitió al aprendiz probar el sabor del falso profeta, le hizo prometer que no iba a volver a cometer su error, que era en este caso, dejarse ver por la persona equivocada.

Reina carraspeó sin comprender el objetivo de aquel cuento, parecía sacado de algún libro de fantasía demasiado crudo para niños.

—¿Le agradan las historias de ficción, señor? —cuestionó, el silencio se prologó y Mare pisó el acelerador con la vista perdida entre los coches que empezaba a esquivar cada vez con menos distancia de por medio.

—No, prefiero las biografías —afirmó con voz monocorde.

«Dios, está loco. Van a chocar.»

—Eso no... —comenzó Reina, no tiene sentido. Su corazón se había disparado hacía tiempo, el frío le dificultaba moverse, por esa razón no pudo reaccionar al ver la mano del comisario subir por su muslo.

«No tenés porqué sufrir esto, yo sí puedo controlarlo.»

La velocidad hizo que el coche diera un bandazo violento, un mechón de cabello blanco se saltó del inmaculado peinado de Mare, Reina parpadeó para dejar caer una lágrima solitaria, pero al volver la vista una pistola cargada reposaba en lugar de su mano.

—Creés que estoy delirando—ladró—, adelante usala conmigo.

—¿Cómo...?

Sin previo aviso, el hombre se soltó el cinturón de seguridad y se lanzó sobre ella. Era enorme, no necesitó soltar el volante, pero ocupó todo el espacio que Reina usaba para respirar, con la mano libre tomó su rostro y lo acercó. Pudo oler el aroma salino de su piel, sintió la sangre en el interior de su boca, la violencia repentina le había hecho morderse la lengua.

—Pegame un tiro, Reina o te vas a morir en este coche, y ninguna zanja va a esconder tu cuerpo pudriéndose. —El dolor de cabeza punzaba con cada palabra, sus dedos la apretaban más.

Génesis [La voluntad de Caos] [COMPLETA]Where stories live. Discover now