42. Sin importar el desenlace

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Unos minutos después, los dos caminábamos por los alrededores del extenso jardín interno a un paso enrarecido y a una distancia un tanto exagerada el uno del otro. A pesar de ser la situación lo que era, Ovack lucía como siempre, sereno e incólume, con sus manos unidas detrás de su espalda en aquella posición un tanto militar propia de él.

Viéndolo bajo la luz de lo que había escuchado en la catedral y lo que había visto en ese sueño revelador, era difícil pensar que había algo retorcido en él. Pero la verdad era que él sí guardaba un aspecto oscuro, uno que yo había vislumbrado asomarse en contadas ocasiones, como cuando amenazó a Míro. Pero esa dimensión de él se mostraba en momentos tan específicos, como si aguardara en un escondite íntimo. No sabía si era algo que debía tomar realmente en serio, si era algo pasajero o que tenía un contenido más hondo.

Pensé también en él de niño, contemplando la luna con embeleso. Ese niño que creía aún en el Creador. ¿Qué tan lejos estaba Ovack de ese recuerdo?

Estábamos amparados bajo la pérgola del jardín, con una cortina de enredaderas brindándonos cierta privacidad.

—Dala —inició él, deteniéndose—. Quería decirte que volverás a tu mundo pronto.

—¿Cómo?

Él me ofreció una mirada que fue indescifrable para mí, como si contuviera varios sentires juntos.

—Cuando vuelva a ser luna llena en el Mundo Distante, desapareceré a esa organización y tú podrás recuperar la vida que tuviste antes.

Permanecí muda contemplando sus ojos grises y un inevitable vacío ahondó en mi pecho. ¿Había escuchado bien? ¿Orbe iba a desaparecer? Viré mi vista al suelo, ya incapaz de sostenerle la mirada. Ovack iba agregar algo pero yo hablé primero.

—¿Qué es lo que vas a hacer? —me animé a preguntar—. ¿Vas a tomar la empresa por asalto?

Realmente no esperé que me respondiera, pero por su leve parpadeo entendí que había dado en el clavo. Me balanceé ligeramente en mis pies antes de hacer la siguiente pregunta:

—¿Puedo ir contigo?

—No.

Su respuesta fue tan inmediata que sentí una punzada de frustración ineludible, pero no me sorprendió.

—Preferiría que te mantengas lejos de esto —agregó al notar mi desazón.

—¿Lo dices para estar tranquilo por mi seguridad? —cuestioné ya un tanto fastidiada—. Qué gracioso, precisamente yo tampoco estoy segura de que salgas de esta.

—Puedo manejarme solo —replicó él, entornando su mirada.

—¿Cómo en la última misión en el palacio?

Él me ofreció una elocuente expresión recriminadora que yo encontré graciosa.

—Esta vez será distinto —atinó a decir luego de que yo soltara una risa disimulada—. Y luego podrás volver a tu hogar.

Mi sonrisa se desvaneció de inmediato al oír lo último y me produjo un sentimiento contradictorio. En realidad, yo deseaba volver, claro que sí. Quería reunirme con mi familia y mis amigos. Quería volver a mi hogar. Pero al mismo tiempo, no.

Ovack me contempló mientras yo experimentaba ese pequeño debate mental, como si fuera un resultado que ya había anticipado. Pareció vacilar por unos momentos y entonces, casi como si quisiera y a la vez no quisiera hacerlo, él estiró su mano para posarla sobre mi cabeza, en una suerte de caricia torpe.

Estaba esperando, deseando más bien, algún arranque de afecto de su parte. Sin embargo, cuando este sucedió, no pude evitar paralizarme. Él deslizó sus dedos por mis cabellos de una forma diferente a las veces anteriores, y cuando sentí el cálido tacto del dorso de su mano acariciar mi mejilla, un estremecimiento me invadió entera.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now