41. Bajo la luz eterna

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Las aulas estaban cerradas y a oscuras. Era claro que no se encontraban en horario de clases. No obstante, había una cuyas luces estaban encendidas y estaba ocupada por Ovack y un grupo de cuatro adolescentes. Dos chicos y dos chicas.

—Así que... ¿de qué trata exactamente este club? —inquirió uno de ellos con recelo y cierto desdén refinado.

Supe que era la primera reunión de todos ellos. Ovack no tendría más de doce o trece años. Aunque se mantuvo inafectado ante la desconfianza de su compañero, percibí su anhelo. Quería convencerlos. Necesitaba que ellos quisieran quedarse.

—Creación —respondió con simpleza.

—Hay otros clubes que enseñan creación —repuso el otro, con una fingida indiferencia.

—Ya, Giol. ¿Y tú perteneces a alguno? Dime, ¿en cuántos puedes jactarte que te codeas con un miembro de la familia Fes?

Hubo un rictus en su sonrisa de Giol, aunque lo ocultó en seguida. Ovack sabía que la familia de ese chico estaba cayendo en desgracia. Estaba esperando que su desesperación y regusto por las apariencias entraran en juego para capturar su atención. Lo había observado e investigado esos días. A todos ellos. Conocía sus familias, sus intereses y tenía una idea de lo que buscaban. Quería que se unieran a él.

—El motivo de este taller es la creación —explicó, dirigiéndome a todos—. Pero no quiero que sea una enseñanza en masa, por eso los elegí a ustedes en particular. En un grupo cerrado se pueden pulir los errores y eliminar las falencias con eficacia. Son libres de dejarlo cuando quieran, pero si se quedan al menos un par de meses, pueden apuntarlo en sus credenciales. Este taller vale por cuatro créditos, ya lo tramité con administración. Se verá bonito en sus acreditaciones.

Pero era más que eso. Ovack siempre había vivido confinado en palacio. Sometido a una educación privada. Pero ahora el Consejo le ordenaba insertarse en un ambiente más diverso. Era un príncipe demasiado joven y a muchos no les agradaba su actitud irreverente. En suma, era un pequeño terremoto. Pensaron que el liceo mejoraría las imperfecciones de su personalidad y lo adecentaría en el mejor de los casos. Y en el peor, al menos lo mantendría lejos y ocupado. Para Ovack representó una oportunidad.

Era la primera vez que interactuaba con otros chicos de su edad. Se sentía entusiasmado y también inseguro. Quería que ellos fueran sus aliados y secuaces, pero también sus amigos.

Tenía planes con ellos, expectativas. Y percibí claramente otro pensamiento. Que esto sería divertido.

Luego se secuenciaron diferentes momentos, se encimaban uno sobre otro, pero guardaban la misma idea. A Ovack le encantaba repartir sus conocimientos sobre creación, le encantaba ser testigo del florecimiento de un talento dormido. Atisbé momentos de exigencia, de diversión y también de entendimiento.

Even gustaba de elaborar máquinas con programación pues ella tenía una inclinación por ese tema y nadie se esmeraba en enseñarlo en el liceo. Erix sobresalía en los cursos de letras, y solo se había unido al club porque estaba reprobando todos las demás materias. Necesitaba esos créditos. Rixza quería las credenciales. Y Giol estaba interesado en el renombre del club. Y también en Rixza.

Ovack los estudió a todos. Con sus defectos y virtudes. Era necesario conocer el eje entorno al que gira cada persona para poder anticiparla. Pero era la primera vez que interactuaba con chicos de su edad.

Tal vez el más problemático de todos era Giol. Adolecía de la creencia de que él era el centro del universo y que todos estaban interesados en cualquier cosa que hiciera. Y aprovechaba cada oportunidad para impresionar a Rixza. Ovack lo encontraba exasperante, pero le reconocía el esfuerzo para aprender.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now